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Los padres no se cansan de caminar, de gritar por sus hijos a los que extrañan hasta con los poros

Por:  / 27 agosto, 2015
AYOTZINAPA 1
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Fotografías: Adrián Sánchez
(27 de agosto, 2015. Revolución TRESPUNTOCERO).- A 11 meses de la desaparición de los 43 alumnos de la Escuela Normal Rural Isidro Burgos de Ayotzinapa, Guerrero, y el asesinato de seis personas -la noche del 26 y madrugada del 27 de septiembre de 2014- a manos de policías municipales de Iguala y Cocula, en contubernio con el crimen organizado, la exigencia y clamor de los familiares de los estudiantes es uno: justicia.
Los padres no se cansan de caminar, de gritar, de hablar de esos sus hijos a los que -se puede sentir- extrañan hasta con los poros; los llaman, los sueñan, los huelen, y es que para las familias de los desaparecidos, la “verdad histórica” presentada por un cansado exprocurador General de la República, de nada sirve ante la esperanza viva de que sus seres queridos serán presentados con vida.
Por eso su manifestación duró casi 10 horas; por eso el sol abrazador que se potencializaba con el calor de los vidrios de cientos de autos de la ciudad no los eclipsaron, el aire vespertino les devolvió el aliento y el acompañamiento de miles de personas dio fuerza a su corazones, que a su vez, impulsaban a sus pies. Incesantemente caminaron, caminaron y caminaron.
El primer punto de reunión fue la estación del metro Polanco; esa rodeada de tiendas comerciales, vitrinas relucientes y cientos de artículos que sólo un sector determinado de la población mexicana puede comprar, por los altos precios.
Poco a poco fue llegando la gente, de a dos, de a tres. Minutos después de las nueve de la mañana, hora a la que había sido citada la marcha, había más policías -uniformados y otros vestidos de civil que no soltaban sus teléfonos celulares, auriculares y radios de comunicación- que reporteros.
El resto de los citadinos que por ahí trabajan -ajenos, con prisa, indiferentes- continuaban su camino a la oficina; abarrotaban microbuses y salían a borbotones del metro para incorporarse a las calles aledañas mil veces recorridas por las que caminan ya sin necesidad de levantar la mirada.
La llegada de un autobús inyectó de un inesperado ánimo a los presentes. Era un grupo de padres de los normalistas desaparecidos, que pancartas en mano, comenzaron la jornada con el clamor de justicia. Vinieron las fotos, las entrevistas, el intercambio de números y contactos.
“No hay certeza en las investigaciones, no hay una investigación concluyente y la Procuraduría General de la República ha hecho investigaciones deficientes que hoy por hoy no dan a los padres de familia certeza, verdad o justicia de lo que ha ocurrido con nuestros hijos. Mientras eso no ocurra, mientras este gobierno no nos diga la verdad, seguiremos recorriendo las calles de este país, exigiendo la presentación inmediata y con vida de nuestros 43 compañeros desaparecidos”, dijo uno de los padres, arriba de una pequeña jardinera que había en el lugar.
De inmediato se organizaron cuatro brigadas que serían las encargadas de recorrer diversas embajadas ubicadas en la zona. El objetivo principal: denunciar la inacción del Estado mexicano ante la petición reiterada de continuar la búsqueda de los jóvenes estudiantes y la reticencia por facilitar y permitir el trabajo, por más tiempo, de un equipo de investigadores extranjeros.
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Peregrinación e indolencia
Al grito de “nos faltan miles, más 43”, la Brigada 1, en la que participaron familiares, representantes legales, estudiantes de la Normal Rural, representantes de organizaciones sociales y ciudadanía que se sumó al llamado, tuvo como encargo visitar las embajadas de España, Egipto, Alemania, Líbano y Francia.
En la embajada de España, tras varios roces con el personal de seguridad de la misma que intentó impedir que se grabara el arribo de los familiares de los desaparecidos mientras desde el interior del inmueble tomaban fotografías, una comisión de dos padres y uno de los representantes legales, fue recibida.
En tanto, al exterior, en la calle, las consignas, denuncias y demandas no dejaban de escucharse: “de Iguala a Los Pinos, castigo a los asesinos”, “porque vivos se los llevaron, vivos los queremos”, “ni perdón ni olvido, castigo a los asesinos”…
Al salir, la comisión informó a los presentes sobre la ausencia del embajador y el diálogo sostenido con el secretario particular del mismo quien argumentó que carecen de facultades para realizar algún tipo de exhorto al Estado mexicano, pero que le “sugerirá” no limitar las investigaciones ni cerrar el caso. El funcionario descartó la posibilidad de ejercitar algún tipo de presión por la vía diplomática. El secretario particular del embajador se dijo “apenado” por la reiterada violación a los derechos humanos en nuestro país y se dijo consciente de que México pasa por una crisis en la materia.
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Mientras la caravana avanzaba por avenida Presidente Masaryk, la sorpresa de los vecinos de la zona no se hizo esperar; y es que pocas, o talvez ninguna vez, habían visto manifestaciones tan cerca a su zona de confort. Los comensales de varios restaurantes, cafeterías y loncherías dejaban de probar bocado al ver el paso de los padres de familia que avanzaban con sendas lonas con las fotografías de sus hijos.
Otros más se limitaban a voltear la cara a la realidad que día con día han tenido que soportar los familiares de los normalistas desaparecidos. Ahí, resguardados por los enormes vidrios y temperaturas controladas con aire acondicionado permanecieron distantes, indolentes, vacíos; como si la burbuja de la zona no perteneciera al México que otros diariamente recorren a pie.
El primer contacto con la embajada de Alemania fue a través del jefe de seguridad del inmueble, quien se identificó como José Juan Ramírez y quien informó, en un primer momento, que los diplomáticos se encontraban de vacaciones y que sería imposible que alguien recibiera a la comisión.
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Sin embargo, la presión de los abogados y representantes de organizaciones sociales que acompañaban al movimiento, logró que Ramírez permitiera que Devorah Lavall, consejera política de la embajada, saliera a las puertas del inmueble a hablar con los familiares de los desaparecidos.
Ya frente a la funcionaria -quien no dejaba de parpadear por la intensa luz que molestaba a sus ojos claros- los integrantes de la brigada exigieron que Alemania deje de vender armas de fuego a México, pues de acuerdo a las investigaciones periciales y de balística, al menos 40 armas de origen germano fueron utilizadas en los asesinatos del 26 y 27 de septiembre de 2014, y en agresión a los normalistas en Iguala.
“Sabemos que hay un artículo que prohíbe vender armas a los estados con conflictos políticos, de ahí nuestra preocupación; el otro exhorto es para que ustedes presionen, como embajada, al gobierno mexicano para que el caso Iguala se aclare”, dijeron los abogados.
“Tomamos el caso en serio y lo recibimos, muchas gracias”, dijo Lavall –delgada, de piel clara y cabello castaño que contrastaba con el suéter negro que portaba- visiblemente nerviosa y con un español tropezante, tuvo que preguntar varias veces al jefe de seguridad qué debía escribir en el documento que recepcionó.
En la embajada de Egipto, el trato fue peor; simplemente se negaron a darlo con el argumento de que no había personal que hablara español y pudiera entender las demandas del contingente.
Animosa, sin visibles muestras de cansancio, siguió avanzando la marcha por varias calles de Polanco hasta llegar a las puertas de la embajada de Francia.
Sin mayor preámbulo, Antoine Walter, jefe de gendarmes, informó que ninguna comisión podía ingresar al inmueble sin previa cita por los “protocolos de seguridad contra el terrorismo”; sin embargo, agradeció “que hayan venido a vernos” y se comprometió a hacer llegar el documento que entregaron los padres de los normalistas desaparecidos, a la embajadora que, dijo, se encontraba en Francia.
“No es por andarlos visitando, queremos justicia para nuestros jóvenes”, dijo un padre de familia al funcionario quien atinó a decir que “Francia puede ayudar con su tristeza”.
Algunas calles avanzó más la caravana para llegar a la embajada de Líbano donde, de nueva cuenta, un jefe de seguridad, quien se identificó como Jesús Méndez Guadarrama, informó que no había ningún elemento del cuerpo diplomático que pudiera recibirlos.
Pidió algunos minutos a los familiares de los normalistas para entrar a las instalaciones a hacer algunas llamadas para pedir instrucciones y minutos más tarde salió investido –además de con un saco negro- con la autoridad delegada por la diplomacia, que lo facultaba para recibir la petición, no sin antes señalar que “cualquier cosa que necesiten de la embajada, háganla llegar en un sobre cerrado con todos sus datos”.
Así, la Brigada 1 salió de las bonitas e idílicas calles de Polanco, muy lejos, por la geografía, pero aún más por su realidad, de las empedradas, polvorientas y poco agraciadas calles de Ayotzinapa, de Cocula, de Tixtla o de Iguala, comunidades de donde son originarios varios de los desaparecidos, pero en donde los siguen esperando, con ese amor interrumpido abruptamente en septiembre del año pasado.
Con cada paso dejaban atrás su esfuerzo, su tesón; la necesidad irreprimida de gritar que “fue el Estado”, que como “vivos se los llevaron, vivos los queremos”; esa ansia de no quedarse quietos, callados, impávidos frente a una realidad que cada día corrompe y destruye corazones, frente a una realidad que no tiene aire acondicionado y a la que el grueso de la población no puede escapar, aún no intente volteando o agachando la mirada.
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