En Veracruz los periodistas terminan desmembrados y en bolsas de plástico: el caso de Guillermo, Gabriel y Esteban

Por: Emma Martínez / 12 agosto, 2015

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(12 de agosto, 2015. Revolución TRESPUNTOCERO).- Existe demasiada crítica a nivel nacional sobre los periodistas que no hablan sobre narcotráfico, sin embargo dicha acción es parte de la sobrevivencia para mantener la seguridad de los comunicadores veracruzanos, porque de no hacerlo el efecto son modelos más terribles.

Las muertes de periodistas no son un asunto meramente de Veracruz pero, en efecto el estado es la manifestación más clara y al mismo tiempo vulgar, casi pornográfica de la situación que existe contra los profesionales de la comunicación de todo el país, que se encuentra sumergido entre balas y sangre, asegura el periodista Álvaro Belin Andrade, director de la versión online del medio veracruzano Formato Siete, en entrevista para Revolución TRESPUNTOCERO

Belin Andrade asegura que existen distintas violencias en contra de los periodistas de Veracruz;  menciona la violencia estatal la cual surge con una llamada telefónica del vocero del gobierno estatal al dueño del periódico, significa un despido fulminante e inmediato del reportero, además de la imposibilidad de ser contratado en cualquier otro medio establecido, porque existe una especie de boletineo…

A ello le sigue el enorme miedo la violencia política que no sólo proviene de la figura ciñera de Javier Duarte que aun cuando es el elemento principal de esta grave circunstancia y a quien  siempre se señala (y con mucha razón), “sin embargo, si nos centramos nada más en esa imagen descuidamos otros flancos y dentro de la violencia política están alcaldes, dirigentes sociales o dirigentes políticos locales, están los diputados o los que aspiran a un cargo público, quienes al encontrarse descubiertos por los reporteros, son capaces y están decididos a mandar matar en el momento que sea, porque viven en un estado donde la muerte de un periodista no vale nada y por lo mismo jamás se investiga algo…

También de lo anterior forma parte la violencia física, a cualquier periodista le dan una brutal golpiza, con lo que inician las amenazas, bajo la idea que se asuste y se exilie, escapando no solamente por lo que le pueda suceder a él, sino también a su familia”.

Asimismo el periodista de Formato Siete, asegura que no se debe olvidar la violencia social que se da en muchas manifestaciones, dominadas, creadas y/o cofinanciadas por el gobierno estatal, ya que existen diversos grupos que ante una crítica hacia el gobierno o su agrupación son capaces de tirarles pedradas a los reporteros o amenazarlos, como en alguna ocasión lo hizo César Velásquez, un diputado local, que se caracteriza por manipular movimientos sociales.

Así desde cada una de las trincheras de los que ostentan un mínimo de poder en Veracruz, asesinan a su antojo, bajo la excusa que es el narco quien los asesina por mantener los tan trillados nexos que jamás se han llegado a demostrar, pero siguen siendo excusa de asesinos y ‘verdad’ de los que prefieren fingirse ciegos ante una cruenta realidad.

Guillermo Luna Varela, tenía 21 años y era fotógrafo para Notiver; Gabriel Huge Córdova, cumplió los 37 años trabajaba en el mismo medio y también era fotógrafo, y Esteban Rodríguez Rodríguez era reportero del periódico AZ, y tenía 30 años de edad.

“Eran familia, amigos, trabajaban juntos, convivían, planeaban, conversaban sobre lo mal que estaba Veracruz y lo que se venía, Guillermo fue mi amigo, era un chavo muy valiente, porque hacia periodismo en uno de los peores estados, de los más peligrosos y donde la impunidad se siente en el suelo, en el aire, esa que camina a ladito de cada reportero que aunque sabe que es seguro que lo maten, sigue plasmando nuestra terrible realidad, así era Guillermo, un gran ser humano y un extraordinario fotógrafo que no temía”, asegura a Revolución TRESPUNTOCERO, José Luis C., amigo de Luna Varela, quien lo recuerda entre lágrimas.  

Guillermo había terminado su carrera técnica como reparador de aires acondicionados y refrigeración, pero no tenía la intención de dedicarse a ello, así que decidió trabajar con su tío, Gabriel Huge Córdova, un experimentado fotógrafo al que sus compañeros apodaban el Mariachi porque en sus inicios profesionales solía guardar su pesada y antigua cámara en un estuche de violín.

Ambos fotografiaron choques, incendios, detenciones y asesinatos, su trabajo se centraba en la nota roja y policiaca. Descubrió qué se sentía conseguir la imagen exclusiva, la que se va a portada o la que se publica más grande. También convivió con los otros periodistas de nota roja, los que buscan el ángulo más preciso de la información, los que siempre tratan de escribir de la mejor manera posible, los mismos que a veces, por cubrir tantos crímenes, parecen tener la sangre más fría.

Fue ahí cuando confesó que había encontrado el trabajo de su vida. Aprendió rápidamente lo que su tío le enseñaba, e incluso en muchas ocasiones llegó a redactar las notas, para ejercer el doble papel de fotógrafo-reportero.

Él aseguraba, según José Luis,  que el miedo había comenzado a invadir a muchos reporteros, que se sentían totalmente desprotegidos por la desconocida y extrema violencia, cada vez más presente.

Aunque su madre temía por su hijo y muchas veces le pidió que tuviera más cuidado o pensara si realmente era conveniente seguir ejerciendo el oficio de periodista, el temor de separarse de su cámara y su pluma, de dejar de publicar era mayor y aún más paralizador que cualquier violencia, su trabajo era su vida.

Sin embargo después de la muerte de Yolanda Ordaz, él y su tío se mudaron a Villahermosa, Tabasco. Se autoexiliaron. En diciembre, Guillermo extrañaba a su familia y volvió a Veracruz, creyendo que la situación en el puerto se había calmado, pero se equivocó.

Él y su tío volvieron, se reunieron con Esteban, pero nunca se supo qué pasó exactamente, justo el día de la Libertad de Prensa, como una acción de lo más retorcida, vil y sádica, el jueves 3 de mayo de 2012, los cuerpos de Guillermo, Gabriel y Esteban Rodríguez, además de el de una empleada administrativa del diario El Dictamen, Irasema Becerra, fueron encontrados en el Canal de la Zamorana, la zona de aguas negras de Veracruz.

Todos los cuerpos estaban desmembrados, metidos en bolsas de plástico y con huellas de tortura. La familia de Guillermo buscaba a tío y sobrino desde el miércoles con miedo a no encontrarlos y con esperanza que estuvieran vivos.

Aplausos y acordes de un mariachi acompañaron los funerales de los fotoperiodistas, los enterraron en el Panteón Municipal de Veracruz, un día después de haberlos encontrado,

Las familias buscaron justicia, pero la depresión y las enfermedades que vinieron derivadas de la tristeza y la angustia de la perdida, mermaron las fuerzas de los que se quedaron llorando por ellos. Posiblemente eso facilitó que las autoridades se desentendieran más rápidamente.

Se culpó, como en todos los casos anteriores a narcotraficantes, aseguraron que grupos delictivos fueron los responsables de los cuatro homicidios y cerraron el caso, sin ni siquiera investigar o demostrar que lo intentaron hacer. Al poco tiempo detuvieron a quienes calificaron como ‘delincuentes’ y aseguraron que los encontraron con las credenciales de los asesinados.

Sin embargo no se conoció las declaraciones de los inculpados, por lo tanto nunca se supo cuál fue el supuesto motivo por el cual mataron a este grupo de personas. Las muertes pasaron a formar un número más de las estadísticas, porque pese a que fueron un grupo de periodistas, y se suponía que causaría mayor indignación, debido a la constancia en éstos, “pareció que todo iba poco a poco siendo parte del ambiente, así como la delincuencia y violencia a la sociedad civil, de pronto, las muertes de los periodistas, también eran cotidianas”, asegura José Luis.

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