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Menores guatemaltecos conocen en México el sometimiento, la amenaza, los golpes y la explotación

Por:  / 7 julio, 2015
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(07 de julio, 2015. Revolución TRESPUNTOCERO).- Hablar del sur es poner en el mapa social a una frontera invisible, que en pocas ocasiones es volteada a ver. En aquella esquina del mundo, las calles, las problemáticas y los testimonios de la sociedad civil, autoridades y activistas, conforman un océano de historias de corrupción, muerte, explotación y poder, todas ellas se han convertido en un termómetro de la realidad de una aciaga frontera.
Pareciera que las ciudades fronterizas del sur del país se han acostumbrado o  han adoptado como clave de supervivencia el negar; negar la impunidad, negar la corrupción, negar la pobreza, negar la explotación, negar la violación de derechos humanos, negar la comisión de abusos por parte de las autoridades y finalmente, negar que niegan.
Una de las principales problemáticas de municipios como Ciudad Hidalgo, Tapachula y Motozintla, es la de la niñez guatemalteca. La ciudadanía afirma que los niños guatemaltecos se han convertido en “parte del paisaje de la frontera”, porque se encuentran en ‘todas partes’, en cualquier calle, afuera de los restaurantes, de las plazas y los parques, de día y noche, siempre hay menores por todo el territorio fronterizo, vendiendo, delinquiendo o prostituyéndose.
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Neri, tenía cinco años cuando cruzó la frontera. Noches antes de marcharse de su hogar, no pudo dormir, estaba emocionado, porque se mudaría a México, feliz y extasiado, a penas y pensaba en el motivo por el que se iba. Su madre no podía mantenerlo y optó por enviarlo ‘al otro lado’, ahí trabajaría con sus dos vecinos de once y doce años, quienes llevaban casi tres años viviendo en Tapachula.
Por décadas las familias guatemaltecas que viven en los poblados cercanos a la frontera mexicana, y que carecen de recursos económicos, han enviado a sus hijos en busca de mejores oportunidades, ya que según testimonios, en su país no existen las mismas posibilidades de trabajo, como las que México les brinda.
“En la frontera sur organizaciones, activistas, la UNICEF y las mismas instancias gubernamentales hablan de frenar la migración del infante y a la par de ello se describe el viacrucis que padece a diario un menor que decidió salir de su hogar, en Centroamérica, generalmente por falta de recursos económicos, se ha propuesto invertir en alimentación, educación y hasta en pasatiempos para este grupo vulnerable, sin embargo, esta problemática va en aumento diariamente”, explica a Revolución TRESPUNTOCERO la activista y voluntaria de ACNUR Karla Sánchez.
Ella asegura que, los niños y adolescentes que llegan a México, no planean avanzar hacia el sueño americano, su meta es quedarse de forma permanente en dichas ciudades, siendo el comercio informal, generalmente en lo que se emplean, pero en muchas ocasiones la prostitución y las actividades delictivas, han sido su forma de manutención.
Sobre el tema, el consulado de Guatemala, informa a Revolución TRESPUNTOCERO, “que existen registros de que la mayoría de los niños vendedores ambulantes de dulces, conocidos como “chicleritos“, provienen San Marcos, Tecún Umán y de la comunidad Concepción Tutuapa, cercana a las faldas del volcán Tajumulco, en Guatemala”.
Por su parte el Desarrollo Integral para la Familia (DIF) y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) realizan una investigación y un censo de los niños guatemaltecos, que venden dulces día y noche, por toda la ciudad, aunque no han podido conseguir cifras exactas ya que a diario poco más de 100 menores llegan a esas ciudades
Neri trabaja de cinco de la mañana a cinco de la tarde, comenta que con sus amigos han rentado un cuarto en la colonia Cinco de febrero, al norte de la ciudad, pagan 700 pesos al mes, suma que se divide entre los tres menores de edad y un chico de 19 años, todos ellos venden dulces, salvo el mayor que limpia zapatos.
Él asegura que en dulces y cigarros invierte 1500 pesos y al día obtiene 250 pesos; todas las ganancias son propias, pues no ha sido contratado por nadie, ni tampoco sus demás compañeros de cuarto.
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Esto con referencia a que las autoridades locales aseguran que estos menores centroamericanos son contratados mexicanos, quienes los mantienen trabajando 24×7 a cambio de un sueldo miserable. A finales de 2014, en una reunión de cabildos, el ex presidente municipal de Tapachula, Samuel Chacón, hoy diputado federal, aseguró que puntualmente en Tapachula existía un aumento desmedido de niños guatemaltecos trabajando en lo informal. Y confirmó que no son ellos los dueños de los productos que venden, ya que informes de la Secretaría de Seguridad Pública Municipal, determinan que existen personas que contratan a los menores.
También dio a conocer que, en la colonia Cinco de Febrero existe una casa donde viven poco más de 100 niños centroamericanos, que trabajan desde las cinco de la mañana hasta las ocho de la noche, si consiguen la cuota diaria (aún desconocida), de lo contrario no pueden llegar a dormir, ya que no lo tienen permitido por el ‘patrón’ hasta obtener la cantidad, a esto se le suma que no reciben una buena alimentación, ni sueldos adecuados.
Aunque Samuel Chacón propuso en aquella sesión deportar a los niños a Guatemala, se determinó que eso no sería posible, porque además de no contar con los recursos económicos necesarios, los infantes probablemente mentirían acerca de su ciudad de origen y terminarían regresando a Tapachula, ya que se necesita mayor control y apoyo por parte del Instituto Nacional de Migración (INM).
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María Luisa tiene quince años, emigró a Tapachula a los once años acompañada de su hermano Joel, pero él decidió irse a Estados Unidos, durante un año ahorró y después se subió al ferrocarril, jamás volvió a saber de él. Después de la partida de Joel, ella intentó ser trabajadora doméstica, pero nadie la aceptó, creían que era muy pequeña. Después de unos meses, asegura, invirtió en el negocio de los dulces, desde entonces todos los días desde las seis de la mañana camina por todo Tapachula durante diez o doce horas.
A inicios de 2014, tres meses después de aceptar ser novia de José, se enteró que estaba embarazada; al saberlo él le prometió que iba a rentar una casa para ella, pero para conseguirlo tenía que ganar dólares. Días después María Luisa lo despidió, ella dice, “él me juro que en menos de nueve meses me va contactar para avisarme que me va mandar dinero”. María Luisa ha planeado seguir trabajando, hasta un mes antes del nacimiento de su hijo, después de dar a luz asegura que lo dará en adopción, porque argumenta “soy una chamaca, yo no puedo cuidarme yo, a duras penas logro pasar el día. Cuando ya tenga la dirección de José en Estados Unidos, irá a buscarlo para comenzar una nueva vida”.
Rodolfo, un adolescente de quince años que limpia zapatos en el parque central de Ciudad Hidalgo, asegura que para muchos chavos como él, desde hace años que el sueño americano, se convirtió en el sueño mexicano. El chico cobra por cada par de zapatos lustrados, cinco pesos, sonriente afirma, que gana cien pesos diarios, con eso paga una parte de la renta del cuarto donde vive con otros ocho amigos, le alcanza para hacer una comida al día y ahorra para enviarle cada cierto tiempo dinero a sus padres, y dos veces al año los visita en la zona tres de Guatemala.
A sus quince años ya ha tenido tres trabajos, primero vendió dulces, pero abandonó el negocio porque no le alcanzaban las ganancias, después intentó trabajar de lavaplatos en una fonda, pero le querían pagar mil pesos al mes por ser guatemalteco y no tener papeles; finalmente optó por limpiar zapatos y ahí las ganancias le fueron de mayor provecho. En los años que ha pasado entre Tapachula y Ciudad Hidalgo, afirma que jamás pensó en ir a Estados Unidos, con tono seguro comenta “me da miedo”, Rodolfo ha escuchado varias historias de los que no logran llegar a la frontera norte y teme que a él le pase lo mismo, es por ello que no se moverá de aquel sitio.
Rodolfo perdió el ojo derecho un año después que llegó a México; una noche, eran casi las 12, cuando todavía estaba en la calle sacando el dinero del siguiente día, dos jóvenes se le acercaron y le pidieron dulces y cigarros, cuando les dijo que eran 40 pesos los que tenían que pagar, comenzaron los golpes. La semana que siguió la ha olvidado, asegura dice que su padre le confirmó que había perdido el ojo, pero eso no lo hizo desistir de la idea de vivir en México. Un mes después del accidente, cruzó nuevamente el río y llegó a Ciudad Hidalgo.
UNICEF impulsó la creación de un sistema de protección integral para que todos los menores en México (aunque no tengan la nacionalidad mexicana) estén protegidos contra la violencia, el abuso, la explotación y el trabajo infantil y se les garantice el pleno cumplimiento de sus derechos.
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A dos años de la creación de ese sistema, llegó a México Lourdes, cruzó el río Suchiate con bolsa de plástico donde guardaba unos panes y una botella de agua, como únicas pertenencias. Después de una semana consiguió empleo en un restaurant bar, ahí a la chica de catorce años, le dijeron que limpiaría las mesas, pero no fue así, desde la primer noche fue víctima de hombres alcoholizados que la tocaron, la agredieron verbalmente, para después pedirle a la dueña se las “rentara” para mantener relaciones sexuales.
Tres días después logró escapar, pero se quedó en Tapachula, con tono resignado comenta “no me queda más que aguantar, mi padre me dijo vete y no regreses, pero manda dinero, que aquí no hay para comer”. En el parque central conoció a María, de dieciocho años, vende dulces y cigarros, ella le dio posada en el cuarto que renta, e intentó convencerla de tener un negocio como ella. Lourdes no aceptó porque según dice “vender dulces y cigarros en la mañana y la tarde es puro cuento, sí vendes, pero por la noche también se le entra a las drogas, pastillas o marihuana, pero es peligroso, porque comienzas a tener jefes que te mandan y si no cumples, quién sabe qué te hagan, algunos dicen que los amenazan o les pegan golpizas”.
Sobre el tema, la Secretaría de Seguridad de Tapachula asegura no tener pruebas para afirmar que los niños venden algún tipo de droga, pero sí aceptan que “a su corta edad los menores guatemaltecos han conocido lo que es el sometimiento, la amenaza, los golpes e incluso el estrés que les genera el reunir la ‘cuota’ diaria que sus explotadores les exigen”.
Sánchez comenta, “los niños centroamericanos venden drogas, disfrazados de vendedores de dulces, por las calles céntricas de Tapachula y Ciudad Hidalgo, todas las noches los encuentras vendiendo, a otros más los encuentras durante el día limpiando los vidrios de los carros y por la noche delinquen, no se justifica, pero lo hacen por necesidad, ya sea por hambre o porque tienen que sacar una cuota para el policía municipal o para un grupo delictivo o en otra lamentable circunstancia, para poder drogarse con resistol o cemento”.
Argumenta, que debido a que los menores de edad no pueden ir a prisión pese a que se les llegue a encontrar alguna sustancia ilícita, las mafias los usan como ‘mulas’. “Hay muchos jefes, y cada uno maneja entre cuatro y siete chicleritos. En una sola ciudad pueden haber hasta 500 niños realizando esta actividad, pero nadie los ve, están por todos lados, no existe una calle donde no encuentres a un niño centroamericano vendiendo dulces o lustrando zapatos, pero al mismo tiempo son invisibles, la sociedad ‘vive acostumbrada’ a estos actos inhumanos”.
Lourdes cuestiona los programas de protección a menores y dice “soy centroamericana y menor de edad, algunas personas me dicen, que no debería trabajar que el consulado me puede ayudar, pero a mí me han visto vender en la puerta del consulado, pero no me ayudan, siempre nos ven en la calle, algunos nos compran el producto, otros nos ven con lástima, pero nunca me hablan de derechos”.
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