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ENTREVISTA CON GUY LE GAUFEY,
DE LA ECOLE LACANIENNE DE PSYCHANALYSE "Al analista no se lo considera profesional"
Por María Esther Gilio
Guy Le Gaufey, analista francés,
miembro de la Ecole Lacanienne de Psychanalyse, autor de varios libros de psicoanálisis,
con destacada actuación en las duras discusiones que se dieron en Francia en torno de la
relación entre Estado y psicoanálisis, pasó por Montevideo para dar varias conferencias
y dirigir un taller.
--Usted se refirió al lugar del analista en la sociedad. Sus
palabras, la manera de plantear el tema, resultaban curiosas. A diferencia de un médico o
un abogado, usted no habló de leyes, ni de roles. Habló de filosofía, de literatura e
historia. Recordó a Sócrates y a su amante Alcibíades, a Ricardo II... Todo su discurso
estuvo atravesado por ideas filosóficas, muy alejadas de las leyes y los reglamentos que
legislan la actividad de quienes trabajan dentro de una sociedad.
--Mi respuesta será muy simple. El analista no puede ser ubicado entre
los profesionales porque el analista no es un profesional. No existe en el mundo un solo
Estado donde se considere que un analista es un profesional.
--Sin embargo...
--Sí, sí, sí, ya sé que va a decir que desde un punto de vista
social y especialmente cultural el psicoanálisis aparece como una profesión, pero en los
hechos no hay ninguna disposición que determine los derechos y los deberes de los
psicoanalistas. Hay disposiciones que legislan las actividades de los psiquiatras, de los
psicólogos, de los profesores de psicología. Sobre los analistas, nada. Puede buscar, no
hay nada.
--¿Cuál sería el fundamento de esto?
--Yo tengo una hipótesis. Creo que la lógica del Estado de bienestar
social no puede entender la necesidad, la finalidad del trabajo del analista. Y como de
cualquier manera el analista no es un peligro social las cosas quedan así. En cada país
ellos existen a su manera. Y para ir a su pregunta, el hecho de que los estados no
consideren al analista como profesional hace muy difícil hablar del analista como se
habla de los médicos o de los ingenieros.
--¿Podríamos decir que usted intenta demostrar que el analista no
es un profesional?
--No intento demostrar sino mostrar. Que no es una profesión es un
hecho. Y esto hay que mostrarlo a causa del peso cultural, actual, del psicoanálisis.
Este peso hace que grandes sectores, incluso muchos psicoanalistas, consideren que deben
ocupar un lugar entre los profesionales.
--Usted no acepta esta postura.
--¡No! A mí me parece un error. No es el caso, no corresponde.
--¿Por qué no es el caso? ¿A quién llamaría usted profesional?
¿A quien habiendo demostrado tener determinados conocimientos recibiera un título
habilitante del Estado?
--Sí.
--Y eso no pasa con el analista.
--Claro que no.
--¿En los hechos, cuándo se puede considerar que el analista está
habilitado para ejercer?
--Cuando tiene pacientes. Se trata de una decisión práctica del
analista. Hay un chiste en Francia. Un joven médico pregunta a un médico viejo cuándo
los médicos con años de ejercicio empezarán a mandarle pacientes. El viejo responde:
"Cuando tengas pacientes". Esto que es un chiste para los médicos, es una
realidad para los analistas. Hay un tiempo, al inicio, en que es necesario "dárselas
de psicoanalista" para empezar a recibir pacientes.
--¿Cuándo considera usted que alguien está en condiciones de
"dárselas de psicoanalista"?
--Visto desde afuera es imposible decir "ahora está en
condiciones". No se trata de competencia sino de performance.
--¿Usted quiere decir que no se trata de poder hacer algo sino de
hacerlo?
--Sí, algo así. No se trata de capacidad para ejercer sino
concretamente ejercer.
--¿Esto significa que no tenemos un momento en que podemos decir
"este hombre está capacitado para ejercer el análisis"?
--No, lo único que podremos decir es "veremos".
--Tal vez eso sea lo único que se podría decir frente a la
aplicación concreta de cualquier conocimiento: "veremos". De cualquier modo
¿cuáles son en general los conocimientos del analista cuando éste se decide a ejercer?
¿Lo corriente sería años de análisis y estudios?
--Sí, años de análisis está bien, son necesarios. Estudios, ya es
más complicado, porque no se trata de tal o cual tema precediendo o siguiendo a tal o
cual otro. No hay un programa. No hay un primero, un segundo, un tercero. El que quiera
llegar a formarse tendrá que arreglárselas con el saber en juego en lugar de la
formación. Generalmente el aprendizaje se realiza dentro de un grupo social más o menos
grande con un tipo de saber que refiere a Lacan o a otros. Durante un tiempo aquí
-–Argentina y Uruguay--, Melanie Klein por ejemplo. Depende de las épocas.
--Y pasando a mi pregunta sobre las condiciones para que alguien
pueda ser considerado analista. Usted dijo para saber eso hay que ver. Yo le digo entonces
¿qué hay que ver?, ¿hacia dónde hay que dirigir la mirada?
--Aquí entramos en dificultades porque no hay un blanco claro. Sólo
es necesario recibir a alguien y sostener la transferencia de manera tal que ésta dure.
--¿Nunca es un blanco la felicidad del paciente?
--No, ese blanco puede ser, muy probablemente es, el blanco del
paciente, no del analista. Si él quiere alcanzar la felicidad, allá él. El puede pensar
que lograr tal cosa es lograr la felicidad. Claro que eso muy a menudo no es verdad. Por
otra parte, a veces al comienzo la figura de la felicidad es una, pero después de cierto
trabajo ya no es aquélla sino otra porque la figura cambió durante el tratamiento. Pero
no porque hubiera sido el blanco del analista. O, incluso, del paciente.
--¿Si llegara un individuo que no tuviera una idea ni siquiera
aproximada sobre el análisis, usted qué le diría? ¿Cómo se lo explicaría?
--¿Y estaría un hombre así interesado en saberlo?
--Pensemos que está interesadísimo.
--Bueno, en ese caso empezaría por hablarle de la relación entre un
animal y un lenguaje.
--Empezaría explicando qué es un ser humano.
--Qué son estos seres, hombres y mujeres, que tienen que
arreglárselas con este hecho de hablar. Si hablamos, se puede mentir.
--¿Es importante poder mentir?
--Esto es algo que cada niño descubre. Muy importante porque si no se
pudiera mentir no se podría hablar. Mentir forma parte de la naturaleza humana.
--¿A qué edad descubren esto los niños?
--Entre los 2 y los 4 años. Y ocurre que cuando este descubrimiento no
se produce...
--Ya veo, se podrá dudar de su futura salud mental.
--Digámoslo así. La capacidad de mentir nos muestra la posibilidad de
jugar con la lengua.
--Es fantástico.
--Bueno, no sé si es fantástico. No es obligatorio mentir.
--Pienso en las penitencias que hemos sufrido por mentir, en las
confesiones de quienes éramos católicos a los 9, 10 años. "Padre, dije
mentiras". Ese era el primer pecado.
--Bueno, bueno, tampoco se trata de que debamos mentir sino de tener la
posibilidad de hacerlo o saber que podemos hacerlo.
--¿Usted mismo no estará mintiendo en este momento?
Guy Le Gaufey suelta una sonora carcajada. Es un hombre en cuyo rostro
hay, casi constantemente, sobrevolando, una sonrisa. Un hombre que parece estar siempre
jugando, aunque al mismo tiempo, --¿quién podría decir por qué?-- el interlocutor
tiene la sensación clara de que habla muy en serio, que cree en lo que dice y que su
intención no es desorientarlo o deslumbrarlo con respuestas inesperadas sino tratar de
ayudarlo a tocar ese centro de verdad que él siente haber tocado.
--Se ríe de mi pregunta.
--No, no, está bien su pregunta. El arte del psicoanálisis es el arte
de la mentira. Para tocar, a veces, la verdad. Hay que buscar la falsedad porque en esa
búsqueda se puede, de pronto, tocar la verdad. Si, en cambio, se busca la verdad con
frecuencia, no pasa nada.
--¿Cómo sería, buscar la falsedad?
--Es una manera de hablar. Lo que quiero expresar es que no debemos
temer la mentira. O mejor, el engaño. La transferencia en Lacan puede acercarnos a
entender la riqueza del engaño psicoanalítico.
--¿Dónde estaría el engaño?
--Llega un paciente con un proyecto de salud. Su deseo es alcanzar
determinada situación que para él está vinculada a la salud. El analista nunca dice
"no". Tampoco hay, como hay con el médico, un acuerdo para alcanzar ese blanco
que sería la salud. Hay de parte del analista una aceptación que es en su inicio casi
una mentira, porque el paciente pensará que el analista está profundamente de acuerdo
con él y no es el caso.
--¿Profundamente de acuerdo con lo que él desea?
--Sí, con lo que él propone, con su deseo de alcanzar tal o cual
blanco.
--El analista entonces no está de acuerdo.
--No lo está, pero dice "sí, sí".
--¿Qué significa el "sí, sí" del analista?
--Sólo significa "vamos a trabajar así, con las reglas
fundamentales de la sesión de psicoanálisis y no de otra manera". Cuando el
analista dice "sí" está aludiendo a un método.
--¿Un método que conducirá a dónde?
--El no lo sabe.
--Pero ¿qué quiere cuando lo aplica?
--El analista no tiene blanco propio.
--¿Que el paciente consiga lo que pretendía al someterse al
análisis?
--Allá él, ése no es su problema.
--¡Dios mío! ¿Y cuál es su problema? Si yo voy al analista,
quiero ser su problema.
--Es difícil contestar bien porque el analista es un ser humano
también. Y como tal se sentirá más tranquilo íntimamente siempre que los pacientes
pasen bien, se sientan mejor. Pero, de hecho ése no es su deseo profundo, su
preocupación.
--¿Cuál es su preocupación?
--Su preocupación es que el tratamiento se realice de tal manera y no
de tal otra. Y, si usted me pregunta a dónde va este trabajo, yo debo responderle que en
mi opinión el analista no lo sabe.
--Dijimos también que el analista no tiene una meta definida, que
su meta es aplicar el método. Esto no resulta demasiado claro. No sé si esa dificultad
no está vinculada con nuestra incapacidad de explicar nada de lo que hacemos sin pensar
en el "para qué".
--Creo que será más claro si decimos que lo que no sabe el analista
es a dónde va este método con este paciente. Porque no hay un destino que pueda preverse
para los obsesivos o los histéricos o los fóbicos. Hay una recomendación de Freud,
"el analista debe olvidar, en cada caso, lo que él sabe de su práctica
anterior".
--Pero volviendo a aquel ser humano que desconocía todo sobre el
análisis... El va a querer saber para qué sirve el análisis. ¿Usted qué diría?
--Parece un escándalo que el psicoanálisis no defina desde el
comienzo a qué apunta, un escándalo decir, como se decía hace un tiempo, que la cura
viene por añadidura. Si el analista hiciera público sus objetivos y su función, si su
misión social quedara firmemente establecida, muchos se tranquilizarían respecto de lo
que pasa en el consultorio de un analista, pero eso sería a costa de la transferencia. Y
sólo abriendo la escena transferencial es posible el paso de un lenguaje subjetivante, y
aunque cueste aceptarlo, sólo al final se puede decir a dónde condujo, entre otras
cosas, porque se trata de cuestiones muy particulares, de cada paciente en particular. Por
otra parte, y es algo que pasa a menudo, si alguien se arriesga a buscar su verdad en esas
pequeñas cosas como son un lapsus, un tropiezo, un sueño, es porque es más probable que
su verdad esté allí y no en lo "serio". Definir desde el inicio a qué apunta
el análisis sería arriesgarse a dejar caer esas pequeñas cosas por donde puede hablar
la verdad del sujeto. Entonces, no definir desde el principio a qué apunta el análisis
no es cuestión de incapacidad o capricho, sino un problema del cuidado necesario. Pero
claro, si el análisis no tuviera un poder de curación no habría sido inventado, o
habría desaparecido, cosa que no ha ocurrido.
--¿Con esto querría decir que todos los seres humanos somos
profundamente diferentes?
--Sí y no. Montevideo, Buenos Aires, Santiago son profundamente
diferente de París y en algún sentido no lo son. Porque son, por ejemplo, menos
diferentes que Ciudad de México. Es decir que todo es relativo.
--¿Se puede considerar que el psicoanálisis benefició a la
sociedad de este siglo?
--Es bien conocido que al inicio de este siglo el descubrimiento de
Freud sobre la sexualidad infantil -–hoy algo banal-- produjo un cambio.
--Benéfico...
--Yo me arriesgaría a decir que sí. (Lo dice con una risa tan
contagiosa que ambos reímos por un rato.)
--En verdad la pregunta fue muy mal formulada. Lo que yo realmente
quería era saber qué piensa sobre la vulgarización del acto sexual a través del cine,
el teatro y sobre todo de la televisión. Si le parece que eso es en algún sentido
positivo o decididamente no lo es.
--Ah, eso... No me parece una felicidad ver cada día en la televisión
a las parejas haciendo el amor. Esa vulgarización del sexo... Pero es un tema éste
-–junto con el de la violencia-- muy complejo, que exigiría un entrecruce de
opiniones, desde diferentes campos, el del sociólogo, por ejemplo, sería imprescindible.
Hay realidades, a veces, en que aun siendo protagonista el ser humano, el psicólogo puede
decir poco. Piense por ejemplo en esto. Durante las guerras no hay suicidios. Lo dijo
Durkheim quien descubrió que en esta situación el número de suicidios caía a cero.
--No sé si en los campos de concentración se llagaría al cero.
Pero allí, los suicidios fueron escasísimos.
--Frente a esto pensamos ¿es entonces el suicidio una decisión
absolutamente íntima? Yo diría que no. Parecería, más bien, que hay una decisión de
la sociedad que permite o no.
--Durante las guerras la sociedad no permitiría el suicidio.
--No lo estaría.
--Sería interesante saber qué piensa usted, de esa resistencia que
muestran las sociedades a no llamar conocimiento al que no proviene de las ciencias. Usted
en la conferencia bromeó varias veces con este hecho, llamando charlatanes a usted mismo
y a sus colegas.
--Si el analista no es un profesional, la conclusión inmediata sería:
"es un charlatán". En la medida en que el análisis es sólo una cuestión de
palabra, decir que es un parlanchín es una consecuencia inmediata.
--Aun cuando casi no habla.
--Sí, claro, aun cuando está callado la mayor parte del tiempo. Pero
el hecho de no ser una ciencia da permiso a la sociedad para ponerle el rótulo de
charlatanismo.
--¿Qué es lo que nos permite decir "esto es una
ciencia"?
--En la experiencia científica es una regla que puede cambiar el
observador sin que los resultados cambien.
--El observador puede cambiar porque la realidad está afuera y el
instrumento con que se mide está afuera.
--El observador no sólo puede cambiar sino que debe cambiar. Si sólo
existe un observador para registrar una experiencia y ésta depende únicamente de él, no
podremos hablar de experiencia científica. La experiencia sólo es científica cuando se
puede repetir con otro observador. ¿Y qué pasa en el análisis? ¿Se puede cambiar el
paciente o el analista?
--Cambiarían los resultados.
--Claro, cambiarían los resultados. Esto nos impide decir que es una
ciencia. Pero, y a pesar de que no es una ciencia, podemos decir que se trata de un
conocimiento racional. Hay un esfuerzo que pesa para que el saber analítico sea racional.
--El tratamiento que no muestra en el paciente transformaciones
deslumbrantes provoca odios tremendos. ¿Qué piensa sobre esto?
--Ir tres, cuatro veces por semana a hablar de no se sabe qué parece
algo absolutamente loco. "Paga ¿para qué?". Se preguntan muchos, "¿para
hablar?". Yo pienso que socialmente se dan dos sentimientos. Cierto prestigio
cultural a partir de algunas películas, --de Hitchcock por ejemplo--, y odio por otro
lado. Verdadero odio. Pasaba ya en la época de Freud. Odio al que se puede sumar miedo.
"¿Qué va a pasar con la conciencia de este individuo?".
--Creo que lo que dijo primero, "pagar para hablar", es lo
que más despierta odio.
--Sí, sí. También yo lo creo. "Derrochar tanto dinero y tanto
tiempo sólo para hablar". Hay un desprecio por la palabra.
--A pesar de ser la palabra el instrumento fundamental del
análisis.
--El único. No hay medicamentos, no hay cirugías. No hay otra cosa
más que hablar, hablar y hablar. Y callarse. Porque en el callarse está el secreto mismo
de la palabra. La palabra vale en tanto quien la dice también calla.
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