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400 pruebas que demostraban su inocencia no fueron tomadas en cuenta; muere a los 65 años con el hígado desecho por la tortura

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Un día de 2002, Isabel recibió la llamada que le anunció la peor de las tragedias del resto de su vida. José María, su único hermano, estaba desaparecido. “Éramos seis mujeres y hombre. Nos quedamos huérfanos a temprana edad. Mi madre estaba con nosotros pero carecía del sentido de la vida. Él fue quien se hizo cargo de nosotras”, recuerda Isabel.
Padre de tres hijos, empleado federal en la Comisión Nacional del Agua, era laboratorista y como sus demás hermanas, el trabajo complicaba que se pudieran ver con frecuencia, sin embargo una vez por semana o una vez por mes se reunía la familia completa.
Aquel día, una de las hermanas de Isabel le informó que José María estaba desaparecido. “Aun cuando no lo veíamos a diario, nos sorprendió que no apareciera. Todos comenzamos a buscarlo; yo acudí a la Comisión Nacional del Agua a preguntar por él y me dijeron que tenía dos días que no la habían visto.
A mi hermano lo interceptaron policías ministeriales de Tlaxcala en la Ciudad de México, cuando salía de su trabajo e iba hacia un laboratorio a que le realizaran una prueba, pues padecía diabetes y tenía que revisarse constantemente. Fue una detención arbitraria. Pero no fue al único, otras cinco personas en distintos puntos también fueron aprehendidos”, narra Isabel a Revolución TRESPUNTOCERO.
Los trasladaron a Tlaxcala. Pero desde su detención comenzó la tortura. Lo bajaron de su carro y le pusieron un trapo en la cabeza, para después subirlo a otro vehículo. “Desde el primer momento lo sujetaron de los cabellos y durante todo el camino lo fueron maltratando, él me lo dijo. Comentó que había pasado más o menos una hora u hora y media cuando lo bajaron del carro donde iba y lo subieron con los ojos cubiertos a otro, donde lo aventaron bocabajo. Ahí siente que hay otra persona además de él”, comenta Isabel.
A ambos los torturaron durante un trayecto de horas. José María narró que les pusieron una pistola en el recto y les gritaban que aceptaran lo que había hecho, pero ninguno de los dos sabían ni de qué se trataba el hecho, pero tampoco él sabía quién era la persona que iba a su lado.
Lo golpearon en la cabeza, le dieron puntapiés, todo lo que tuviera que ver con golpes, señala Isabel. Esto sucedía en cualquier parte del cuerpo. Él supo donde estaba solamente cuando le quitaron la venda de los ojos y logró leer: Procuraduría de Justicia del Estado de Tlaxcala. En los separos, narra, fue nuevamente golpeado, lo mojaron con varias cubetas de agua para después darle toques eléctricos, a ambos les quitaron completamente la ropa, los vendaron de los ojos y los metieron bocabajo a una cisterna, para después poner bolsas de plástico es sus caras para así asfixiarlos.
Sin faltar el clásico tehuacán también como método de asfixia, “los torturaron a más no poder y antes de siquiera pasarlos al servicio médico, fueron presentados a una conferencia de prensa y es ahí cuando José María se da cuenta que la persona que estaba a su lado era con concuño. Lo que le sorprendió. En aquel lugar frente a la prensa fueron presentados como miembros de una banda de secuestradores. También se habían dado cuenta que de otro carro bajaron a unos jóvenes, que no eran más que los hijos de su concuño.
Uno de los jóvenes gritó durante aquella conferencia que él no era secuestrador y que no sabía por qué lo habían llevado a ese sitio. Las arbitrariedades en el caso eran muchas, la más simple fue que los detuvieran en Distrito Federal y Estado de México y no los presentaran a un ministerio de cualquiera de estos dos puntos, sino que los llevaron hasta Tlaxcala y ahí los presentan en conferencia de prensa a todos los medios”, añade Isabel.
Quien agrega que, las diligencias de las autoridades fueron demasiado rápidas pero que aun con esto, “casualmente”, lograron por medio de un peritaje identificar por medio de grabaciones a los supuestos culpables no de uno, sino de dos secuestros. Los hechos sucedieron el 13 de agosto de 2002, y al día siguiente fueron trasladados a la Ciudad de México.
La familia de José María finalmente lo localizó y fue gracias a que él era diabético y permitieron que pasara gente de Derechos Humanos a verlo. “Yo entré a ver a mi hermano, quien estaba descontrolado tanto físicamente como emocionalmente. Él decía ‘no sé de qué se trata esto, no sé por qué me tienen aquí’.
Yo todavía ilusamente decía que iba a salir pronto. Pero él me decía que había llegado la televisión y los habían presentado como secuestradores y después les sacaron fotografías”. Ahí mismo, señala Isabel, habían periodistas que les decían que si ya habían detenido a miembros de su familia, seguro también seguirían haciéndolo con todos aquellos hombres. Lo que provocó el pánico en las hermanas de José María y enviaron a sus hijos en ese momento a otros estados.
Aunque después de 15 años, la familia no se explica cómo pudieron detener a sus familiares en distintos puntos, sin que hubiera conexión alguna. En los primeros meses se dieron cuenta que la defensa sería aún más difícil de lo que creían y es que aunque los abogados se encontraban seguros que podían resolver el caso, de inmediato lo abandonaban.
Esto porque eran perseguidos, amenazados además les advertían que habían identificado a sus familiares, les decían cuántos hijos tenían y quiénes eran. “Y aunque uno de ellos sí continuó desafortunadamente no pudo contra el sistema”.
De acuerdo a las declaraciones de los policías, a José María y a los otros cinco detenidos los aprehendieron cuando manejaban “muy sospechosamente” sobre la avenida central en el Estado de México. Señalaron que “ahí los alcanzaron a ver y realizan una inspección donde les encuentran drogas”.
Ante dicha acusación la familia se dio a la tarea de demostrar en qué lugar se encontraba cada uno de los detenidos. José María había estado en su trabajo, hubo testigos que se percataron de la detención. En otro de los casos había fotografías y las credenciales de horario de entrada y salida. Testimonios, todo esto no fue tomado en cuenta por las autoridades.
A ellos se les culpó de dos secuestros, de acuerdo a los peritajes presentados por las autoridades, ambos casos eran similares por lo que habían sido cometidos por la misma “banda de secuestradores”. Así es como la familia de José María, principalmente Isabel dio inicio a su propia investigación. Donde supo que en Tlaxcala 15 familias exigían justicia por los secuestros de sus familiares.
Todas ellas eran encabezadas por el presidente de Coparmex, quien hizo presión para que no los dejaran salir. Ya que argumentaba que las policías sí hacían su trabajo y eran los jueces quienes soltaban a los culpables; sin embargo, explica Isabel, los dejaban en libertad porque no había elementos para inculparlos. En el caso de su hermano no logró ser así, puesto que se pidió que el asunto jurídico fuera desarrollado en la Ciudad de México.
“La realidad es que la policía ministerial armaba bandas de secuestradores y los presenta diciendo que eran los responsables de los secuestros. En cuanto a las víctimas, en un primer momento soñaron que no conocían a las personas que les presentaron como sus secuestradores, pero en una segunda ocasión cambian su versión y dicen que sí son ellos porque reconocen su voz”, agrega Isabel.
Quien explica que a lo largo de los años han presentado poco más de 400 pruebas a favor de los detenidos, que derriban todos los argumentos y señalan gran cantidad de irregularidades, pero siguen haciendo caso omiso; el argumento es que “pesa más el testimonio de las víctimas”. Aunque nunca afirmaron y se basaron en un “creo que son ellos”.
Una más de las irregularidades, mencionada por Isabel, es que las víctimas siempre estuvieron en Tlaxcala, y en los momentos que estuvieron secuestrados, era justo los momentos en los que José María estaba en su trabajo, en la colonia San Juan de Aragón. Pese a demostrar esto, no fue tomado en cuenta.
“José María, falleció en 2014 y de acuerdo a los resultados de los estudios médicos fue porque tenía el hígado deshecho. Tenía hematomas provocados por los golpes. Primero presentó dolor abdominal, después gastritis y se le complicó con una neumonía. Le revisaron varios órganos pero al final de cuentas cuando hicieron una incisión supieron que era el hígado y aunque trataron de retirarle lo más que se podía, tenía menos del 10% del tejido bueno todo lo demás estaba deshecho. Además todas las enfermedades por las que pasó ya no le permitieron a él poder continuar con esto”, narra Isabel con voz entrecortada.
José María falleció a los 65 años. Y aunque nunca lo culparon con certeza, “tuvo que pagar con su vida el estar ahí y pagar por algo que no cometió. Al final de cuentas los secuestradores tenían su libertad. Nosotros nos convertimos en investigadores estuvimos indagando investigando en distintos sitios y se llegó a la conclusión que quien hizo todo este desorden y quien cometió los secuestros fue la misma policía de Tlaxcala”, afirma Isabel.
Y recuerda que uno de los involucrados era el subprocurador Enrique Bayardo del Villar; “era tío de uno de los secuestradores y se evidenció que la policía armaba todo este delito y después desafortunadamente yo no sé quién nos señaló y en esa le tocó estar a mi hermano. Bayardo finalmente fue ejecutado en un café en la Ciudad de México”.
En el expediente de José María, también se llegó a poner como “prueba” en su contra, una serie de supuestas llamadas telefónicas que había realizado el 13 de octubre de 2002, cuando al él lo detuvieron el 13 de agosto de 2002. Increíblemente fueron pruebas aceptadas que no se pudieron refutar.
De los seis detenidos dos pudieron salir en libertad y hoy quedan dentro de prisión tres de ellos y “desafortunadamente mi hermano falleció. Aunque nosotros fuimos amenazados y perseguidos nunca quitamos el dedo del renglón porque somos gente humilde pero no somos delincuentes”.
Isabel afirma que luchar contra ese tipo de autoridades la obligaron incluso a renunciar a su vida, puesto que vivió amenazas. “Después de trabajar yo buscaba pruebas, antecedentes, visitaba abogados a derechos humanos, llegaba a mi casa hasta pasadas las tres de la mañana y con todo el pánico del mundo.
Lo que podía pasar es que mataran a una de mis hijas porque es la manera en que acostumbran para callarte. Por eso se renuncia a la misma seguridad y se renuncia incluso a la vida de tus hijos. Porque podía llegar y abrir la puerta y encontrar a mis hijas destrozadas. Era una angustia que se me salía el corazón”, explica.
Lo anterior se debe, a que le advirtieron que había gente detrás de Isabel, que conocía su hogar, su vehículo y a sus hijas. Sin embargo, continuó su lucha y todos los martes durante 12 años, visitó puntual a su hermano.
“Pase con él cada día tres o cuatro horas; y en ese tiempo éramos las personas más felices del mundo, pero él estaba adolorido, estaba enfermo y no lo decía porque quería ver bien a sus hermanas. Finalmente la situación fue minando su salud y nos dimos cuenta que él temblaba, que ya no podía ni siquiera sostenerse”, describe.
José María no asistía al servicio médico de la cárcel, puesto que sentía pánico estar ahí, “porque no sabes en qué momento te pueden acuchillar”, decía. En tanto, Isabel afirma que “la cárcel es la circunstancia más terrible que uno se puede imaginar, tener que dormir con 16 o 20 reos en una celda de 4 por 4 metros es lo de menos, o que se tengan que amarrar a las rejas para no caerse sobre los otros cuando están dormidos, lo terrible es que a su celda se metieran las ratas y pudieran incluso estarlos mordiendo cuando estuvieran dormidos”, describe entre lágrimas Isabel.
“Cuando te enteras de todas esas realidades y lo que voy a decir es posiblemente lo más fuerte que he dicho: Creo que es mejor estar muerto que estar ahí. Y si hay una justicia y si existe Dios, qué bueno que se lo llevó porque ya no está sufriendo lo que padecía ahí”, afirma.
En una primera sentencia a José María le dieron 77 años, que bajó por muy pocos años, en una apelación. Isabel tiene grabado en su memoria cuando el padre de una de las víctimas dijo “sé que no son ellos pero no me puedo desdecir; tengo que seguir manteniéndome en esta situación”. Y aunque los buscaron jamás quisieron tener contacto con la familia.
Han pasado 15 años ya y actualmente se ha llegado al punto donde se ha informado de una reposición del proceso. “Qué incongruencia, 15 años después nos reponen el proceso para que sea nuevamente valorado. 15 años de la vida para que después se conceda revisión y que te digan que ‘no fueron ellos’.
Es muy estúpido decir quiero que me pidan disculpas públicamente, de qué me sirve una disculpa. Cómo regresas 15 años de la vida. Mi hermano pasó por un proceso de enfermedades largo donde fue muy mal atendido. Tuvo muy mala calidad en el servicio de la penitenciaría.
Alguna vez me atreví a denunciar ante derechos humanos que no tenía buena atención y mi hermano me pidió que retirara la queja. Porque lejos de ayudarlo lo perjudicó. Comenzaron a reclamarle que se hubiera ido a quedar y fue quemado con agua hirviendo aún con la enfermedad que tenía era maltratado más terriblemente”, narra Isabel.
Por lo que tuvo que retirar aquella queja. “Porque están lugar de ayudar perjudicó a mi hermano a ese nivel estamos con la aceptación de los derechos humanos en las penitenciarias. Era imposible que pudiera sobrevivir con los paliativos del paracetamol o alguna pastilla para el dolor que algunas veces le acercábamos de manera clandestina.
Cuando su salud se fue deteriorando fue trasladado a un hospital obviamente del sector salud porque es lo único que se permite a los presos. Pero requería servicios médicos como tomografías, electrocardiogramas y otros estudios que no tenía en ese hospital y tenía que ser trasladado. Fuimos testigos, porque estábamos afuera haciendo guardia las 24 horas en la calle, cuando era trasladado, lo sacaban no en una ambulancia sino en las camionetas de la penitenciaría y era trasladado sin camilla”.
José María viajaba en esas camionetas aún con todo lo deteriorado que se encontraba y con el grado de enfermedad. Cuando le iba bien le ponía un cartón. En un mes todo se complicó y finalmente falleció. “Es algo tan terrible que no entiendo cómo pudimos sobrevivir a esto. Nosotros dormíamos en la banqueta afuera del hospital y hacíamos guardia las 24 horas porque en cualquier momento daban 10 minutos para entrar a verlo. La última semana estuvo inconsciente, con respirador y entubado todo el tiempo. Estuvimos pendientes hasta que se fue”, describe Isabel.

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