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¿Es posible la organización colectiva?

Alba Villanueva

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¿Qué tienen proyectos colaborativos como el 15M o Wikipedia que han logrado objetivos que parecían inalcanzables? En España, el movimiento ciudadano 15MpaRato ha llevado a los tribunales al exjefe del FMI Rodrigo Rato por estafa. En China, el activista y artista Ai Weiwei, junto a un equipo de voluntarios, sacó a la luz una investigación ciudadana para denunciar la muerte de 5,385 estudiantes tras el terremoto de 2008 en Sichuan. La enciclopedia de edición libre Wikipedia ha llegado a más de 37 millones de artículos en 287 idiomas, redactados conjuntamente por voluntarios de todo el mundo, superando a enciclopedias como Microsoft Encarta o la Encyclopedia Britannica. Y el proyecto de código abierto Firefox, que ha sido reconocido por el Instituto Ponemon, es referente mundial en la investigación de seguridad informática como el navegador de internet más fiable en cuanto a privacidad.
Una de las principales fuerzas que mantiene y hace posible proyectos como estos, es la motivación. Pero como apunta Samer Hassan, investigador de la comunidad Open Data Lovers (ODL) y desarrollador de la app Teem, “no hay solo una razón para involucrarse en un proyecto”. Yochai Benkler, Aaron Shaw yBenjamin Mako Hill, ya pusieron de manifiesto en su estudio Peer production: a form of collective intelligence, la existencia de una gran diversidad de motivaciones que nos impulsan a colaborar: hay quienes contribuimos para aportar algo al bienestar común; por reciprocidad, reputación o visibilidad; oportunidades laborales indirectas, sentirnos parte de un grupo o simplemente por estar conectadas.
Sin embargo, la eterna pregunta todavía sin resolver es: ¿cómo logramos mantener en el tiempo esa motivación que sostiene a los proyectos colectivos?

Hacer sostenibles proyectos colaborativos

Samer explica cómo la desigual distribución del trabajo que se da en todos los proyectos colaborativos es el principal factor que dificulta su sostenibilidad, lo cual va ligado al grado de motivación, el tiempo y la capacitación de las personas que participan.
En el caso del movimiento transnacional Marea Granate, formado por emigrantes del Estado español, las principales dificultades que encuentran para mantener su actividad son: la precariedad, las vidas cambiantes y el futuro incierto, tal como explica Marta Rodríguez del Grupo de Coordinación. “La necesidad de personas que hagan tareas es real”, según comenta Mónica Hidalgo, quien participa activamente tanto en la plataforma ciudadana No Somos Delito(NSD) como en el Solar Autogestionado Maravillas. Lo mismo sucede en la Red de Huertos Comunitarios de Madrid donde la continuidad en el compromiso es una de las principales debilidades, según comenta Pablo Llobera del grupo motor de la red.
Las investigaciones realizadas por el proyecto europeo P2Pvalue, centrado en el estudio de comunidades que gestionan bienes comunes, confirman cómo, por lo general, el grado de participación en estas comunidades no es equitativo. Han detectado que suele haber un grupo relativamente pequeño (1%) que se encarga de tirar del proyecto. Luego está un grupo normalmente más grande de gente (9%) que colabora ocasionalmente. Por último, una gran población (90%) con un rol más pasivo, que hace de audiencia.

Cómo aumentar la motivación

Distribuir las tareas acorde a las capacidades de cada una, generar redes de apoyo mutuo con otros colectivos, la autoformación de todas para el empoderamiento personal y colectivo, sentir el cariño y cuidado del resto o los momentos de distracción y de alegría, son clave para aumentar la implicación. Pero lo más importante, según Hidalgo, es que se visibilicen resultados reales que motiven a las personas a seguir.
Para Marea Granate, la motivación está en buscar aquello que nos une y empoderarnos con proyectos comunes que nos hagan sentir realizadas. En el caso de los huertos comunitarios, compartir un interés común como es la preocupación por una alimentación sana ha conseguido articular un movimiento construido por las vecinas. “La horticultura es en realidad una excusa, que consigue unir a gente de diferentes ideologías que en otros espacios no son capaces de convivir”, comenta Pablo Llobera.
El nivel de implicación, según Iago Bermejo, coordinador del laboratorio de inteligencia colectivaParticipa Lab de Medialab Prado (Madrid), también depende del grado de democracia interna que tenga el proyecto, que lo hace más o menos inclusivo.

El impulso de las herramientas digitales

Todas coinciden en que las tecnologías nos ayudan a aumentar la participación, el intercambio de ideas, la difusión y la comunicación interna. La mayoría de estos proyectos usan en su trabajo diario herramientas como los chats de Telegram, las listas de correo, redes sociales o pads. “Sin toda esta tecnología, la mitad de las acciones que hemos llevado a cabo en No Somos Delito, no habrían sido posibles”, apunta Hidalgo. Además, las nuevas tecnologías han conseguido romper con el sistema clásico de participación, derribando las barreras espacio temporales que separan a la gente, tal como señala Bermejo.
Por lo general, las herramientas digitales ayudan a facilitar procesos y estructuras, porque como dice Hassan, “esa famosa inteligencia colectiva no surge sola, hay que ayudarla, canalizarla”. Hassan cita el ejemplo de Teem, una plataforma creada para facilitar la colaboración de nuevas personas en proyectos colectivos. “Hemos creado esta aplicación de software libre precisamente porque queremos ayudar a reducir el muro que existe entre las personas que están ‘dentro’ de un proyecto y las personas que disfrutan de lo que genera pero no tienen ni idea de cómo funciona ni de cómo colaborar”, explica.
No hay duda de que internet ha dado un fuerte impulso a proyectos colectivos de todo el mundo, facilitando la colaboración entre personas organizadas en base a un modo de trabajo abierto y horizontal, hasta convertirse en un medio clave para su expansión. Como tampoco hay duda, de que los espacios físicos y el contacto real entre personas siguen siendo centrales si queremos asentar unas bases sólidas de confianza que fortalezcan las estructuras internas de los proyectos colectivos. Las tecnologías pueden ayudarnos a facilitar la participación, pero la respuesta a cómo abrir los proyectos a la colaboración de nuevas personas está en nosotras mismas.
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