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“Tenía de frente a los federales; me dispararon en la parte izquierda de la cabeza y la bala salió por mi mejilla”

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(20 de julio, 2017. Revolución TRESPUNTOCERO).- El joven de 23 años, sintió un fuerte golpe en la parte de atrás de la cabeza y de pronto vio como fluía gran cantidad de sangre sobre su rostro. Lo que lo hizo gritar y corrió en busca de ayuda, posiblemente lo hizo durante 200 metros, hasta llegar a la altura del hotel Juquila, donde se había mencionado, habían policías agazapados disparando.
El cuerpo de Juan José cada vez estaba más débil, sin embargo tuvo la suerte que quienes ahí se encontraban lo ayudaran a salir de aquel escenario y llevarlo a una clínica para su atención. El joven, originario de Nochixtlán, Oaxaca, viene de familia de maestros, sin embargo ese dato poco o nada importó aquel 19 de junio de 2016. 
Los policías no atacaron a maestros, dispararon contra todo un pueblo. Aquella mañana poco antes de las ocho, Juan José escuchó un insistente repique de campanas, lo que lo llevó a preocuparse, principalmente al escuchar gritar a su madre que decía que su padre no estaba en casa. 
Por lo que el joven se alarmó y salió a buscarlo, ahí en las calles encontró gente llorando, gritando, intentando huir. “Al llegar unas cuadras más cerca del centro ya era bastante visible el humo que provenía del panteón, por lo que decidí ir en busca de mi padre y de mis otros familiares
Yo no traía nada en las manos ni siquiera un suéter porque realmente no sabíamos qué era lo que estaba pasando, solamente queríamos saber de nuestros familiares. Pero al llegar a ese punto ya era otra la situación que se estaba viviendo”, detalla Juan José a Revolución TRESPUNTOCERO.
Eran las ocho de la mañana aproximadamente cuando el joven llegó a la altura del panteón. Para esa hora los policías ya habían dejado muy atrás el bloqueo de los maestros, 600 metros aproximadamente, ahora las balas, los golpes y los insultos estaban centrados en la población. 
“Ya estaban agrediendo a la población por eso decidimos involucrarnos también. Estaban agrediendo al pueblo por defender lo que es nuestro. Yo me encontraba cerca del panteón, con otro grupo de chavos, pero solamente habíamos conseguido piedras y palos.
Tratamos defendernos con eso pero la represión estaba muy fuerte. Tenía de frente a la policía Federal. Fue ahí donde yo sufrí un impacto por arma de fuego. Me pegó una bala en la parte izquierda de la cabeza, me atraviesa y sale por lo que es mi mejilla a unos escasos centímetros en mi nariz”, detalla. 
En la acción estuvo a 30 metros de la policía, y después un poco más cerca, cuando le tocó ver a los estatales los cuales portaban armas cortas -tipo escuadras-, a ellos se sumaron los federales que tenían armas largas.
El muchacho también tuvo golpes y heridas por piedras. “Cualquier cosa soportable a comparación de la herida por arma de fuego. En el ISSSTE solamente me pusieron unas gasas para tratar de detener la hemorragia que se estaba provocando en mi cuerpo.
Posteriormente en una camioneta me trasladaron a otro hospital, pero detuvieron al conductor y le dijeron que no tenía caso que me llevara ahí porque el lugar estaba tomado y rodeado por los policías. Regresamos al centro de salud. Ahí  no solamente estaba perdiendo sangre, estaba también perdiendo la vida. No pude quedarme más tiempo en la camilla porque habían muchos más heridos y con mayor gravedad”.
Ahí, en la sala de espera imperaba el rojo de la sangre que se extendía por los pasillo, había heridos por golpes, pero también los que tenían impactos por arma de fuego en la cabeza, en el estómago, “era evidente que las balas habían sido disparadas a matar”, indica.
Lo anterior acompañado por pánico, llantos y gritos, ante los comentarios que los policías llegarían a “borrar” evidencias, es decir, terminar de acribillar a los heridos. Lo cual sí sucedió en algunos puntos de atención médica, donde aventaron gases lacrimógenos dentro de los hospitales. 
Aunque ha pasado poco más de un año, la vida de una víctima por arma de fuego no mejora con la misma rapidez con la que la sociedad olvida, explican los afectados. Para Juan José la recuperación ha sido dolorosa y costosa.
Desde el momento en que le lavaron el orificio que dejó la bala, intentando limpiar los residuos de pólvora, pasando por el momento en que se sutura la herida, “a sangre fría” lo califica él, puesto que no hubo ningún tipo de anestesia. Hasta los días en los que los dolores no se detenían, porque en efecto, sí había fracturas y urgía una operación. 
“Estuve durante dos meses y medio con la mandíbula cerrada por lo que la alimentación era sumamente difícil. Me deprimí por ver mal a mi familia”, lamenta el muchacho, quien tuvo que tolerar aproximadamente 40 inyecciones en menos de dos semanas como parte de un tratamiento insoportable y angustiante, describe. 
“Esta agresión no fue directamente hacia los maestros, como sea habían entrado ya al pueblo atacando casas, desde hacía mucho habían logrado obtener la pista. Entonces ¿por qué meterse a lo que es la población? Eso provoca coraje, ver a amigos y conocidos ya heridos gravemente y algunos más muriendo pero de manera lenta”, puntualiza Juan José. 
Por su parte, el maestro Eloy López Hernández, Secretario General de la Sección 22, detalla a Revolución TRESPUNTOCERO, que al llegar al punto donde se estaba desatando toda esta violencia, “efectivamente era una zona de batalla, pero una muy dispareja. Nosotros contábamos con palos, piedras, cuetes y agua y por parte del Estado había un helicóptero con gases lacrimógenos, con armas de alto poder. Con todo sus policías queriendo reprimir a un grupo de maestros.
Pero el pueblo Mixteco hizo un llamado de apoyo y más tarde no solamente era Nochixtlán apoyando al magisterio, habían otros poblados haciéndolo. Fue una batalla dura, en la cual yo viví el momento en que hieren a un compañero con un arma de fuego de alto poder. A su vez cuando se terminan los hechos violentos, acudí al anfiteatro a reconocer al hijo de un familiar. Fue un momento impactante, ver todos esos cuerpos sin vida y la manera en que se encontraban heridos. No puede uno creer ni asimilar que el Estado sea quien mate a los ciudadanos”. 
A su vez, reitera que el helicóptero desde el cual aventaban gases, también dispararon, lo cual, comenta, provocaba que no pudieran avanzar y hacer que las fuerzas federales se replegaran y cesara la violencia. “Cada uno de nosotros teníamos furia e impotencia porque estábamos viendo como mataban fríamente a nuestra gente, gente inocente. 
Fue un día negro, donde corrió sangre, cayeron cuerpos sin vida y eso jamás vamos a olvidarlo. Es una situación que nos impulsa a seguir adelante, por los caídos no vamos a permitir las reformas”.
Horas después, cuando hicieron recuento de caídos y heridos, apunta el maestro, “entendimos que era el inicio de una gran lucha. A un año de la masacre no ha llegado la justicia, sin embargo nosotros creemos firmemente que la manera en que hemos desarrollado la lucha continuará con la constante de exigir justicia, siempre coordinados con el Comité de Víctimas para lograr el objetivo”. 
López Hernández enfatiza que, Nochixtlán no tiene comparación con ningún otro atentado. Quienes dieron la orden fue a matar, declara. Fue el Estado, es decir se señala a todos los órganos de gobierno, porque son responsables del cuidado y de la protección de los ciudadanos de México y por eso señalamos a las autoridades municipales, estatales y federales”, finaliza el maestro Eloy López Hernández.
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