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"El imaginario del
Estado-nación no es un imaginario alternativo al neoliberalismo" //
Entrevista a Laval y Dardot, junio 20, 2017, por Amador Fernández-Savater
La pesadilla que no acaba
nunca (Gedisa) es el último libro
traducido al castellano de la pareja intelectual que forman los franceses
Christian Laval (sociólogo) y Pierre Dardot (filósofo). El título hace
referencia al hecho de que la crisis más grave en muchas décadas no ha traído
consigo una transformación sustancial del capitalismo (como pasó en 1929), sino
la radicalización de su forma neoliberal.
Esta intensificación de la lógica
neoliberal –que coloniza las instituciones públicas, las relaciones entre los
seres y el interior de nosotros mismos– amenaza ahora incluso las formas más
light de la democracia (democracia electoral, liberal-representativa). La
crisis es la ocasión perfecta para lanzar una auténtica "guerra
política" contra todos los obstáculos que frenan la profundización de la
lógica del beneficio.
Es urgente y vital esbozar un
nuevo tipo de pensamiento y acción transformadora-revolucionaria capaz de estar
a la altura del desafío que plantea el "devenir-mundo del capital".
Según Laval y Dardot, la alternativa no pasa por renovar el soberanismo o la
socialdemocracia, sino por las "políticas de lo común". Es decir, las
prácticas de democracia radical que hacen de cada uno de nosotros un agente
activo en la configuración de la realidad.
1- Según vosotros, el
neoliberalismo es un proyecto directamente anti-democrático, en el sentido de
que se opone (tanto en la teoría como en la práctica) a cualquier atisbo de
soberanía popular (incluso la liberal-representativa). ¿Podríais explicar esto?
Efectivamente, es importante
volver sobre el proyecto en sí, tal y como fue elaborado a lo largo de varias
décadas (desde finales de los años 30 hasta finales de la década de 1960). Hay
que tomárselo en serio, en lugar de ignorarlo con el pretexto de que se trata
de un adversario intelectual y político. No es que este proyecto haya impuesto
directamente las políticas neoliberales de los años 1970-1980. Las vías
emprendidas por los diferentes gobiernos fueron distintas, desde la dictadura
militar de Pinochet en Chile, que en algunos aspectos hizo las veces de
laboratorio, hasta los gobiernos de Thatcher y Reagan. Pero más allá de esta
diversidad en las formas, lo cierto es que el proyecto neoliberal no dejó de
ser desde el origen un proyecto antidemocrático, en todas sus variantes.
El periodista y ensayista
estadounidense Walter Lippman, uno de los inventores del neoliberalismo antes
de la Segunda Guerra Mundial, estaba preocupado ante todo por la
"ingobernabilidad" de unas democracias sometidas "al dictado de
las opiniones públicas". Hayek no dejó de denunciar la omnipotencia del
poder legislativo, para mejor oponer la "demarquía" a la
"democracia": la demarquía excluye la democracia en la medida en que
sustituye la soberanía del pueblo por el gobierno de las "leyes".
Pero por "leyes" hay que entender las reglas de derecho privado y
penal en tanto que independientes de toda voluntad legislativa. Son estas
reglas las que deben guiar la voluntad del propio legislador. De esta forma,
Hayek imagina una corte constitucional superior a todos los demás poderes
encargados de velar por la intangibilidad de estas "leyes".
Sin embargo, la corriente del
neoliberalismo que, en este sentido, ha terminado siendo la mayor y más
influyente es sin duda la del ordoliberalismo alemán. La originalidad de esta
corriente, cuyo fundador fue Walter Eucken, consistió en que propuso desde muy
temprano que se incluyera una Constitución económica en la Constitución
política de cada Estado, de manera que se garantizara que cualquier política económica
respetaría la inviolabilidad de esos principios constitucionales. Se trata de
los mismos principios que fueron a continuación consagrados por la construcción
europea: estabilidad monetaria, equilibrio presupuestario, competencia libre y
no viciada. En Alemania y en Europa, estos principios inspiraron directamente
la creación de bancos centrales independientes, cuya función consiste en velar
por ellos, eventualmente contra la voluntad de los gobiernos y los parlamentos,
y siempre contra la de los pueblos.
En definitiva, aquí está el
corazón de la lógica neoliberal: elevar las grandes orientaciones de la
política económica por encima de cualquier control democrático, de manera que
todos los gobiernos futuros quedan maniatados de antemano independientemente de
las alternancias electorales. Lo que el neoliberalismo no tolera es simplemente
la democracia electoral bajo su forma más elemental, así como la división de
poderes, pues ambas suponen un obstáculo para esta
"constitucionalización" de la política económica. Con esto es con lo
que nos encontramos hoy bajo las más diversas formas: un proceso ya bastante
avanzado de salida de la democracia liberal-representativa, en beneficio de un
sistema de gobernanza informal que implica tanto actores privados como estatales.
Estado-nación y neoliberalismo
2- Hay en toda Europa un auge del
nacionalismo, que vosotros explicáis como "el deseo de restaurar una
soberanía perdida, fantaseada sobre un fondo nostálgico y reactivo". Pero,
¿se trata de un fenómeno uniforme? Por ejemplo, en España hay sectores de
izquierdas muy implicados en el proceso independentista catalán. Se expresa ahí
un rechazo del Estado español desde una perspectiva "social" y
"progresista". ¿Veis alguna posibilidad de emancipación en la vía
estatal-nacional?
Conviene desconfiar de la
tentación de la uniformización a la que nos lleva un uso indiferenciado de los
términos de nacionalismo o populismo. El nacional-populismo de un Donald Trump
y el neofascismo de una Marine Le Pen son, por ejemplo, el producto directo de
más de 35 años de dominación neoliberal y no ponen en cuestión de ninguna
manera la lógica de esta dominación. Representan incluso más bien una forma
agravada de la misma: desregulación financiera, reducción de los impuestos a
los más ricos, etc. El neoliberalismo concilia bien con el nacionalismo
xenófobo, así como con muchos otros tipos de ideologías reaccionarias, como
podemos ver hoy en día en Turquía o en Brasil.
No podemos confundir bajo una
misma etiqueta sumaria las aspiraciones de constituir un Estado por parte de
pueblos que no han dispuesto jamás de un Estado independiente (Escocia,
Cataluña, País Vasco, etc.) con el nacionalismo reaccionario que se desarrolla
en las naciones hace tiempo constituidas en Estados o que ejercen un control
sobre "minorías" desde un Estado que conquistaron en la noche de los
tiempos. Las aspiraciones nacionales de los pueblos escocés y catalán no tienen
el mismo sentido que el nacionalismo que se ha expresado con ocasión del
Brexit, que procede, por un lado, de la nostalgia de una grandeza perdida que
se trataría de restaurar y, por otro, del resentimiento de poblaciones
condenadas a la pobreza y a la relegación.
Con todo, no es menos cierto que
sería vano alimentar una ilusión sobre la posibilidad de que un pueblo
conquiste el derecho al autogobierno en el interior de la Unión Europea, tal y
como ésta está construida desde sus orígenes. La estrategia que consiste en
apoyarse en la Unión Europea para aflojar el nudo del Estado que niega todo
derecho nacional está condenado al fracaso. Hay que entender que una
integración de estas nuevas entidades en la Unión Europea no se haría en
condiciones muy distintas de aquellas que se les impusieron a las naciones de
las que forman parte (España, Gran Bretaña). Lo cual significa que estas
naciones (Cataluña, Escocia) no serían "reconocidas" más que a
condición de someterse a la lógica ordo-liberal de la Unión Europea, lo que
conduciría tarde o temprano a privarles de toda forma de autogobierno.
En resumen, la ilusión estaría en
creer que se puede proceder en dos tiempos o etapas: primero, una unión
ecuménica orientada a conquistar la independencia, que haría abstracción de las
oposiciones entre intereses sociales antagonistas, y sólo después, una vez
conquistada la independencia, una confrontación en torno a las cuestiones
sociales entre los "hermanos" de ayer. Hay que evitar absolutamente
la ilusión de una gran familia o de una comunidad soldada, preservada de toda
conflictualidad interna. Las oposiciones sociales deben emerger desde el
interior mismo del combate por el reconocimiento de los derechos nacionales a
partir de hoy mismo.
3- ¿Cuál sería entonces vuestra
alternativa? ¿Qué otra Europa podemos concebir (al menos como horizonte) desde
el imaginario de las políticas de lo común?
Hay que abrir desde hoy mismo la
perspectiva de una Federación democrática de los pueblos europeos por parte de
aquellos que combaten para conquistar el reconocimiento de sus derechos
nacionales. Tal y como lo supo ver Castoriadis en 1992, una federación de este
tipo no podría ser democrática más que a condición de ser una Federación de
unidades políticas autogobernadas.
Es decir, por un lado, el
principio de la autonomía implica el derecho de toda comunidad nacional a
organizarse según la forma política que desee, incluyendo la del Estado-nación.
Pero, por otro lado, este mismo principio de autonomía, que es válido para toda
colectividad humana, implica la superación del imaginario del Estado-nación y
la reabsorción de la nación en una comunidad más vasta, que englobe en último
término a la humanidad entera. Un común encerrado en fronteras nacionales no es
un verdadero común: cualquiera que sea su escala y carácter (político o
socioeconómico), lo común está necesariamente abierto al exterior y esta apertura
debe manifestarse por la preocupación de integrar sus relaciones con las otras
sociedades en su propio funcionamiento interno.
Hay que insistir en este punto:
el imaginario del Estado-nación no es un imaginario alternativo al
neoliberalismo. Si tal imaginario, lejos de haberse diluido, se ha visto en
gran medida reforzado en estos últimos años, se debe en primer lugar a la
"maquinaria político-burocrática" que constituye la Unión Europea. El
impasse actual viene del hecho de que, como decía Castoriadis, ciertos pueblos
ya constituidos en Estados quieren volver a la soberanía nacional-estatal,
mientras que los otros están preocupados sobre todo por la idea de llegar a
constituirse en una forma estatal "independiente", sin importar el
coste ni el contenido. Pero la competencia entre soberanías, lejos de debilitar
la lógica del neoliberalismo, no hace sino alimentarla y reforzarla.
Vieja y nueva socialdemocracia
4- Podríamos pensar la crisis que
está atravesando actualmente el PSOE como una forma nacional particular de la
crisis que afecta al conjunto de la socialdemocracia europea. Vuestro análisis
sobre esa crisis es muy duro: afirmáis que la socialdemocracia no ha sido una
víctima, sino un actor decisivo de las políticas neoliberales,
autodestruyéndose en el proceso.
La socialdemocracia europea ha
sido, y lo es más a día de hoy, la primera responsable de la puesta en práctica
de las políticas de austeridad. Así, cuando fue mayoritaria en Europa a finales
de la década de 1990 y principios de la del 2000, sus dirigentes agravaron la
deriva anterior, en lugar de iniciar una re-orientación de la política europea.
Procedieron a desmantelar sistemáticamente el derecho al trabajo, por la vía de
una mayor flexibilización del mercado laboral (Blair, Schröder, Hollande,
Renzi).
El ejemplo de Francia es muy
elocuente: muy pronto, a lo largo de la década de 1980, bajo la égida de
Mitterrand, la socialdemocracia tomó la iniciativa de la liberalización del
sector financiero, aventajando por esta vía a bastantes gobiernos neoliberales,
hasta el punto de hacer las veces de entrenamiento para estos últimos.
Convertido desde principios de la década de 1980 a las virtudes de la
competencia, Hollande no ha dejado por su parte de soñar con ser el Schröder
francés, con vistas a dejar el recuerdo de un hombre de Estado valiente, capaz
de dominar la hostilidad de la opinión pública.
Más en general, es el lugar
histórico de la socialdemocracia lo que está amenazado, en razón del cierre
institucional impuesto por el sistema neoliberal. Hoy en día la
socialdemocracia se ve ante la siguiente disyuntiva: sumarse o romper. Pero
sumarse es condenarse a morir, tal y como muestra la experiencia de estos
últimos años, y romper es asumir el riesgo de un enfrentamiento con el sistema,
algo que le resulta igualmente insoportable. Sus dirigentes han preferido
suicidarse antes que resistir.
Hay que tomar de una vez
conciencia de este hecho: la socialdemocracia ha dejado de existir y nadie
podrá resucitarla, ya que el sistema ha destruido todo espacio o todo margen de
maniobra para que pueda operar una contra-fuerza en su seno. Bajo este
apelativo de "socialdemocracia" lo que hay en realidad son izquierdas
neoliberales que, ya de entrada, inscriben su acción en el mismo marco que las
derechas neoliberales. He aquí por qué a nosotros nos parece más correcto
hablar de una "razón política única", en lugar de un "partido
único".
5- La "nueva política"
se presenta en ocasiones a sí misma como "una nueva
socialdemocracia", una socialdemocracia que sería "real" y no
una opción neoliberal disfrazada de izquierda. ¿Qué pensáis de esta
posibilidad?
Preconizar la vuelta de una
"socialdemocracia real" es ilusorio, por mucho que parezca reflejar
la famosa fórmula de los Indignados: "Democracia real ya". Pues aquella
fórmula debía su fuerza al cuestionamiento directo de la democracia llamada
"representativa": significaba en el fondo que esta última no era
"realmente" una democracia y que la democracia, para ser real,
implica la coparticipación de todos los ciudadanos en los asuntos públicos. El
principio político que nosotros llamamos "lo común".
El objetivo de constituir una
"socialdemocracia real" parte de una constatación compartida por
muchos: la vieja socialdemocracia (el PSOE, por ejemplo) ya no sería realmente
una socialdemocracia, en razón de su alineamiento puro y simple con el
neoliberalismo. Esa constatación es cierta, pero ¿por qué habría que deducir de
ahí que hay que ocupar el espacio que ocupaba y que su fracaso político ha
dejado vacante? Más bien conviene poner en cuestión la posibilidad de
reconstituir una verdadera socialdemocracia en las condiciones de
transformación neoliberal de las instituciones estatales. La verdad es que esta
transformación, debido a su carácter irreversible, impide definitivamente toda
vuelta hacia atrás: pura y simplemente, los márgenes de maniobra que
permitieron históricamente a la socialdemocracia jugar su papel han dejado de
existir.
Ya no nos podemos imaginar
construir paso a paso, y sin salirnos del marco parlamentario, una relación de
fuerzas que permita obtener concesiones en materia de democracia social.
Debemos recordar que esta estrategia sólo pudo funcionar en las condiciones
propias de la democracia representativa clásica. Ahora bien, tal y como creemos
haber dejado claro en el libro, el neoliberalismo tiende a vaciar dicha
democracia de todo contenido. Así pues, en nombre del combate por una
"democracia real" hay que asumir esta imposibilidad de volver a la
socialdemocracia.
En otras palabras: hay que elegir
entre la "socialdemocracia real" y la "democracia real".
Querer la "socialdemocracia real" es correr tras un espejismo: al
final del camino renunciaremos a la "democracia real" sin haber
restaurado siquiera la democracia representativa. Simplemente, corremos el
riesgo de adaptarnos pasivamente al marco antidemocrático que impone el
neoliberalismo, entrando así en la vía suicida de la normalización política
como un partido más. Porque en ausencia de aquella democracia en su forma
parlamentaria clásica ninguna socialdemocracia puede llegar a ser
"real".
Gobernar desde el Estado y
gobernar contra el Estado
6- Podemos y las candidaturas
municipalistas se presentaron a las elecciones bajo la consigna de "poner
las instituciones de nuevo al servicio de la gente". Sin embargo, uno de
los descubrimientos que han hecho muchos compañeros que han accedido al poder político
ha sido hasta qué punto las instituciones no sólo son una herramienta que pueda
"usarse bien o mal" (al servicio de la gente o de la oligarquía),
sino que son "intrínsecamente neoliberales" en sus maneras de pensar
y actuar, de contratar y evaluar, etc.
La experiencia de la
participación en las instituciones políticas tiene, en efecto, mucho que
enseñar a todos los que tengan la ambición de volverlas contra la lógica
neoliberal: uno se da cuenta enseguida de que estas instituciones no son
simples medios susceptibles de servir a fines distintos y opuestos, sino que
han sido rediseñadas hasta en su funcionamiento y sus métodos de trabajo por
décadas de racionalidad neoliberal.
Las instituciones no son neutras,
no más que el Estado en general. Por consiguiente, la cuestión no es tanto
entrar en las instituciones para hacer de ellas armas en el combate contra la
oligarquía neoliberal, sino hacer de las instituciones un nuevo terreno de
lucha. Más en concreto, se trata de trabajar activamente, desde el interior y
al mismo tiempo desde el exterior, para subvertir la lógica del Estado y de sus
instituciones, que es en el fondo una lógica propietaria y monopolizadora.
Esto vale muy particularmente
para los gobiernos municipales, que deben construir una relación de fuerzas
contra el Estado central apoyándose en los movimientos sociales y trabajando en
la coordinación de las municipalidades "rebeldes", siguiendo el
ejemplo de lo que ha puesto en marcha Barcelona en Comù.
7- Vosotros utilizáis la fórmula
"gobernar contra el Estado", ¿qué significa?
Lo que la experiencia de la
participación en el poder del Estado demuestra de forma apabullante es que
aquellos que pretendieron tomar el poder para servirse de él como si fuera un
instrumento neutro terminaron por convertirse en engranajes de un poder de
Estado convertido a su vez en un fin en sí mismo, que funciona en pos de su
propio reforzamiento y perpetuación. Ya va siendo hora de comprender que la
administración del Estado obedece a una lógica autónoma con respecto a la
acción de los gobiernos, cuyo horizonte temporal es bastante más limitado y
que, en las condiciones actuales, esta lógica es una lógica a la vez
burocrática y de gestión.
Un gobierno que se preocupe
realmente por actuar en el sentido de los intereses del pueblo deberá darse
cuenta de esto. Deberá apoyarse en las iniciativas tomadas desde abajo, es
decir, impulsarlas y favorecer su coordinación, para quebrar, si es preciso, la
resistencia de la administración pública e imponer una transformación de las
reglas de funcionamiento de dicha administración con la vista puesta en una
democracia que integre a los ciudadanos en los procesos de deliberación y de
decisión. Lo que nosotros entendemos por "gobernar contra el Estado"
no es ni más ni menos que esto: el Estado neoliberal no es el aliado natural de
un gobierno democrático, sino que es más bien un adversario cuya resistencia
sólo podremos superar apoyándonos en las movilizaciones y en las experiencias
surgidas de la propia sociedad.
Lo común: una nueva imaginación
política
8- Afirmáis que no se puede
entender la fuerza que tiene el neoliberalismo hoy sin entender la gran
pregnancia de su imaginario: cómo cala en nosotros su promesa de libertad, su
propuesta de lo que es una forma de vida deseable, etc. Habláis de la necesidad
de oponer a ese imaginario un imaginario alternativo: "No hay nada como la
potencia de un imaginario para hacer nacer el deseo de transformar el
mundo". ¿En qué consiste ese imaginario alternativo? ¿Se trata de un relato
o de una narrativa? ¿Cómo suscitarlo y extenderlo?
El imaginario neoliberal se
alimenta y se mantiene a través de las prácticas que hacen de cada uno de
nosotros un "empresario de sí mismo" en todas las esferas de la vida.
Lo común es el principio que debe presidir el advenimiento de un nuevo
imaginario y de un nuevo deseo. La única manera de crearlo y difundirlo es
partiendo de las prácticas e invenciones que se dan en lo cotidiano y
trabajando en pos de su propagación. Las historias y los relatos no pueden tener
una validez por sí mismos, independientemente de las prácticas, como si unas
bellas fábulas edificantes pudieran propagar el deseo de lo común.
Por la misma razón de fondo, hay
que rechazar todos los relatos que se presenten como elementos de fabricación
de una "identidad populista" a la manera de Laclau: lo común excluye
por principio toda clausura en torno a una identidad y excluye a fortiori toda
identidad construida por la identificación con un jefe o líder carismático. Sí
son útiles, por el contrario, aquellos "relatos" e
"historias" que ayuden a ver, partiendo siempre de las experiencias
en curso, lo que sería una sociedad regida por la lógica de lo común. En una
palabra, se trata de hacer de estas experiencias el combustible de una nueva
imaginación política colectiva.
9- Decís que "lo común"
es por el momento una "lógica minoritaria", ¿pero debemos entender
por ello que es una lógica destinada a minorías? En España hay quien argumenta
que "lo común" está bien como lógica para los pequeños proyectos
experimentales, pero no para las complejas máquinas públicas como la salud
pública, etc.
Es cierto que esta lógica es aún,
en este estadio, una "lógica minoritaria", es decir, una lógica que
no ha llegado a imponerse sobre la lógica propietaria y empresarial en toda la
sociedad. Pero este es precisamente el motivo por el que no hay que ceder ni un
ápice en ella. Lo común tiene la vocación de predominar a escala de la sociedad
en su conjunto y, por consiguiente, también a escala de un sistema tan complejo
como el de la salud pública: la democracia debe prevalecer en todos los
escalones de este sistema, aunque la tendencia dominante sea hoy la
constitución de grandes estructuras burocráticas manejadas por expertos
gestores. Los expertos tienen su lugar en una democracia, pero no deben
reemplazar a todos los actores de este sistema a la hora de tomar decisiones
que incumben a las orientaciones a seguir en cualquiera materia de salud
pública. El ejemplo de las clínicas autogestionadas
en Grecia muestra que podemos contar con iniciativas que vengan desde abajo,
impulsando su coordinación democrática.
Traducción del francés: Álvaro
García-Ormaechea
[fuente: http://www.eldiario.es/]
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