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Latinoamérica, era de Trump ¿...? @sladogna

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Subo esta nota acompañada de una pregunta. Si es cierto, América Latina esta frente a una nueva era abierta por el Gobierno de  Donald Trump, pasamos del pato Donald -lease Obama- a este nuevo gobierno. La pregunta es la siguiente ¿cómo abordar las incógnitas de este momento cuando los ciudadanos de América Latina con la excepción de Bolivia y posiblemente la ciudadanía de Ecuador no cuentan con gobiernos que a nivel de sus discursos se acerquen a los ciudadanos de a pie? En México está cada vez más presente la oportunidad de AMLO quien solo tiene a su favor: la honestidad y promesas encantadoras, lo cual no es para nada poco, solo que su movimiento carece de aceitados dispositivos que permitan ya no a la ciudadanía sino a sus propios militantes practicar una forma  de democracia que no siga el modelo del dedo honesto, pero dedo al final que AMLO impone a rajatablas, y eso si, sin concesiones, ¿Usted cómo la ve?


Latinoamérica en la era de Trump

por Abel B. (http://wp.me/p5wkz-gAQ )
Dudé antes de subir este post. En primer lugar, por el título. Estoy convencido -lo he planteado varias veces en el blog- que la etapa del capitalismo financiero que comenzó con la decisión de Nixon de terminar la convertibilidad del dólar con el oro (1972), la Crisis del Petróleo (1973), y la Revolución Conservadora de Thatcher y Reagan (1979...) -las tres, con algún vínculo entre sí- está agotada. Y estamos en los umbrales de una nueva. Ahora, que vaya a llamarse la "era de Trump"... el único que está seguro de eso es el Donald.

Además, no tengo mucha fe en los economistas vivientes con prestigio internacional. Su registro de aciertos es de mínimo a inexistente. Pero debo reconocer que Joseph Stiglitz está entre los que menos han sido desmentidos, o puestos en ridículo, por la realidad.
Entonces, les acerco esta conferencia que dio el mes pasado en Bogotá. Me parece un texto lúcido, y entre nosotros se publicaron partes muy recortadas. Pero sobre todo, quiero rescatar la sugerencia que nos hace a nosotros, los latinoamericanos. Que sea un gringo el que nos lo tenga que decir...!
"México debe prepararse para un golpe muy fuerte. Porque más del 60 % de las exportaciones mexicanas son para su vecino del norte. Si la Casa Blanca crea, como anuncia, unos impuestos de importación será algo devastador para su economía. Pero la crisis que se advierte puede ser el punto de partida para que los latinoamericanos establezcan un mercado común, lejos del prevalente intervencionismo norteamericano.La pregunta es quién va a redactar las reglas del comercio en las Américas en el siglo XXI. Latinoamérica tiene una oportunidad de oro para redactar sus propias "reglas de comercio".
Estos son los otros temas que tocó Stiglitz en Colombia:
"El 20 de enero de 2017, Donald Trump tomó posesión como el 45º presidente de Estados Unidos. No me gustaría decir “te lo dije”, sin embargo, su elección no debió causar sorpresa. Como expliqué en mi libro del 2002, Los malestares de la globalización, las políticas que hemos utilizado para manejar la globalización han sembrado las semillas del descontento generalizado. Irónicamente, un candidato del mismo partido que ha impulsado con más fuerza la integración financiera y comercial a nivel internacional ganó las elecciones prometiendo retroceder y anular ambas formas de integración.
Por supuesto, no hay vuelta atrás. China e India están ahora integradas en la economía mundial y la innovación tecnológica está reduciendo el número de empleos de manufactura en todo el mundo. Trump no puede recrear los trabajos de manufactura bien pagados de las décadas pasadas; sólo puede impulsar la manufactura avanzada, que requiere conjuntos de habilidades más sofisticados y da empleos a menos personas.
Entre tanto, la creciente desigualdad continuará contribuyendo a la desesperación generalizada, especialmente entre los votantes blancos en la parte central de Estados Unidos, quienes le sirvieron en bandeja a Trump su victoria electoral. Como los economistas Anne Case y Angus Deaton indicaron en su estudio de diciembre de 2015, la esperanza de vida entre los estadounidenses blancos de mediana edad está disminuyendo, mientras que paralelamente aumentan las tasas de suicidios, consumo de drogas y alcoholismo. Un año más tarde, el Centro Nacional para Estadísticas de Salud de EE. UU. informó que la esperanza de vida del país en su conjunto ha disminuido por primera vez en más de 20 años.
En los tres primeros años de la llamada recuperación tras la crisis financiera del 2008, el 91 % de las ganancias fue a manos de quienes están en el 1 % superior en la distribución de las personas que generan ingresos. Mientras se rescataba a los bancos de Wall Street echando mano de millones de dólares de dinero de los contribuyentes, los propietarios de viviendas recibieron solamente una mísera ayuda. El presidente estadounidense, Barack Obama, salvó no sólo a los bancos, sino también a los banqueros, accionistas y tenedores de bonos. Su equipo de política económica conformado por miembros de Wall Street rompió las reglas del capitalismo para salvar a la élite, confirmando la sospecha de millones de estadounidenses de que el sistema está, como se diría en palabras de Trump, “amañado”.
Obama trajo consigo “un cambio en el que usted puede creer” en ciertos temas, como en la política climática, pero en lo que concierne a la economía reforzó el statu quo, el experimento de 30 años con el neoliberalismo, que prometió que los beneficios de la globalización y de la liberalización “se derramarían gota a gota” para beneficio de todos. En lugar de ello, los beneficios ascendieron para favorecer a quienes están en la parte superior de la distribución de ingresos, esto ocurrió en parte debido a un sistema político que en la actualidad parece basarse en el principio de “un dólar, un voto”, en lugar de “una persona, un voto”.
La creciente desigualdad, un sistema político injusto y un gobierno cuyo discurso indicaba que estaba trabajando a favor del pueblo, mientras tomaba acciones a favor de las élites, crearon las condiciones ideales para que un candidato como Trump aprovechara dicha situación. Si bien Trump es millonario, se puede ver con claridad que no es miembro de la élite tradicional, lo que le brindó credibilidad a su promesa de cambio “verdadero”. Y, a pesar de ello, las cosas permanecerán iguales bajo el mandato de Trump, quien se aferrará a la ortodoxia republicana en materia de impuestos. Además, al designar a miembros de lobbies y de sectores industriales como autoridades en su administración gubernamental, Trump ya ha roto su promesa de “drenar el pantano” en Washington.
El resto de su agenda económica dependerá en gran medida de si el presidente de la Cámara de Representantes, Paul Ryan, es un verdadero conservador fiscal. Trump ha propuesto que los grandes recortes de impuestos para los ricos se combinen con programas masivos de gasto en infraestructura, lo que impulsaría el PIB y mejoraría un poco la posición fiscal del Gobierno, pero no tanto como lo esperan los defensores de la economía de la oferta. Si Ryan no está tan preocupado por el déficit como dice que lo está, dará fácilmente su sello de aprobación a la agenda de Trump y, en consecuencia, la economía recibirá el estímulo fiscal keynesiano que le está haciendo falta desde hace tiempo.
Otra incertidumbre se relaciona con la política monetaria. Trump ya se ha pronunciado en contra de las tasas de interés bajas, y en la actualidad hay dos puestos vacantes en la junta de gobernadores de la Reserva Federal de Estados Unidos. Añada a eso el gran número de funcionarios de la Fed que están ansiosos por normalizar las tasas y se puede apostar con certeza a que realmente se van a normalizar, quizás llevándolas hasta niveles que irán más allá de solamente contrarrestar el estímulo keynesiano de Trump.
Las políticas de Trump a favor del crecimiento también terminarán siendo socavadas si él exacerba la desigualdad a través de sus propuestas fiscales, así como si comienza una guerra comercial o abandona los compromisos de Estados Unidos para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (especialmente si otros países adoptan represalias mediante la imposición de un impuesto transfronterizo). Ahora que los republicanos controlan la Casa Blanca y las dos cámaras del Congreso, tendrán una relativa libertad para debilitar el poder de negociación laboral de los trabajadores, para desregular Wall Street y otras industrias, y para hacerse de la vista gorda frente a las leyes antimonopolio que ya están instituidas, y, consiguientemente, todo ello va a generar más desigualdad.
Si Trump sigue adelante con su amenaza de campaña sobre la imposición de aranceles a las importaciones chinas, la economía de Estados Unidos probablemente sufrirá más daño que la china. Bajo el actual marco de la Organización Mundial del Comercio, por cada arancel “ilegal” que EE. UU. imponga, China puede tomar represalias en cualquier lugar que elija. Por ejemplo, puede elegir imponer restricciones comerciales dirigidas a empleos en los distritos del Congreso de aquellos congresistas que apoyan los aranceles estadounidenses.
Sin duda, las medidas contra China permitidas dentro del marco de la OMC, como los aranceles antidumping, pueden estar justificadas en algunas áreas. Pero Trump no ha enunciado los principios rectores de la política comercial; además, EE. UU., un país que subsidia directamente a sus industrias automotriz y aeronáutica, y también subsidia indirectamente a sus bancos a través de tasas de interés muy bajas, estaría lanzando piedras en una casa de vidrio. Y, una vez comience este juego de ojo por ojo, muy probablemente podría terminar en la destrucción del orden internacional abierto que se ha formado a partir de la Segunda Guerra Mundial.
Del mismo modo, el Estado de derecho a nivel internacional, que se aplica principalmente a través de sanciones económicas, podría fracasar con Trump. ¿Cómo responderá el nuevo presidente si las tropas alineadas por Rusia intensifican el conflicto en Ucrania oriental? El verdadero poder de EE. UU. siempre se ha derivado de su posicionamiento como una democracia inclusiva. Sin embargo, muchas personas alrededor del mundo en la actualidad han perdido la confianza en los procesos democráticos. De hecho, en toda África he escuchado comentarios: “Trump hace que nuestros dictadores se vean bien”. A medida que el poder blando estadounidense continúa erosionándose en el transcurso del 2017 y de manera posterior, el futuro del orden internacional se tornará más incierto.
Mientras tanto, el Partido Demócrata seguramente hará un análisis post mortem de las elecciones. Hillary Clinton perdió, fehacientemente, debido a que no pudo ofrecer a los electores una visión convincente que fuera marcadamente distinta a aquella de la agenda neoliberal que adoptó Bill Clinton en la década de 1990. Al haber seguido una estrategia política de “triangulación” —la adopción de versiones de las políticas de sus adversarios— por más de una generación, el partido que se encuentra en el lado de la izquierda ya no puede presentarse como una alternativa creíble frente al partido que se encuentra en el lado de la derecha.
Los demócratas tendrán un futuro sólo si rechazan el neoliberalismo y adoptan las políticas progresistas propuestas por algunos de sus líderes, por ejemplo Elizabeth Warren, Bernie Sanders y Sherrod Brown. Esto los pondrá en una posición fuerte frente a los republicanos, quienes tendrán que encontrar la manera de gestionar una coalición entre cristianos evangélicos, ejecutivos de corporaciones, nativistas, populistas y aislacionistas.
Con la llegada de Trump, y debido a que los dos partidos principales ahora están en proceso de redefinición, el 2017 puede muy probablemente llegar a ser recordado como un punto de inflexión en la historia de Estados Unidos y en la historia del mundo".


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