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Carta a Philip Marlowe de Horacio
González
Los Angeles/California /Poste
restante
Estimado Phillip, no nos
conocemos, pero a Usted somos muchos los que lo extrañamos y recordamos sus
casos y sus cáusticas frases, toda una ética abreviada para tiempos amargos.
Una extraña razón, que no sabríamos explicar muy bien, nos hace creer que en una
época donde tenemos tan pocas situaciones en que confiar, usted es una persona
que sabría comprendernos. Su pesimismo lúcido terminaba siempre siendo una
forma de la esperanza. Pero antes de pasar al tema concreto, que no le llevará
más de dos o tres minutos de lectura, quiero preguntarle si existe todavía el
Victor´s Bar, donde usted nos enseñó a averiguar a qué hora sería mejor entrar
a un establecimiento de esa especie. Creo que con su puritanismo disfrazado de
toques finos de destemplanza, usted recomendaba entrar…¡a las cinco de la
tarde!, momento específico para tomar un gimlet, que si no me olvido, era un
cócktel especial quizás de su invención, que tenía un poco de gin, de bitter,
limón y algo más. Disculpe, pues con los años se me escapa la verdadera
composición de esa gloriosa fórmula.
Iré al grano, o al punto como
dicen ustedes. Desde que Usted dejó su oscura oficina de vidrios esmerilados en
Los Ángeles, muchos hechos han ocurrido en el mundo. Sabemos que a usted de
repente le surgían casos detectivescos donde era necesario pasar de pequeños
temas que parecían insignificantes a descubrir los sórdidos hilos de poder
invisibles que dirigen una sociedad. Sin ir más lejos, aquí en la Argentina, un
país repleto de extrañas vicisitudes, después de un largo ciclo donde asomaba
una cauta ilusión, avanzó un estilo de comportamiento, diré más, una forma de
existencia, por la cual se impuso un trato arruinado entre las personas. Sobre
todo en las comunicaciones masivas, que actúan como aquellos trust de su
tiempo, con magnates gobernando el país tan solo con someras habilidades de
gerentes y sub gerentes del capitalismo. Igualitos a los que usted se encontró
tantas veces en su camino. Todo lo que sabemos por el gran relato de sus
peripecias en el escrito titulado “El largo adiós” –magnífico, aprovecho para
felicitarlo tardíamente por ello–, se verifica aquí aumentado y agravado. No
hay pensamiento ni vida de cualquier persona que sea, que no esté tocada por
esas ambientaciones laceradas que usted deshacía, incluso sin saberlo, donde
detrás de mujeres fatales y situaciones inadvertidas, se revelaban maquinarias
de dominio donde se aliaban los grandes financistas, los propietarios de las
cadenas de comunicación, los jueces ligados a oscuros poderes estatales y los
políticos más conservadores, aunque se refugiasen en sus máscaras dadivosas o
beneméritas. Lo que quiero transmitirle, respetuosamente, es que todo lo que
vio Usted, todo, todo, se ha agravado aquí.
Y lo más notable es que son
muchos los que se sienten cómodos asistiendo al espectáculo de la pérdida de
derechos, a una disciplina empresarial rigiendo los asuntos generales de la
economía y con los sindicalistas de las grandes organizaciones –sé que no es su
tema, pero este país tiene grandes tradiciones sindicales–, sin animarse a
decir esta boca es mía o incluso oponiéndose a los que se oponen a tantos
descalabros. De vez en cuando hay ejemplos individuales como los que daba
usted, el lobo solitario, casi sin darse cuenta, demostrando que no todo estaba
perdido. Pero no quiero dejar de aclararle que también existen muchísimas
personas que no se han dado por vencidas porque saben que puede haber otro
país, menos cobarde ante el futuro, no como el que quieren enmudecer las
Corporaciones. Estas son muy parecidas pero más sofisticadas respecto a
aquellas con las que ocasionalmente Usted tropezaba cuando tocaba el nervio
oculto del Dinero, lo que lógicamente llevaba al crimen. Hace años que no
recibo noticias suyas aunque siempre comprendí el misterioso significado de la
expresión “largo adiós”. Es el otro nombre del destino. Por eso siempre estamos
despidiéndonos y siempre algo queda. De vez en cuando, a las cansadas, las
televisiones nocturnas pasan algún film con Humphrey Bogart o Robert Mitchum,
donde sus aventuras son recordadas en imágenes y usted demuestra que su alma
triste y diáfana podía ser comprendida por esos y otros grandes actores. Es una
manera de tenerlo presente, querido Marlowe. Lo imagino retirado, entrado en
años y mirando al mundo que nos toca, con sereno desconsuelo. Quizás en
Atlantic City.
Hace muchos años, un amigo mío,
gran escritor argentino, Juan Sasturain, le escribió una Carta al Sargento
Kirk. Para dirigirle a Usted ésta, me he inspirado en ella, aunque no ignoro
las situaciones diversas que hacen a las circunstancias tan diferentes entre
Usted y Kirk, ni la magnitud de la esquela que recibió el Sargento en aquella
ocasión. Además Kirk actuaba en el desierto y usted en la jungla urbana.
Tampoco los tiempos son coincidentes. Pero en una cosa se parecían. Ustedes dos
eran discrepantes con los grandes poderes, prefirieron el retiro, la soledad o
la angustia, a tener que contribuir con los engranajes más terribles de la
explotación humana. Ustedes eran personas con profesiones y destinos que se
ocupaban de cosas que en principio no hacían prever las actitudes altruistas o
idealistas que realmente tendrían. Así, todo lo que hacían valía más.
Forjan calladamente un culto a la
amistad y al honor, pero no lo andan proclamando a voz en cuello. Son austeros
siempre, porque su acción deja un sentimiento de melancolía. Es la forma casi
secreta del compañerismo y no se jactan más que en silencio de haber hecho
siempre lo correcto cuando alguien los precisaba. Bueno, aquí termino estas
líneas, querido Philip, que espero no considere inoportunas. Si recibe esta
misiva y así lo desea, puede responder a la dirección de este diario. Muchos se
alegrarán de recibir un mensaje con su remitente, dos, tres líneas, alguna
frase sentenciosa, lo que sea. Si lo hace, y no lo tome como una indiscreción,
no se olvide de comentar qué fue de la vida de Carmen Sternwood. Solo le he
escrito para que supiera largamente que no lo hemos olvidado. Siempre suyo.
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