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Las letras en el carrito azul, textos subido por @sladogna,psicoanalista

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Mi biblioteca es un carrito azul

De pueblo en pueblo, montado en su motocarro, Antonio La Cava va por los caminos italianos llevado libros escritos y sin escribir a niños y mayores.
Antonio Massari/ Il fatto quotidiano
Traducción: Amaranta Cornejo Hernández

Matera, Italia. Antonio La Cava, profesor retirado, va de un pueblo a otro en la provincia de Matera con su motocarro Ape, llevando libros a niños y adultos para que descubran el placer de la lectura de una forma no institucional.

Todos los textos se pueden hojear, discutir y pedir en préstamo. Los blancos y lo que hay que completar están destinados a llenarse de fábulas inventadas que van de mano en mano.
No sólo los niños lo hacen. “¿Puedo tomar este? ¿Cuál? Este de Buadelarie”. Es un chico de 25 años con un cigarro en la boca, que se aleja con un libro en la mano y regresa para platicar con sus amigos de la gasolinera de Ferrandina, donde el profesor estacionó su “bibliotecarro”, un modelo Ape en color azul con el techo de tejas  y una chimenea conectada al escape. A los lados tiene dos repisas con un centenar de libros, muchos ya escritos, y otros por ser escritos.

La Casa es un profesor de primaria que se jubiló en 2011. Nació en 1945 y leyó su primer libro cuando lo tomó prestado en un camión acondicionado por la Secretaría de Educación de Mattera. “Mi primer libro fue el Fonta mara de Ignazio Silone, y así lo encontré. Tal vez es por esto que llevo libros por ahí con mi Ape. Decidí que se pareciera a una casa porque la escuela es la principal responsable por el poco gusto por la lectura. Más allá del aprendizaje técnico, desde que era niño me di cuenta que la escuela rara vez enseña el placer de la lectura, es decir, la verdadera comprensión de un libro. Entonces, la casa tendría que ser el lugar ideal para amar los libros. Por eso pensé en transformar este Ape en una casita. La chimenea, conectada al escape, tiene un efecto extraordinario en los más pequeños. Un día un niño me dijo: ‘Maestro, ya sé por qué sale humo de la chimenea, y es que tú quemas los libros que no te gustan’. Yo vivo de estas pequeñas satisfacciones.”

De estas pequeñas satisfacciones, el maestro de primaria jubilado tiene muchas. Los viejos le piden libros de segundo o tercero de primaria porque “retoman la lectura donde se quedaron con los estudios”, señala.
La Cava recuerda que antes le decían “el maestro que se deja robar las naranjas”. Eso fue en los años setenta, cuando Craco se derrumbó por una grieta y la población fue transferida a un campamento de casas de campaña. Antonio dejaba siempre un cesto con naranjas en el carro, el cual estaba siempre abierto. Los niños le pedían muy seguido permiso para ir al baño. Él sabía perfectamente y con satisfacción el motivo: encontraba el cesto siempre vacío. “Diez años después, un exalumno vino a verme con un cesto y me dijo ‘gracias por aquellas naranjas, estos huevos son para usted’”.

Esto es la escuela para Antonio la Cava. Hace diez años comenzó esta aventura a bordo de un Ape 50. “Estaba tan entusiasmado que lo llevé hasta Turín, al Salón del Libro, en el camión de mi hermano. Nunca antes había manejado un camión, así que además de andar por las calles, también me subí a muchas banquetas. Gané un premio de parte del Ministerio: 6 mil 700 euros, y con eso compré un Ape más potente. En la ciudad, el sábado tengo mis paradas, de hora en hora: llego, me estaciono, los niños se acercan y toman prestados los libros que quieren. ‘¿Quieres un libro para leer o uno para escribir?’ Usualmente los niños quieren uno para escribir. ‘¿Quieres uno en blanco o uno que ya tenga el segundo capítulo?’”

Mientras hojea los libros escritos por los niños, Antonio se conmueve  y dice que “se cuentan a sí mismos.” Luego agrega: “me siento un maestro de la calle. La escuela, entre más va para afuera, mejor desarrolla su rol. Un ejemplo es que muy seguido los niños se aburren y pelean, y de las peleas nacen las expulsiones de algunos del grupo. Un día encontré a un niño que estaba solo y ví que escribió: ‘tonto el que lee’. Llegué con mi biblitotecarro. Ese chico no tomó ni un libro, esclavo de lo que escribió. Una niña le llevó un libro, él lo hojeó, sonrió y con el gis corrigió a ‘tonto el que no lee’. Ese libro curó su malestar”.

Antonio ahora quiere comprar un minibus y preparar una minibanda musical. Aún no tiene suficiente dinero. En cambio, es rico en pequeñas obras de arte firmadas por “sus” niños. A veces son más breves que un tweet: “Érase una vez una pelota que hablaba, que jugaba y que bromeaba. Un día encontró a una pelotita que hablaba. Le preguntó ¿tú quién eres? La pelotita no respondió”.
*Reportaje publicado en Comune Info.
Publicado el 22 de abril de 2013
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