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Los medios independientes ¿Se sostienen por amor al arte? hmm, texto subido por Alberto Sladogna, psicoanalista,@sladogna
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Este artículo será una
nota interesante para los diálogos, interrogantes y propuestas para los medios
no convencionales –redes de internet, blogs independientes-.La actual situación
surgida con motivo de los resultados electorales y el despliegue fraudulento
realizado por el sistema.
Los movimientos
desplegados por AMLO tienden a reiterar propuestas que provocan fatiga (mítines,
mítines, más mítines…), asambleas informativos que son todo menos formativas.
Convendría tomar nota
de ciertos mitos que hemos pensado y creído sobre los medios independientes
dentro de la red, en particular, el delicado tema de ¿Cómo se sostienen económicamente?
Laa labor que despliegan requiere de ingresos, salvo que se
piense que son espacios hechos y sostenidos por santos. Los santos indicaba
Lacan no requieren de ingresos pues ellos ya lo tienen “todo”, solo están para
ofrecerse para los demás. Los santos viven por al mor al arte ¿Será así?
Amlo propuso un cambio
generacional, lo hizo en el Zócalo de Puebla, solo hay un inconveniente ¿Qué
joven quiere integrarse o estaría interesado en sumarse a las estructuras de la
partidocracia, incluída la del Morena? Eso, del cambio generacional ya lo hacen
algunos “jóvenes” como el recién electo gobernador de Chiapas (32 años, el más
joven de la historia de los gobernadores de México) o lo mismo puede afirmarse del “nuevo”
gobernador electo en Jalisco. Son jóvenes que anuncian un “cambio generacional”
en el PRI: son jóvenes viejos.
Aquí el reportaje a un
investigador de los medios y de la red: “Los medios tradicionales también
marcan la agenda de las redes sociales”
El investigador Silvio Waisbord, analiza la relación entre medios,
sociedad y política. Está radicado en los
Estados Unidos desde 1987, donde es profesor en la Escuela de Medios y Asuntos
Públicos de la George Washington University. Su trabajo se centra en la
investigación en torno de la comunicación política. Aquí repasa los mitos en
torno de Internet y las redes sociales, analiza la agenda mediática y
reflexiona sobre la actual relación de los medios y los gobiernos en América
latina. Reportaje efectuado por Natalia Aruguete,
Página 12,6/08/2012.
Algunos especialistas tienen una mirada apocalíptica sobre el actual
escenario de los medios de comunicación. ¿Cree que, efectivamente, se trata de
una “decadencia” de los medios tradicionales y una “crisis sistémica” del
periodismo?
–Parafraseando a Mark
Twain, creo que la muerte de las empresas periodísticas es exagerada. Internet
muestra un proceso de desmediatización y remediatización. En realidad, las
empresas periodísticas tradicionales –con muy pocas excepciones– son las que
concentran gran parte del tráfico de Internet. De hecho, en Internet existe más
concentración que la que había en la industria de la televisión y en el
periodismo hace veinte años, no sólo a nivel nacional sino global. Pero hay
otro aspecto. Hasta hoy, se pensaba que la masificación de producción de
información era un tema de producción, aunque la producción no es lo único que
permite explicar eso.
–¿Con qué se relaciona esta observación?
–Con el gran poder que
tienen los buscadores de información, como Google, de remediatizar esa
información y remasificar audiencias fragmentadas. Como consumidores de
información buscamos las marcas que nos permitan guiar, navegar en el caos
informativo que existe. Además, dado que al consumir información maximizamos el
tiempo, se consume más información ahora que antes. Pero eso no significa que
estemos abiertos a consumir cualquier tipo de información. En sus hábitos de
utilización de la información, la gente es muy conservadora: visita los mismos
sitios siempre –como Google o Yahoo, o The New York Times, Clarín , Página/12,
La Jornada, MIlenio–, como puntos de entrada hacia el gran universo digital.
Eso ayuda a la consolidación de las marcas establecidas en el mercado
periodístico tanto a nivel nacional como global.
–¿Entonces, cree que Internet o las redes sociales no han sido capaces de
abrir y diversificar el acceso a la información?
–Es muy difícil entrar
para las marcas nuevas. Hay marcas nuevas en el periodismo de nicho, pero no
llegan al gran público, que prioriza ir al sitio donde va todos los días. No es
que Internet te posibilite una grilla informativa más amplia, extensa y variada
respecto del mundo no virtual. Esto juega a favor de las empresas ya
consolidadas.
–En este escenario, ¿qué oportunidades provee el avance tecnológico?
–El error está en
pensar que la diversidad se relaciona con una oferta variada de información,
cuando el problema de la diversidad no es solamente una cuestión de oferta o
demanda, sino de cómo la gente consume información. Que uno sepa que hay
cualquier cantidad de información diversa no garantiza que se busque
información diversa. Lo que sabemos es que se ha intensificado una exposición
selectiva frente a los contenidos.
Pero la “exposición
selectiva” fue un hallazgo de Paul Lazarsfeld y Joseph Klapper en las décadas
del ’40 y ’50. Eso fue muy discutido por teorías posteriores que, incluso,
superaron la tesis de las “consecuencias mínimas” que, según estos autores,
generaban los medios de comunicación.
Claro, pero hay
trabajos recientes que muestran justamente eso. Es un mecanismo muy conservador
de los usuarios. “Exposición selectiva” quiere decir que yo no me expongo a
información que contradice lo que yo ya pienso. Cuando no hay información
masiva, las posibilidades de que yo encuentre información que no se ajuste a lo
que quiero o pienso –es decir, a lo que estaba predeterminado a elegir– son muy
pocas. De hecho, hoy hay un retorno a la idea de “efectos mínimos”, en tanto la
gente prefiere exponerse a contenidos seleccionados según sus prioridades y
prejuicios existentes.
–¿Cree que, frente a la percepción selectiva, los medios han perdido
capacidad de instalar la agenda pública?
–Hoy los medios fijan
agenda, el tema es qué tipo de agenda. Con respecto a la agenda pública, si
cada vez más la gente lee medios que se ajustan a lo que ya piensa, los medios
tienen capacidad de influir en la agenda en general, pero la esfera de medios
hoy es mucho más segmentada y está disgregada, entonces allí hay distintos
tipos de agendas. La agenda de alguien que lee Clarín o La Jornada es diferente
a la de alguien que lee Página/12 o Reforma. Que en la Argentina exista tal
diferencia entre las agendas que los medios instalan en sus públicos es un
fenómeno relativamente novedoso. Hace unos años algunos estudios demostraron
que Clarín tenía, además, la capacidad de fijar la agenda del resto de los
medios. Cómo se forma la agenda periodística es otro tema, forma parte de otro
proceso. La agenda de temas está vinculada fuertemente a la agenda oficial, es
decir, lo que el Presidente, sus ministros importantes o gente vinculada al
Parlamento, deciden que es importante. La agenda periodística históricamente
siguió eso. Si habla el presidente o la presidenta, esa información llega hasta
el último diario opositor, eso continúa siendo así. Entre los diarios de la
Argentina hoy, aunque haya editoriales muy diferentes, no hay importantes
diferencias en qué es información, o hay diferencias “menores”, digamos. La
tapa, la gran noticia, no es muy diferente, sí lo son los marcos informativos.
–Los investigadores que históricamente han señalado que los medios
delimitan las principales preocupaciones en la opinión pública hoy insisten con
que las redes sociales no cambian este poder de los medios tradicionales. Usted
¿qué opina?
–Un gran porcentaje de
lo que se habla en Facebook es de lo que se habla en los medios, es decir que
los medios tradicionales también marcan la agenda de las redes sociales.
–Es decir que no hay allí una contraagenda.
–En Twitter ocurre lo
mismo: el 80 por ciento de tráfico en Twitter es de celebridades políticas,
artísticas, del mundo del espectáculo, de los deportes. Presidentes y grandes
medios marcan de lo que se está hablando en un mes. Es muy difícil que sea al
revés, hay excepciones pero no es la regla. Este es un proceso en el cual
supuestamente hay desagregación de audiencias pero, también, reagregación de
audiencias: de qué se habla en Twitter o en Facebook no muestra diferencias
significativas respecto de lo que se habla en The New York Times.
–¿No es posible pensar al Twitter o al Facebook como una fuente de
generación de noticias?
–Los periodistas son
cotidianamente bombardeados por potenciales fuentes de información, pero el
periodismo no es diferente a la ciudadanía.
–¿En qué sentido lo dice?
–En el sentido de que
la ciudadanía corta ese gran caos informativo consultando y recurriendo a
aquellos en quienes confía, a quienes les cree. El periodismo hace más o menos
lo mismo. No hay datos que permitan afirmar que el periodismo produce noticias
muy diferentes a como lo hacía diez años atrás, aun cuando la fuente de
información sea totalmente fragmentada y se haya multiplicado.
–¿Cómo ve la relación entre medios y política en la América
latina?
–Hay dos tipos de
relaciones. Un tipo es el de los gobiernos populistas, donde hay confrontación
entre los medios tradicionales y los gobiernos; algunos casos son similares a
la Argentina y otros son diferentes. El caso de Ecuador y Venezuela son aún más
agudos en la confrontación y en el tipo de prevención. El tema legal y judicial
entre la gran prensa y los gobiernos como Ecuador y Venezuela no existe en
Bolivia, ni en Argentina, ni en Nicaragua. El segundo modelo es el de
convivencia pacífica o de dominio histórico de los grandes medios comerciales.
En esos países no hubo intentos de reforma ambiciosa como sí lo hubo en los
gobiernos populistas. Lo que sí existe es una efervescencia importante en temas
de comunicación pública y de comunicación cívica. Hay discusiones sobre cambio
de leyes de medios en muchos más países que hace diez años. Ese es un cambio
importante.
–¿Por qué cree que surgen esas discusiones?
–Porque los medios
están cambiando mucho, y ésta es una discusión permanente y necesaria. Un
aspecto muy interesante es el hecho de que se trata de un cambio de políticas
de comunicación que es puesto por la sociedad civil, no es un tema que los
partidos políticos o los candidatos traen, aunque con matices en los diferentes
países. Hay casos donde se percibe una sociedad civil efervescente, muy
dinámica y con mucha discusión, y eso no se refleja en la sociedad política.
–¿Por ejemplo?
–México y Colombia son
ejemplo de esto. El caso de Brasil, hasta hace poco tiempo, era ejemplo de
esto. Son países donde hay mucha discusión desde medios comunitarios, medios
cívicos, periodismo ciudadano... y uno ve que la estructura de las políticas de
comunicación no refleja nada de eso. Hay casos distintos, como Uruguay, donde
las demandas de la sociedad civil son absorbidas, aceptadas, adoptadas por la
política. En la Argentina, Ecuador y Venezuela, el proceso es diferente: los
temas surgen más desde el Estado que desde la sociedad civil, y eso se articula
con los deseos de la sociedad civil. Un ejemplo claro es el de la ley de
medios.
–¿Qué rasgos encuentra en la ley de medios?
–Hay un proceso
cívico, pero ésta no fue una demanda puesta desde la sociedad civil, sino desde
el poder político.
–¿Por qué usted ha planteado que América latina vive una oportunidad
histórica en el ámbito comunicacional?
–Porque no hay otro
lugar en el mundo donde se esté dando un proceso similar en términos de cambios
en la estructura de medios, más allá de que éstos sean positivos o negativos.
En el resto del mundo hay cambios económicos o tecnológicos, porque lo
comunicacional es un tema muy dinámico. Es una oportunidad única para América
latina, porque si el proceso de reforma no es exitoso, el tema va ser
encajonado por mucho tiempo. Ese es mi gran temor. Yo estoy a favor del
florecimiento de medios públicos y medios ciudadanos, pero si eso no toma una
forma democrática que favorezca el pluralismo y la representación a largo
plazo, ese proyecto va a fracasar y será difícil reflotarlo después. Sobre todo
porque la sanción de la ley de medios institucionalizó la reivindicación
social. Entre 2002 a 2012 asistimos a cambios muy rápidos a nivel de política
pública en el ámbito de la comunicación: acceso a la información pública, leyes
de medios comunitarios, publicidad oficial; es un abanico de temas muy
dinámico. La cuestión es pensar en la inserción a largo plazo de estos cambios.
–¿Cuáles son los principales obstáculos que encuentra este proceso hacia
una democratización de lo comunicacional?
–El financiamiento es
uno de los aspectos más difíciles. La democracia supone que la información es
un bien público, que la ciudadanía necesita información para funcionar en
democracia. Lo que la democracia jamás explicó es cómo se va a financiar todo
eso. Jamás. La radiodifusión pública fue como un parche de la democracia al
admitir que si se deja la producción de información liberada a criterios
comerciales vamos a tener problemas, del mismo modo que si queda ligado sólo a
cuestiones estatales. Entonces, la discusión pasa por ver cómo se financia la
información pública con criterios públicos y no puramente comerciales ni
partidarios.
–¿Cree que América latina se encuentra en ese dilema?
–Puede haber una
estructura de propiedad diversificada, pero si la estructura de financiamiento
es similar a la que siempre –fondos comerciales o fondos estatales controlados
por un gobernador o presidente–, el problema persiste. Ese es el gran desafío.
El segundo problema es que esta idea resuelve el problema de la diversidad pero
no el del acceso. Es decir, que la gente tenga acceso a expresar sus problemas
no quiere decir que eso esté canalizado por políticas públicas que los
solucionen. Los medios comunitarios proponen una forma de discusión de temas
comunes y que esa comunicación no quede sujeta a criterios comerciales. Pero eso
no resuelve el problema de quién escucha sus demandas. El desafío no es sólo de
acceso a la palabra, sino de influencia en las políticas públicas.
–En su artículo “Repensar la agenda de investigación en la academia
globalizada”, usted habla de una crisis de la comunicación política, ¿qué
rasgos destacaría?
–La crisis la veo como
una transición, un cambio, pero no en un sentido negativo. Crisis es una
palabra atractiva pero que no dice demasiado. Cuando hablamos de crisis en
América latina, Europa y Estados Unidos nos referimos a diferentes tipos de
crisis. Es claro que los modelos de comunicación pública están cambiando. Soy
partidario de pensar que, aunque haya muchos ejemplos de cambios, ello no
invalida las viejas prácticas.
–¿Cómo se da, entonces, esta relación entre el cambio y lo viejo?
–Las nuevas formas de
comunicación pública tienden a insertarse en viejas estructuras dinámicas, que
no cambian solamente porque existan las redes sociales o porque la gente pueda
organizar una manifestación comunicándose por Facebook o Twitter. Es
interesante pero no ha de cambiar del todo, no debilita el poder de entender
qué es información para los grandes medios. Además, yo tomo con pinzas esta
versión de “crisis” tan abusada, hace décadas que se habla de crisis del periodismo.
A pesar de las grandes promesas de Internet, lo que me parece más interesante
es pensar las dinámicas de jerarquización: qué es información, qué no, qué es
noticia, qué no. Eso lo hacemos a nivel individual todos los días.
–¿Cómo se da esa jerarquización a nivel individual?
–El no aprovechamiento
de las oportunidades no es un problema solamente de gran sociabilidad sino de
decisiones que cotidianamente tomamos. El ciudadano común no es tan bueno, tan
dispuesto a cotejar diferente información y perspectivas como se piensa desde
cierta posición democrática crítica.
–¿Y cómo es?
–Es muy conservador en
sus hábitos de utilización de la información. Por más idealismo que tengamos
frente a la idea del ciudadano que se expone a diferentes ideas, eso no
funciona así. Por eso pienso que es urgente la idea de “exposición selectiva”,
reforzamiento de opiniones, porque las redes sociales alimentan esto más que
nunca. En Facebook, la gente tiende a borrar a los amigos que tienen opiniones
muy diferentes a la mayoría de los amigos. Esto lo sabemos desde los estudios
de opinión pública: ser diferente a la gente lo pone a uno en una posición muy
poco confortable. La idea de “espiral de silencio” funciona en las redes
sociales (N. de la R.: La “espiral del silencio” postula que, frente al miedo
de quedar aisladas, las personas tienden a identificar la opinión dominante
para luego sumarse a ella). Facebook tiene mucho de eso: a la gente no le
interesa discutir con alguien cuyo pensamiento es muy diferente, gravita cerca
de quienes piensan más o menos similar. El otro tema es que el ciudadano no
está dispuesto a pagar por información: es un actor mucho más mezquino de lo
que imaginamos. No sólo que no está dispuesto a escuchar diferentes ideas, sino
que tampoco está dispuesto a pagar por sus propias ideas, las que realmente
quiere leer. Si fuera así, los medios en Internet serían mucho más exitosos.
–¿Por qué?
–Los sitios
económicamente exitosos son aquellos a los que la gente quiere pagar porque utiliza
esa información para temas económicos y financieros. “Todo bien” con la
información como bien público, el tema es ¿quién está dispuesto a financiar la
información que se produce?
–En su artículo publicado en el libro Comunicación y salud en la Argentina,
usted trabaja sobre la “narrativa del riesgo”. ¿Qué rasgos encuentra de ese
tipo de relato en los casos que allí analiza (la gripe A y el dengue)?
–En aquellos temas
sobre los que la gente tiene experiencia personal, cotidiana, la amenaza de la
cobertura del riesgo y el efecto de los medios son menores. El riesgo confirma
ese efecto mediático en temas sobre los que no se sabe mucho, como el caso de
las epidemias. De pronto, en invierno la gripe se convierte en un fenómeno
extraño, donde la información que se consume tiene mucha importancia en las
conductas de la gente. Cuanta mayor es la pluralidad de información, menor es
el impacto de los medios, cuanto más amplia es la red de relaciones
interpersonales, menor es el impacto de las noticias.
–¿Cómo manejaron los medios la información sobre el dengue y la gripe A?
–Lo que sucede es que
son casos sobre los que no se sabe mucho, lo cual no es muy amigable desde el
punto de vista periodístico. Es más factible que el periodista diga “sabemos
esto y no sabemos lo otro”, que analizar y comparar. Entonces, la información
se trató en términos de certezas. Como en el caso de la gripe A, no se sabe
epidemiológicamente cuál será su evolución, la incertidumbre es lo más
frecuente. Pero el periodismo se basa en certezas y no en incertidumbres.
Imaginate el siguiente titular: “¿Es factible que...?”. En realidad, lo
imaginable es: “Expertos dicen que”. El riesgo es potencial, se mueve en un
área de suposiciones y especulaciones, en zonas más grises que el blanco y
negro en el que se mueve el periodismo.
–¿Cómo cree que se dio la relación entre fuentes oficiales y no oficiales?
–Los expertos tienen
poco valor informativo si no están acompañados por una fuente política. La
cobertura científica da paso a la cobertura política, porque la fuente política
es la que sostiene noticiosamente el tema. El experto es un asesor, un
acompañante. Raros son los casos en los que el experto marca agenda.
–¿Las fuentes políticas admitieron que la gripe A era un problema?
–Sí. En un mundo globalizado
es muy difícil ocultar algo por mucho tiempo, la información siempre se filtra
por algún lugar. Hay noticias de tapa que son cortas, no tienen continuidad. Si
es un tema con tapas largas, es porque hay una instancia política que lo
sostiene: esto pasa con noticias de salud, de sanidad, con temas sociales que
existen y son importantes, pero si no tienen noticiabilidad política es poco
factible que duren mucho tiempo.
–Retomando las relaciones conflictivas entre medios y poder político en
América latina, que señalaba hace unos momentos, ¿cree que ese aspecto influye
en el tipo de tratamiento que se haga de las fuentes oficiales en las
coberturas?
–Las fuentes oficiales
están divididas. El periodismo busca, básicamente, el conflicto entre fuentes
oficiales, es parte de su cobertura: eso la hace más rica y diversa. Hoy, en el
conflicto que hay entre diversos medios y el Gobierno se ven pantallas
diferentes. La noticia puede ser la misma, aunque las versiones son muy
diferentes. El periodismo puede cotejar la palabra del presidente o la
presidenta con el disenso de un diputado de rango menor o con un grupo de la
sociedad civil que produzca un informe frente a eso, pero debe demostrar cuánta
es la credibilidad de la información que está presentando frente a la
información oficial.
–¿Cree que en la cobertura del llamado “conflicto del campo”, en 2008, hubo
rasgos particulares respecto del tratamiento de las fuentes oficiales y no
oficiales?
–Pero allí hubo un
sector organizado, institucionalizadísimo. No es un actor menor. Lo que permite
que haya continuidad noticiosa es la presencia de actores en la sociedad
enfrentados e interesados en que el tema se mantenga como noticia. Esto es lo
que pasa cuando se produce este tipo de conflictos. En los Estados Unidos, con
respecto a la guerra de Irak, había veintitrés senadores opuestos a esa guerra,
pero se cubrió (mediáticamente) como si todos apoyaran la iniciativa del
gobierno de (George) Bush. No es que no hubiese oposición por fuera, sino que,
de haber existido un Congreso más tajantemente dividido, hubiera habido una
cobertura diferente de la que hubo, no necesariamente más democrática pero sí
diferente. Si son actores de la sociedad civil sin poder, sin “chapa
noticiosa”, es menos probable que eso ocurra. La sociedad civil siempre es
convidada de piedra en estos temas, es mucho menos poderosa.
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