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Si el viejo PRI se mantiene aún con vida, es porque nació con una gran fortaleza gracias al liderazgo de sus fundadores, a la inconmovible disciplina que lo puso a salvo de intereses adversos
Mientras no se avance en la construcción de una verdadera democracia participativa, México seguirá sumido en la mediocridad y padeciendo crisis recurrentes, con riesgos muy claros de ingobernabilidad y de violencia extrema. Y tal parece que seguiremos sin posibilidades de avanzar en esa dirección, pues el proceso electoral en curso habrá de concluir conforme a los dictados del grupo en el poder, porque lo que ocurrió el pasado domingo primero de julio sólo fue la constatación de la falta de voluntad de la oligarquía para favorecer cambios democráticos.
Se comprobó asimismo que sigue habiendo condiciones sociales para que el viejo sistema político funcione sin tener que recurrir a medidas favorables a las clases mayoritarias. Es muy lamentable que así sea, porque se cierran las puertas a una participación que permita cambios en la correlación de fuerzas que incidan en una maduración de las estructuras del poder, factor esencial para impedir acciones como las que llevan a cabo con total impunidad los órganos del Estado al servicio de la oligarquía.
Fue suficiente, como en el pasado, recurrir a las viejas prácticas para que el PRI regresara a Los Pinos, como así será porque es una utopía suponer que las autoridades electorales habrán de modificar los resultados ya conocidos. Se podrán poner en la mesa pruebas de sobra para evidenciar la ilegalidad del “triunfo”, aun así seguirán firmes en su decisión de validar la victoria de Enrique Peña Nieto, largamente anunciada. Ante tal realidad es oportuno preguntarse: ¿tiene algún sentido gastar miles de millones de pesos en procesos electorales cuyos resultados se saben de antemano?
Por supuesto que no para el pueblo, pero sí para el grupo en el poder, pues la mascarada electoral le permite darse un barniz democrático, muy necesario en términos de la relación con estados extranjeros. La conclusión a la que puede llegarse, luego de tres elecciones presidenciales fraudulentas (en 1988, 2006 y 2012), es que no tiene caso prestarse a la mascarada oligárquica, no bajo las reglas que impone el grupo en el poder, porque lo único que se consigue es “legitimarlo” ante gobiernos extranjeros, y a la mayoría de electores sólo les queda sólo una gran frustración.
Y hasta se aprovecha la oligarquía para hacerle creer al pueblo que los problemas postelectorales son provocados por la “necedad” de Andrés Manuel López Obrador de no aceptar su derrota. Lo lamentable es que la gente desinformada, la que padece la enajenación televisiva, se lo crea. Cuando un elemental sentido común nos deja ver que la verdadera necedad es la del grupo en el poder, el cual se aferra a sus privilegios de tal modo que no le importa poner en riesgo la paz social con tal de mantenerse en el poder, y recurre a todo tipo de artimañas ilegales, al fin que cuenta con la complicidad de las instancias que deberían servir para garantizar la limpieza y transparencia electoral.
La lección que nos deja este lamentable proceso, es que no tiene sentido participar nuevamente bajo las reglas que impone el grupo en el poder. Pero para modificarlas es preciso que las organizaciones democráticas y progresistas tengan la suficiente fuerza política y social para forzar los cambios necesarios. Tal debe ser el propósito fundamental en los años por venir, porque de otro modo la oligarquía seguirá ufanándose de su capacidad para engañar al pueblo y mantenerlo en la indefensión a base de mendrugos, o sea con pan y circo televisivo.
Mientras los dirigentes de las organizaciones democráticas no entiendan este imperativo, sigan actuando con una visión de corto plazo y con una mezquindad que los inmoviliza, las cosas seguirán igual. Es vital crear un gran partido bajo un liderazgo con gran fuerza moral. López Obrador reúne las cualidades esenciales para ello, sólo haría falta no desfallecer en la etapa del arranque, pues seguramente vendrían presiones de todo tipo para hacer abortar un proyecto de tal magnitud, entre ellas la compra de conciencias y la corrupción de los dirigentes proclives a dejarse corromper, como lo hemos visto en años anteriores.
Si el viejo PRI se mantiene aún con vida, es porque nació con una gran fortaleza gracias al liderazgo de sus fundadores, a la inconmovible disciplina que lo puso a salvo de intereses adversos, a la visión política de quienes usufructuaron el poder con el apoyo de las masas que supo aglutinar, no con dádivas ni despensas, sino con un proyecto de país en el que creyeron y no dudaron apoyar. Hoy el viejo “dinosaurio” no tiene un proyecto que convenza al pueblo, lo cual facilita el trabajo de refundación de un país verdaderamente democrático. El primer paso, luego de contar con el pleno apoyo de las masas, deberá ser la conformación de instituciones electorales al servicio de la sociedad, no de la oligarquía
Guillermo Fabela - Opinión EMET
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