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La oligarquía le tiene pánico a la democracia. (Guillermo Fabela)


La oligarquía le tiene pánico a la  democracia
Ahora ya ni llorar es bueno, porque lo que sigue reclama toda la atención de la sociedad, a fin de superar un gran golpe cuyas consecuencias son impredecibles.

Una de las consecuencias más terribles del proceso electoral que concluyó el domingo con el triunfo largamente anunciado de Enrique Peña Nieto, es el desencanto que produjo en una buena parte del electorado no el desenlace, sino la constatación de que las elecciones en México son un mecanismo para “legitimar” al grupo en el poder. Aunque es un hecho que los medios electrónicos cumplen un papel significativo en la desinformación que caracteriza a la opinión pública del país, parte de la culpa de esta situación la tienen las organizaciones partidistas, que se obstinan en anteponer sus intereses inmediatos a las prioridades nacionales.

La izquierda perdió esta vez no sólo por las prácticas ilegales del PRI, así como por la complicidad de los órganos electorales, sino también porque durante los últimos doce años no fue capaz de ver hacia adelante y actuar con base en una perspectiva amplia del acontecer político nacional. Ciertamente, tanto el Instituto Federal Electoral (IFE) como la Fiscalía Especializada para Delitos Electorales (Fepade), actuaron con suma parcialidad en favor del candidato del partido tricolor, situación que la ciudadanía no puede pasar por alto. Con todo, la dirigencia del PRD (Los Chuchos) hizo todo lo que estuvo de su parte para sabotear al partido. Leonardo Valdés Zurita demostró al final que eran válidas las sospechas de su parcialidad.

Ahora ya ni llorar es bueno, porque lo que sigue reclama toda la atención de la sociedad, a fin de superar un gran golpe cuyas consecuencias son impredecibles. Por lo pronto, muchos votantes en favor de la corriente progresista deben estar muy desilusionados de su participación en un proceso amañado que iba a desembocar en un “triunfo” inobjetable de Peña Nieto, pese a tener muchas cosas en contra, como las opiniones adversas de la intelectualidad más prestigiada del país, de casi toda la juventud estudiosa, de amplísimos segmentos de la clase obrera nacional, que sabe muy bien lo que le espera con el mexiquense en Los Pinos: no sólo más de lo mismo sino además corregido y aumentado.

Andrés Manuel López Obrador anunció que habrá de esperar el recuento de todos los datos para dar a conocer su postura, aunque dijo: “Ya se conoce que no hubo la equidad que establece la Constitución en este proceso. Es del dominio público el dinero a raudales, la falta de equidad en los medios de comunicación. Vamos a esperar los resultados definitivos”. El propio Felipe Calderón, al igual que el consejero presidente del IFE, se apresuró a reconocer la victoria del mexiquense, lo que demuestra el firme interés del inquilino de Los Pinos en asegurarse de que López Obrador no se coloque la banda presidencial.

Todo esto nos confirma que el binomio PRI-PAN es lo mismo, pues representa los mismos intereses ajenos a los del país, y que un cambio verdadero no se puede lograr por la vía electoral. La oligarquía le tiene pánico a la democracia, como ha quedado plenamente comprobado. No acepta perder sus privilegios, ni mucho menos que las clases mayoritarias tengan una mínima posibilidad de mejorar sus condiciones de vida, pues ello equivale a reducir la capacidad de manipulación que se tiene sobre el pueblo, al que se quiere seguir sometiendo a base de presiones salariales y de precariedad laboral.

Es un hecho incontrovertible que la oligarquía quiere seguir siendo el trampolín del que se valgan los grandes consorcios trasnacionales para explotar nuestros recursos naturales, principalmente el petróleo y el gas bituminoso, del cual existen enormes yacimientos en el Norte del país y en las aguas patrimoniales del Golfo de México. No quitan el dedo del renglón a este respecto, de ahí que vean como un serio peligro a sus intereses el acceso al poder de fuerzas progresistas, preocupadas por el futuro de los mexicanos.

Sin embargo, lo único que están logrando es exacerbar los ánimos de cada vez más amplios sectores, los cuales no están dispuestos a seguir cargando sobre sus espaldas las consecuencias de la voracidad de unos cuantos, ni mucho menos constatar que sus hijos no tendrán futuro en un país saqueado hasta la saciedad, sin oportunidades de una vida digna y exenta de riesgos de ingobernabilidad. Pues eso es lo que nos ofrece la continuidad neoliberal con Peña Nieto en Los Pinos, no sólo más de lo mismo sino mayores problemas porque la realidad nacional se habrá de volver más compleja cada día, por la misma voracidad de los grupos que se están repartiendo un botín cada vez más exiguo, pero al mismo tiempo más apetitoso.

El futuro se observa muy negro para los mexicanos, tanto porque Peña Nieto está imposibilitado para cumplir sus promesas de campaña, como porque se avecina una lucha de clases en la que las mayorías se llevarán la peor parte. Serán los costos de la cancelación de la vía electoral, no porque lo quiera el pueblo, sino porque no tiene sentido alguno.
Guillermo Fabela - Opinión EMET



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