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¿Cuál es el entorno que encontrará el nuevo presidente de la República al tomar posesión el 1 de diciembre?
Las campañas electorales en México para elegir presidente de la República son una fuga de la cruda realidad que vivimos. Las promesas de los candidatos nos transportan a un mundo idílico. Son días en los que soñamos. La esperanza renace y hasta las penurias se aligeran. Por un momento pareciera que volvemos al seno materno, lugar donde no se padece hambre ni frío y es tolerable el sufrimiento: es lo más cercano al Paraíso. Pero cuando el sueño termina y caemos en la cuenta que la vida sigue igual, nos embarga el pesimismo. Entonces, sobreviene la frustración, sentimiento que paraliza y agrava los problemas. Así, damos un paso más al abismo.
¿Puede hacerse algo? Dado que muchos de los males políticos, económicos y sociales del país no tienen solución inmediata, una forma de enfrentar la frustración –que no es otra cosa sino una crisis de confianza en nuestras capacidades para cambiar nuestro entorno– es luchar para que los políticos rindan cuentas de sus actos. En otras palabras, México requiere un gran pacto contra la impunidad. Una acción de esta envergadura tendría otro efecto importante en la construcción de una nación moderna: contribuiría a desmitificar la arraigada idea de que el gobierno es el proveedor de todo, que es el segundo seno materno de los mexicanos. Sería un paso crucial hacia la creación de un Estado de ciudadanos, y sería la muerte del súbdito.
¿Cuál es el entorno que encontrará el nuevo presidente de la República al tomar posesión el 1 de diciembre? En primer lugar, su primer año de gobierno estará constreñido por un presupuesto en el que su participación para elaborarlo será marginal. En segundo lugar, se enfrentará a una desaceleración de la economía de Estados Unidos y, quizá a una bancarrota presupuestal, lo cual afectaría negativamente el crecimiento económico de México. En tercer lugar, hay indicios de una agudización de la crisis financiera, que supone un serio riesgo para la banca extranjera que opera en el país. En cuarto lugar, un deterioro de la economía global implicaría un desplome del precio de las materias primas, lo que paralizaría el gasto público.
En consecuencia, el margen de acción del futuro jefe del Ejecutivo Federal tendería a ser ínfimo y, por tanto, la mayoría de sus promesas de campaña serían inviables. En un entorno tan complejo, como se avizora el futuro inmediato de México, las ofertas de bienestar no se materializarían. Ergo, la salida es ampliar los canales de participación política y económica para evitar que la desilusión y la crisis degeneren en un estallido social. Y un primer paso, muy elemental para impedir males mayores, es la rendición de cuentas.
Héctor Barragán Valencia - Opinión EMET
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