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La seguridad y el fin de la violencia son dos de las principales prioridades del pueblo mexicano, toda vez que su persistencia lesiona de manera considerable a la sociedad
Una vez que el diario “The New York Times” criticó que los candidatos que contienden por la Presidencia de México, asuman el compromiso de poner fin a la violencia, podemos confirmar a qué intereses sirve realmente el inquilino de Los Pinos. El influyente rotativo no está de acuerdo en que quien llegara a la primera magistratura diera más importancia a la búsqueda de la paz que a la captura de narcotraficantes. Cita las declaraciones del congresista republicano por Arizona, Ben Quayle, en el sentido de que “existe la posibilidad de que el próximo presidente de México se haga de la vista gorda ante las actividades de los cárteles o ya no sea socio de Estados Unidos en el combate a esas organizaciones”.
Según éste, el próximo mandatario mexicano debe seguir actuando como fiel servidor de los intereses de Estados Unidos, tal como lo ha hecho Calderón. Quieren en los círculos gobernantes de Washington que aquí sigamos poniendo los muertos y ellos se lleven las ganancias que deja esa estúpida estrategia, misma que sólo ha exacerbado el problema a extremos apocalípticos. Se confirma así que Calderón ha sido un instrumento de la Casa Blanca para engrandecer un negocio muy lucrativo, que aquí en México sólo ha dejado una dramática descomposición del tejido social que será muy complicado corregir con la urgencia que se requiere.
Es obvio que tal situación debe cambiar radicalmente, porque de continuar como hasta ahora se acabaría destruyendo la escasa gobernabilidad que aún tenemos. Andrés Manuel López Obrador lo dijo con toda claridad en el debate del domingo pasado: en la relación con Estados Unidos se debe privilegiar la ayuda para el desarrollo, no para que las fuerzas armadas y la policía estén mejor equipadas. Si los políticos estadounidenses quieren realmente combatir a los cárteles, no hay mejor opción que reducir los niveles de consumo de estupefacientes en su territorio. Sin embargo, lo que realmente les interesa es favorecer negocios colaterales, como la venta de armas cada vez más sofisticadas, que los precios de las drogas se mantengan altos para que las ganancias sean más atractivas, que se tenga un buen pretexto para intervenir en los asuntos internos de nuestro país.
Ante los costos de tal estrategia durante el sexenio de Calderón, no hay otra alternativa que hacer comprender a la Casa Blanca el imperativo de impulsar el desarrollo social por encima de las políticas orientadas a fortalecer un Estado policíaco. El pueblo de México no aguanta más ni siquiera un año de más violencia y mayor inseguridad en las calles. Pero lograrlo sólo se podrá hacer si quien dirija los destinos del país en los próximos años es un patriota sin ligas con intereses espurios. Así tendrá la autoridad moral indispensable para exigir al pueblo cierre filas en torno al gobierno federal, lo que permitiría dar pasos cada vez más firmes en apoyo a cambios democráticos irrenunciables.
Para evitarlo, se están dando todo tipo de maniobras en las filas de la derecha, como por ejemplo dividir el movimiento #YoSoy132. Se dieron ya los primeros pasos en esta dirección, ahora sólo falta que la mayoría de estudiantes consecuentes con la democratización del país eviten que sigan avanzando, los desenmascaren y exhiban sus verdaderas intenciones. Sería muy lamentable que lograran su objetivo, pues se perdería un esfuerzo ejemplar que puede ser la semilla más fructífera para que la vida política nacional cambie positivamente.
La trascendencia de este proceso electoral no está en la posibilidad de vencer el fantasma del abstencionismo, sino en señalar nuevos rumbos a un régimen caduco que se obstina en permanecer aunque se esté pudriendo. Arrancar esa putrefacción será factible en la medida que no se pierda la fortaleza de la juventud y se mantenga la limpieza de sus objetivos. A ellos corresponde en buena medida crear condiciones para que tengan un mejor futuro. Si dejaran que su movimiento se desvirtuara, la culpa de que México se sumiera en el fango de la corrupción y la total decadencia, sería de ellos más que de los políticos honestos y patriotas, como López Obrador. Solos no podrán enfrentar con éxito las embestidas de la ultraderecha, se necesita la unidad de la población mayoritaria y el ejemplo de dignidad de la juventud comprometida con la democratización del Estado mexicano.
Guillermo Fabela - Opinión EMET
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