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El triunfo de Andrés Manuel debe ser contundente
Estamos ante la última oportunidad de rescatar al país de las garras del fascismo, cuya cabeza visible es el candidato del PRI, Enrique Peña Nieto. No habrá otra en caso de que su partido quiera hacerse del poder a toda costa, porque se cancelaría, por mucho tiempo, la vía electoral. Vale tal afirmación, porque ni el grupo en el poder, mucho menos la sociedad mayoritaria, confiarían una vez más en un proceso electivo que sería imposible organizar sobre bases de legitimidad y de confianza ciudadana. El grupo salinista, que es en realidad el que está detrás del ex gobernador mexiquense, llegaría a Los Pinos para no salir de allí más que por la fuerza, la cual emplearía todo el tiempo para imponer su proyecto.
Porque claro que Peña Nieto tiene un proyecto de país, aunque no sea el que conviene a las grandes mayorías, sino a la elite oligárquica que saldría beneficiada. Lo dijo abiertamente en Mérida, donde afirmó que llevará a cabo las reformas estructurales que no se han concretado, es decir las que a toda costa nos quieren imponer el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, en beneficio de las súper potencias en un mundo cada vez más polarizado y en el que la lucha por los recursos naturales del planeta será más descarnada y brutal.
Estos comicios representan también la última oportunidad para esa elite oligárquica de hacerse del poder de manera democrática. Con todo, no dudarían actuar de otro modo si ven que su proyecto no tiene posibilidades de concretarse. De hecho lo han estado haciendo, paralelamente al lado amable de la campaña que representa Peña Nieto, como lo patentizan los hechos, incluso ilegales algunos de ellos, que han salido a la luz pública. Sin embargo, cabe esperar que finalmente se imponga la sensatez de quienes operan en la cúpula del poder económico y financiero, los mismos que tendrían mucho más que perder en el supuesto caso de que el PRI quisiera repetir el escenario que propició Vicente Fox en 2006.
Asimismo, es válido pensar que los más altos círculos de poder en Washington, conforme a sus escenarios, tengan la visión suficiente para saber que una escalada de protestas en México, ocasionada por un fraude como el de 2006, sería un problema muy serio también para su seguridad nacional. Sería gigantesca la ola de migrantes indocumentados que se activaría una vez que se desatara un conflicto postelectoral cada vez más caótico e inmanejable, lo mismo que la solidaridad internacional con el Movimiento Progresista, víctima de un gran fraude, situación que podría desembocar en un “efecto dominó” en América Latina, pues fuerzas de derecha tratarían de aprovechar la coyuntura. Aunque la respuesta de las corrientes democráticas no se haría esperar, coadyuvando con ello a su unidad y mejor organización continental.
Esto deben tenerlo muy claro en Washington, por lo que cabe esperar un firme rechazo a un nuevo fraude electoral. Lo mejor para todos, en las actuales condiciones, es permitir que México siga su curso histórico sin injerencias indebidas y sin presiones antidemocráticas. Respetar la voluntad popular en las urnas es la única vía para asegurar la gobernabilidad que requiere la nación a fin de afianzar su futuro y permitir que ganen todos los sectores, no sólo una elite voraz que tiene al país como un botín aún muy apetecible. El pueblo debe tener claridad sobre los verdaderos objetivos de Peña Nieto y del grupo al que representa. No son otros que la toma del poder para medrar sin temor a ser llamados a cuentas, y sobre todo apuntalar la estructura que les permita garantizar su continuidad por encima de los límites sexenales.
Las bases del partido tricolor tienen una responsabilidad histórica monumental, pues con su apoyo estarían avalando un virtual “golpe de Estado” que acabaría con la posibilidad de construir un Estado verdaderamente democrático. Es preciso que tomen conciencia de que sólo son usados y luego los mantienen como “carne de cañón” en tiempos electorales a base de limosnas humillantes. Doce años del PAN en el poder fueron suficientes para demostrar que los ultraconservadores siguen actuando de modo semejante a Miramón y Mejía, como si el tiempo no hubiera transcurrido desde el siglo diecinueve. Con todo, es preciso darse cuenta también de que el “nuevo” PRI es el mismo que dio un “golpe de Estado” técnico en 1982 y liquidó a los priístas históricos que conservaban algo o mucho de la ideología progresista del partido original.
El triunfo de Andrés Manuel López Obrador debe ser tan contundente que sea imposible la consumación de un fraude. Lograrlo sería el inicio de una nueva era para los mexicanos, de cara al futuro, donde la violencia fuera erradicada y donde se crearan condiciones para impulsar un crecimiento real de todos los sectores productivos, cosa imposible con el proyecto de Peña Nieto, pues sólo está hecho para favorecer a la misma elite que se beneficio con el PAN. Sólo que ahora quiere la seguridad de la protección de una clase política más experimentada y mejor capacitada para el usufructo del poder político.
Guillermo Fabela - Opinión EMET
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