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En cambio, los dimes y diretes entre Peña Nieto y la abanderada panista fueron demasiado predecibles, sin que ninguno profundizara en sus dichos, lo que dio margen para que el priísta se repusiera de los golpes prontamente
Ante el fracaso del supuesto debate entre los candidatos presidenciales, cabe preguntarse si tienen algún sentido este tipo de escenarios. Es inevitable hacer algunos comentarios, luego de que las expectativas creadas fueron absolutamente minimizadas, tanto por el formato propuesto por al Instituto Federal Electoral (IFE), como por lo acartonado de los candidatos. Al extremo de que Gabriel Quadri, representante de la franquicia propiedad de Elba Esther Gordillo, fue el que se vio más suelto y hasta conceptual.
La respuesta es obvia: no tiene objeto hacer perder el tiempo a los candidatos y mucho menos al público, cuando no hay condiciones para debatir conforme al significado del término. De hecho, hubo un lamentable retroceso en comparación con otros eventos similares de campañas anteriores, incluso con más candidatos debatiendo. De ahí que si el que se habrá de llevar a cabo en junio sigue las mismas reglas que este del domingo, lo mejor sería cancelarlo.
Tal pareciera que el IFE tiene un firme compromiso con Enrique Peña Nieto para evitar que tenga que enfrentarse a circunstancias para las que no está preparado, y proteger a la abanderada del PAN de un enfrentamiento real con Andrés Manuel López Obrador. Es cierto que tanto éste como Josefina Vázquez Mota coincidieron en la estrategia de lanzar ataques contra el mexiquense, pero en un debate sin reglas tan duras no se hubiera dado tal coincidencia.
También es cierto que Quadri pudo lucirse porque su presencia fue fantasmal para los otros contendientes: nunca se enteraron de que allí estaba, ni siquiera cuando lanzó ataques directos contra los políticos que, según él, sólo se dedican a golpearse unos a otros y no tienen ideas claras sobre los problemas nacionales. Mientras que él es “un ciudadano” comprometido con el país. Ninguno de los tres se sintió aludido, cuando hubiera sido muy fácil callarlo al decirle que su designación como abanderado del Partido Nueva Alianza (Panal), se la debe nada menos que a una de las políticas con menos autoridad moral para nada.
Aún se recuerda el histórico debate de López Obrador con Diego Fernández de Cevallos, cuando Andrés Manuel puso en su lugar al soberbio e inescrupuloso panista, a quien calificó de “farsante” y le dijo muy claramente por qué se lo decía. También el que tuvieron Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, Francisco Labastida Ochoa y Vicente Fox Quesada, cuando éste hizo famoso su “hoy, hoy, hoy”. En cambio, en el show del domingo 6 no hubo nada recordable, cuando mucho el intercambio de acusaciones entre Peña Nieto y López Obrador por lo de la corrupción de Arturo Montiel, tío del mexiquense, y René Bejarano, entonces militante del PRD.
En cambio, los dimes y diretes entre Peña Nieto y la abanderada panista fueron demasiado predecibles, sin que ninguno profundizara en sus dichos, lo que dio margen para que el priísta se repusiera de los golpes prontamente. En términos boxísticos, se diría que fue una pelea insípida, sin emociones que hicieran levantar de sus asientos al público. Pero lo más lamentable fue cuando López Obrador pudo haberse llevado la noche, al ser el último en tomar el micrófono, y perder la oportunidad de poner en su sitio a sus rivales, tal como años atrás lo hizo al debatir en serio contra el principal “gallo” del blanquiazul.
Hasta se llegó a pensar que el compromiso para autorizar este remedo de debate fue precisamente evitar éste. Así no tenía caso aceptar, como se vio al finalizar el evento, que más pareció un “show” de Las Vegas con la aparición en el escenario de una exuberante mujer que caminó para mostrar sus encantos, para envidia de no pocas féminas, seguramente.
Andrés Manuel “se pasó de amoroso”, fueron los comentarios generalizados luego del supuesto debate. Es claro que sus partidarios querían verlo como en sus mejores momentos de otros años. Esperaban que terminara por nocaut con sus rivales y apenas logró un empate con Quadri, al decir de algunos observadores. Pudo haber aprovechado el último round para poner en la lona al PRI y al PAN, argumentando por qué representan lo mismo y cuáles serían las consecuencias de votar por uno o por otro. Decir claramente que el futuro de la nación está en grave riesgo por los treinta años de gobiernos de ambos partidos, y que un sexenio más, ahora con Peña Nieto en Los Pinos, sería funesto para el futuro de los mexicanos.
De hecho, no tendríamos ninguna posibilidad de superar los graves problemas que nos agobian, porque se complicaría mucho más la situación prevaleciente, toda vez que se tendría que “gobernar” sin más ley que la de las armas, porque sólo así se podría calmar la dramática situación de millones de trabajadores en condiciones de mera sobrevivencia, a pesar de trabajar como se hacía en el siglo diecinueve. Esto debió decirlo López Obrador para que los electores tuvieran claridad sobre la enorme responsabilidad de su voto.
Guillermo Fabela - Opinión EMET
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