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Matar esas esperanzas, con un nuevo fraude electoral, será el fin de una era para México, y el inicio de otra cuyo desenlace se daría luego de más dramáticos
Miles de madres que acudieron a la ciudad de México desde todos los estados del país, confirmaron la gravedad de una realidad que urge cambiar desde sus raíces. Cada una cargando luto en el alma e indignación en el cuerpo por la criminal actitud de un régimen que detenta el poder con fines patrimonialistas, sin que le importen las consecuencias. Así se pudo constatar que suman más de 60 mil los muertos y desaparecidos por la insensatez de una “política” establecida para encubrir propósitos ajenos al de gobernar una nación con más de 112 millones de personas.
Porque finalmente esa es la cuestión de fondo, que los saldos trágicos del despotismo gubernamental tienen su origen en la malhadada decisión de legitimar un poder que no se obtuvo en las urnas. La apocalíptica tragedia que vive la nación mexicana, y particularmente las miles de madres enlutadas, se pudo haber evitado si al Ejecutivo hubiera accedido un hombre responsable, con autoridad moral, con firmes convicciones patrióticas. No fue el caso y ahora estamos pagando las consecuencias, situación que se habrá de prolongar hasta el último día de noviembre.
Lograr que no se alargue más la terrible agonía que vive la sociedad nacional, que se ponga fin a la inenarrable tragedia que enluta a miles de hogares mexicanos, será posible si el primero de julio próximo se respeta la voluntad popular expresada en las urnas. De otro modo, si grupos oligárquicos persisten en su actitud egoísta y antipatriótica que los ha caracterizado, y pretendieran influir para que asuma la primera magistratura alguien a quien pudieran dictar instrucciones, como actualmente sucede, la tragedia nacional podría prolongarse, con costos aún más graves.
Las historias de sufrimientos que conocemos por boca de sus víctimas, podrían ser aún más dramáticas en caso de que la ceguera, el egoísmo y la insensatez pudieran más que el patriótico e ineludible deber de garantizar el futuro de los mexicanos. Vale decirlo porque vemos cómo hay oligarcas que sólo se siguen preocupando por sus mezquinos intereses, no por la realidad que lacera y enluta a millones de hogares en el país. A ellos tiene sin cuidado que la nación se desangre, se haga pedazos por la violencia y la inseguridad extremas; que millones de jóvenes no tengan una mínima oportunidad de forjarse un futuro, ni que haya miles de madres clamando justicia y no la encuentren por ningún lado.
Son los que quieren la puesta en marcha de reformas estructurales impuestas por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, aunque ello nos lleve al total despeñadero como país en incomprensible situación, pues tenemos todo para ser una nación realmente de primer mundo. Lo quieren así porque se benefician de tal estrategia, aunque signifique la exclusión de cada vez más mexicanos de una vida justa. Son los mismos que se distinguen por su “filantropía”, sabedores de que ofrecer limosnas al pueblo les reditúa por partida doble: socialmente, al mantener a la población humillada recibiendo limosnas; y políticamente, al tener más capacidad de negociación con la cúpula gubernamental.
A ellos hay que hacerles ver la inconveniencia de seguir manteniendo una situación absurda, que lo es porque finalmente está llevando a la ruina a miles de medianos empresarios, como así ha estado sucediendo ya con los millones de pequeños empresarios que han tenido que cerrar sus negocios, con la secuela de desempleo que esto trae consigo. Es muy mala apuesta la de querer prolongar una realidad basada en la injusticia, como pretenden hacerlo algunos oligarcas. Si Felipe Calderón ha podido seguir adelante, pese a sus terribles desatinos, es porque aún le quedan esperanzas al pueblo de que se pueden encontrar salidas a la crisis que padecemos.
Matar esas esperanzas, con un nuevo fraude electoral, será el fin de una era para México, y el inicio de otra cuyo desenlace se daría luego de más dramáticos sufrimientos para la inmensa mayoría de familias mexicanas. Lo que hoy están viviendo miles de madres enlutadas, será un juego en comparación con lo que podría sobrevenir si se acaba con las esperanzas de un país mejor. Estas han renacido ante la posibilidad de cambios verdaderos a partir de diciembre. Matarlas con imposiciones improcedentes, equivaldrá a vivir en una eterna zozobra, en constante espera de ser las próximas víctimas, no del crimen organizado, sino de un gobierno policíaco dirigido por gente sin escrúpulos que ha sido capaz hasta de “organizar” al crimen.
Guillermo Fabela - Opinión EMET
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