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Un líder y dos improvisados. (Lenia Batres Güadarrama)


Un líder y dos  improvisados
Para el líder la buena oratoria se aprendede de la comunicación con simpatizantes, de escucharlos, interpretarlos y, fundamentalmente, proponerles ideas que les inciten



Creo que la idea que prevalece ahora del gobernante es parecida.
El año pasado, la película británica El discurso del rey, de Tom Hooper, mostraba a Colin Firth interpretando a un tartamudo rey Jorge VI al que corresponde enfrentar la Segunda Guerra Mundial luego de la abdicación de su hermano Eduardo VII.
Hace unas semanas veìa a Meryl Streep protagonizando a Margaret Thatcher en La Dama de Hierro, también película británica, dirigida por Phyllida Lloyd.
Ambos filmes se centran en la personalidad y preparación de dos personajes a los que corresponde encabezar fuertes momentos históricos de la Gran Bretaña. Pero, curiosamente, ambas nos muestran una preparación coyuntural. Es decir, no nos hablan de la carrera política ni de Jorge VI ni de Margaret Thatcher más que incidentalmente. Dejan la impresión de que no fue una trayectoria política lo que los hizo estadistas sino su personalidad, los cursos de oratoria y la obediencia a asesores. No se observa liderazgo, ni retroalimentación con la gente, que en ambas películas son una masa ruidosa receptora de los discursos de estos personajes. No tienen que estudiar historia, ni política, ni siquiera derecho.
En ambas películas hay escasos momentos en que el pueblo tiene algo qué decir. En la primera, a través del terapeuta, que mostrándole al “hombre común” al monarca, logra que éste pueda soltar su habla. En la segunda, es a través de las protestas de trabajadores víctimas de las políticas rapaces de Margaret Thatcher que el pueblo adquiere alguna personalidad.
No debato la gran actuación de los protagonistas que les otorgó, en los dos casos, un Óscar. Pero sí me pareció sintomático de una idea preponderante del poder el hecho de que en ambas historias, los personajes se preparan como estadistas justo cuando les corresponde realizar ese papel. Y esa preparación no es más que en oratoria.
Y me preguntaba: ¿De veras la gente (directores de cine) cree que un estadista es el que aprende a hablar bien en público y que no tiene más que hacer lo que sus asesores expertos le dicen porque él es (comprensiblemente) ignorante?
Por eso es que quizá haya quien pueda dispensar la estupidez de Enrique Peña Nieto y la campaña fallida de Josefina Vázquez Mota.
¿Tantos personajes de parapeto han existido en la historia política de la humanidad para que creamos que cualquiera con acceso a una nominación de este tipo puede ser estadista? ¿Y nos podemos conformar con eso?
Por eso, tal vez, se suele diferenciar al líder político o al verdadero estadista. Un líder es producto de un proceso mucho más complejo que un curso de oratoria y la buena selección de asesores, porque liderar significa influir, dirigir. Son actos sustantivos, no es sólo una representación.
Para el líder la buena oratoria se aprendede de la comunicación con simpatizantes, de escucharlos, interpretarlos y, fundamentalmente, proponerles ideas que les inciten a la acción política de una causa determinada y obtener su respuesta afirmativa.
Los “asesores” no son cortesanos. Son expertos invitados o colaboradores leales que se van especializando. Un dirigente político, entre más larga ha sido su carrera, va teniendo contacto con una gran gama de colaboradores, que pueden ser momentáneos o permanentes, técnicos o conocedores, cuyo común denominador es que contribuyen en la elaboración de plataformas políticas o de gobierno, o en la elaboración e implementación de programas o, simplemente, opinan.
Generalmente, en una actividad política interviene mucha gente y muchas circunstancias. El líder reúne información, propone y debe estar atento a si las condiciones específicas implican mantener tal o cual acción y cuándo debe modificarse. Escucha a quien le alerta al respecto y toma decisiones rápidas buscando movilizar a aquellos que le podrán ayudar.
Y a todo esto, ¿por qué no es suficiente un improvisado y por qué es indispensable  un líder para gobernar un país? Pues porque un improvisado nunca entenderá el proceso que está viviendo y, en consecuencia, no podrá dirigirlo. Y, si se vota por una persona, es porque implica que se le puede hacer responsable de su gobierno, es decir, que lo pueda dirigir.
Una semana de campaña electoral ha exhibido debilidades tan elementales en Enrique Peña Nieto como su ausencia de cultura (quien no conoce a su patria ¿cómo puede comunicarse con su gente?); su imposibilidad de improvisar un discurso, como si no tuviera un eje programático en su campaña; su dispersión de propuestas como si no quisiera que se identificara su verdadera plataforma; su insensibilidad para identificar a interlocutores. Y en esos elementos que no son de vida privada porque exhiben irresponsabilidad personal: sus hijos formados sin respeto hacia el pueblo y sus hijos abandonados.
Y Josefina Vázquez Mota va de yerro en yerro que ahora parece inexplicable cómo habrá dirigido dos secretarías de Estado y un grupo parlamentario: deja esperando a la gente y se le vacía el estadio en su evento de inicio de campaña; organiza eventos en los que tiene protestas; se le vuelve a ir la gente de otro estadio de futbol (en Tapachula); casi se desmaya en una conferencia; se manifiesta avergonzada de la universidad en la que estudió. Se equivoca al declarar a favor de fortalecer el lavado de dinero y cita haber puesto “tres millones de pisos firmes” en viviendas de escasos recursos cuando fue secretaria de Desarrollo Social, mientras que el PAN señala que en 12 años de “impulsar el cambio” se colocó piso firme sólo en 2 millones de casas. Y ya de paso, se han hecho públicas sus declaraciones de hace años contra la UNAM y a favor de la política económica de Pinochet.
Insisto, ser líder, y aun más, estadista, no es aprender a hablar en público y rodearse de asesores, como se están empeñando en demostrarnos el candidato del PRI y la candidata del PAN.
Queda claro quién es el único con tamaño de estadista en esta campaña.
Lenia Batres Guadarrama - Opinión EMET