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Quien puede garantizar un verdadero progreso para México es AMLO. (Guillermo Fabela)

 
Quien puede garantizar un verdadero progreso para México es  AMLO
Esta es una de las diferencias de fondo entre Andrés Manuel López Obrador, y Enrique Peña Nieto y Josefina Vázquez Mota, quienes no tienen libertad ni siquiera para designar a sus colaboradores.



Diversos especialistas han reiterado que mientras se mantenga el gran mercado de estupefacientes en la nación vecina, será materialmente imposible contener el trasiego de drogas ilegales, ahora acompañado por otro lucrativo negocio: el contrabando de armas. De ahí que uno de los retos que tendrá el siguiente mandatario mexicano será, sin duda, edificar una relación con Estados Unidos de pleno respeto a nuestros intereses nacionales, lo que implicará encauzar la lucha contra el crimen organizado en su justa dimensión, no convertirlo en la prioridad fundamental de nuestro país, sino darle el tratamiento adecuado.

La prioridad de la sociedad mexicana, ahora y más todavía en los próximos años, no puede ser otra que impulsar un desarrollo social que favorezca un crecimiento sustentable en un entorno de paz y gobernabilidad. Es un imperativo abordar el tema de la seguridad en el marco del desarrollo integral de la región, no como un simple asunto policíaco. En los cinco años de haberse puesto en práctica la Iniciativa Mérida, ha quedado plenamente comprobado que sólo sirvió de mecanismo para que la Casa Blanca interviniera sin tapujos en los asuntos internos de México.

Tal situación es insostenible, porque no tendríamos futuro como nación si el Estado mexicano pierde su capacidad para negociar con Washington una relación bilateral basada en el respeto. Por eso es fundamental que llegue a Los Pinos quien tenga tras de sí el apoyo mayoritario del pueblo, y que sepa y quiera usar ese apoyo con fines patrióticos, no sólo para favorecer intereses particulares y de partido. Obviamente, el único que podría hacerlo es el candidato del Movimiento Progresista, por la sencilla razón de que llegaría al poder sin compromisos irrompibles con la oligarquía, lo cual no podrían hacer los abanderados del PRI y del PAN.

Esta es una de las diferencias de fondo entre Andrés Manuel López Obrador, y Enrique Peña Nieto y Josefina Vázquez Mota, quienes no tienen libertad ni siquiera para designar a sus colaboradores. Si cualquiera de los dos asumiera el mando del país, aunque fuera limpiamente (lo que es muy dudoso), el país entraría en una espiral de mayor violencia y descomposición del tejido social, porque se agudizarían las contradicciones actuales, luego de tres décadas sin crecimiento real y de firme debilitamiento de la estructura productiva de México.

Esto lo saben perfectamente en la Casa Blanca, por eso hay fundadas esperanzas de que actúen con sensatez, pues tal complejidad de la realidad socioeconómica de nuestro país se resentiría negativamente en Estados Unidos. En primer lugar, sería imparable la ola de migrantes indocumentados que buscarían no sólo trabajo, sino refugio en territorio estadounidense. Deben saber que la mejor solución a este problema está en consolidar condiciones de progreso en nuestro suelo, lo que a su vez se traducirá en un firme aislamiento de las bandas delictivas y con ello una reducción del poderío del crimen organizado.

Quien puede garantizar un verdadero progreso de México es el candidato de la izquierda, no sólo por sus firmes convicciones progresistas, ampliamente demostradas cuando fue jefe de Gobierno del Distrito Federal, sino porque no tiene ligas con grupos oligárquicos sólo interesados en ampliar y fortalecer sus privilegios, como si las tienen Peña Nieto y Vázquez Mota. Su trayectoria pública así lo patentiza. De ahí que pueda afirmarse que estamos ante la última oportunidad de revertir una realidad adversa, y emprender la marcha hacia la recomposición del país sobre bases democráticas y progresistas, pues cancelar la vía pacífica del cambio verdadero, sólo desencadenaría una situación caótica de gravísimas consecuencias.

Otro sexenio más de neoliberalismo, de control oligárquico de las instituciones nacionales, de firme intromisión de Washington en los asuntos internos de México, sólo desembocaría en pérdida total de la poca gobernabilidad que aún tenemos los mexicanos, a pesar de tanta violencia e inseguridad pública. Es preciso que se tenga plena conciencia de esta realidad antes de que sea demasiado tarde. Entronizar un bipartidismo reaccionario sería afianzar las bases de un verdadero Estado fallido cuya única salida sería la instauración de una férrea dictadura como las que hubo en el Cono Sur en los años ochenta. Nadie saldría ganando con una realidad tan fatídica y terrible, ni siquiera la oligarquía, la cual quedaría supeditada a intereses trasnacionales.
 
Guillermo Fabela - Opinión EMET