- Obtener vínculo
- X
- Correo electrónico
- Otras apps
Featured Post
- Obtener vínculo
- X
- Correo electrónico
- Otras apps
Dice Peña Nieto que no anda recorriendo el país con falsas promesas de campaña, ni en busca del aplauso fácil. Es cierto, no ha prometido nada que lo comprometa y que ya como mandatario le sería cuestionado.
Con todo, el proyecto de la oligarquía sigue vivo, ahora bajo la bandera del PRI, cuyo candidato a su vez es rehén de la mafia que encabeza Carlos Salinas de Gortari. Se podrá argumentar que sus críticos no tenemos más argumentos que éste, lo que no es cierto. Lo que ocurre es que se debe partir de este hecho básico para hacer un análisis objetivo del papel de Enrique Peña Nieto en una contienda crucial para los mexicanos. Afirma el mexiquense que la gente quiere el cambio, pues no admite más improvisaciones en el gobierno. En efecto, la alternancia en el Ejecutivo fracasó porque los panistas se la pasaron improvisando todo el tiempo. ¿No haría lo mismo Peña Nieto si acaso ganara las elecciones?
Podría argumentarse que no, pues el grupo que representa tiene muy claro el proyecto que quiere impulsar. Sólo que tal proyecto no es el que conviene a la nación, porque redundaría en una crisis estructural con daños más graves que los que ahora estamos sufriendo. Es válido afirmarlo porque su “gobierno” privilegiaría políticas públicas en favor de intereses oligárquicos y de grupos de poder trasnacional, al igual que el PAN, sólo que de manera más sutil y con el fin de favorecer en particular a la tecnocracia neoliberal que se apoderó del PRI desde hace tres décadas y no lo ha soltado.
No improvisaría, es cierto, pero su desempeño sería tan excluyente como lo ha sido desde el sexenio de Miguel de la Madrid, porque esa es la razón de ser del grupo al que pertenece Peña Nieto, con fuertes nexos con grupos de poder trasnacional que le impondrían condiciones leoninas para seguirle dando su apoyo. Ni que decir tiene que tal apoyo sería fundamental para seguir “gobernando”, toda vez que rápidamente perdería la simpatía del pueblo, al darse cuenta las clases mayoritarias que el estilo de gobierno del mexiquense no difiere en nada del que caracterizó a sus antecesores. Sucedería lo que ahora vemos está sucediendo en España, donde el gobierno conservador y neoliberal de Mariano Rajoy enfrenta una fuerte presión social por sus políticas reaccionarias que contradicen totalmente sus promesas de campaña.
Dice Peña Nieto que no anda recorriendo el país “con falsas promesas de campaña”, ni en busca del “aplauso fácil”. Es cierto, no ha prometido nada que lo comprometa y que ya como mandatario le sería cuestionado. Sus arengas se distinguen por ser anodinas, plagadas de lugares comunes y de “compromisos” pueblerinos que no implican cambios verdaderos en la estructura del poder. Pero como algo tiene que decir que satisfaga a sus patrocinadores, se compromete a privatizar Pemex, promesa que sería rápidamente cumplida, con todos los graves problemas que implicaría una medida tan reaccionaria y contraria al interés nacional. ¿Cómo le haría para que las arcas del erario no quedaran vacías pronto sin los impuestos de la paraestatal?
Cabe puntualizar que la privatización de Pemex no sería tan obvia que alarmara a la ciudadanía y surgieran justos reclamos, sino de manera que la paraestatal no perdiera su papel de administradora de contratos. De cualquier forma, la mayor parte de sus ingresos se irían pronto hacia las cuentas de los “socios” privados. Así, México perdería para siempre un bien que le asegura un futuro menos dramático a las nuevas generaciones, el cual todavía representa un apoyo fundamental al desarrollo del país, por eso la ambición de los tecnócratas por entrar de lleno en su administración y posesionarse así de sus activos.
En cambio, Andrés Manuel López Obrador se compromete a mantener bajo propiedad del Estado a Pemex, con el fin de aprovechar los hidrocarburos en beneficio de los mexicanos, mediante la construcción de cinco refinerías y el apuntalamiento de las instalaciones de la paraestatal. Asimismo, se compromete a usar toda la capacidad instalada de la Comisión Federal de Electricidad (CFE), para dejar de comprar el fluido a empresas privadas, las cuales controlan ya el 55 por ciento del mercado en México. De este modo se podrían reducir los precios de los energéticos a los mexicanos, con lo que se impulsaría el crecimiento sin presiones inflacionarias.
El líder del Movimiento Progresista puede hacer tales compromisos porque no tiene nexos con la oligarquía. ¿Cómo es posible que la gente negara su voto a un proyecto que garantizaría el futuro del país? Desgraciadamente existe el riesgo, porque el PRI le apuesta al derroche de recursos para ganar la contienda y así mantener condiciones sociales que permitan seguir engañando a un pueblo miserable.
Guillermo Fabela - Opinión EMET
- Obtener vínculo
- X
- Correo electrónico
- Otras apps