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No hay borracho que coma lumbre reza el dicho que con sabiduría muestra que El miedo no anda en buro, además de No la brinca sin huarache, quien dirige a ciertas personas
Camilo Ramírez Garza
Desde la caía y el resbalón, pasando por el pastelazo, la “carrilla”, donde con juegos de palabras y apodos se puede “herir” al otro cariñosamente, hasta el daño directo al cuerpo mediante el golpe, la abertura, el corte, del cuchillo, la pistola y la metralleta, asistimos los humanos a una experiencia paradójica fundamental –aderezada de humor negro- como lo es la fascinación/horror por la violencia. Hay que decirlo de manera clara y fuerte, más allá de la campaña insistente “por la paz”, los ciclos de violencia, etc. la violencia ante todo, antes de ser negocio, es divertida. Reconocer tal cosa, inherente a los humanos (por más que algunos se den golpe de pecho, “Come santo, caga diablos” –como reza la sabiduría popular) la fascinación por la agresión, el conflicto, la destrucción y la muerte, como motor generador de vida, creatividad, diálogo y debate, nos lleva a “dar lugar” a una condición fundamental de perversidad (Los polimorfos perversos, les decía Freud a los niños) de los humanos, sea que se manifieste mediante el sumo bien, o el más abyecto de los males.
“No hay borracho que coma lumbre” –reza el dicho que con sabiduría muestra que “El miedo no anda en buro”, además de “No la brinca sin huarache”, quien dirige a ciertas personas su violencia, no “Metiéndose con uno de su tamaño”, pues ello implicaría la confrontación con la propia imposibilidad de ser totalmente fuerte.
La diversión, el goce, que se genera al dañar al otro, incluso a ese otro que es yo (“El Yo es otro” Rimbaud) debe ser calibrada como una experiencia humana fundamental sin la cual no se puede entender cabalmente también los vaivenes y avatares del amor por el que pasa una pareja intentando “estar solo bien y en paz”, de lo cual no se produce más que una tranquilidad incomoda sin mucho movimiento, como muerte en vida. Lo mismo sucede con las políticas públicas y tareas específicas a través de las cuales se intenta erradicar la violencia, promover una cultura de la paz, empiezan y terminan por ser simples folletos de información que se tirarán, rollos “sin ton ni son” que no ponen el dedo en la llaga, son muy ingenuos, pues no dirigen su atención a las condiciones estructurales que la suscitan.
Hablar del objeto erótico de la violencia implica reconocer de inicio que las experiencias de violencia no se investigan solo clasificándolas (tipos de violencia) y cuantificándolas (estadísticas, casos atendidos, recursos, bla bla bla) sino cualificándolas: dando cuenta de la experiencia singular de quien emprende tal trato hacia sí u otro no como una psicopatología, sino como una condición compartida por lo humanos, quienes precisamente nos organizamos entorno al erotismo y el deseo, antes que por la sola necesidad, al igual que el amor: ¿Qué se ama en el otro cuando se le ama?, lo mismo vale para la violencia: ¿A qué cosa que “veo” del otro, es a la que insulto y golpeo? En ese sentido, ¿Qué es lo que esos supuestos “monstruos”, hijos de la cultura, nos devuelven a las personas “decentes y de buenas costumbres?...algo quizás de lo que –ingenuamente- creíamos perdido.
http://columnacamilo.jimdo.com
Twitter: @CamiloRamirez_
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Camilo Ramírez Garza - Opinión EMET
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