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Vale la pena preguntarse qué transformación del país podría llevar a cabo un personaje y un partido que representan lo peor del sistema político mexicano.
En la ceremonia de protesta del abanderado priísta, el senador quintanarroense expresó que “México no puede estar condenado a la violencia ni al estancamiento; la pobreza no puede ser destino para millones de mexicanos”. Desde luego que no, porque se estaría cancelando el futuro para la que alguna vez fue la nación más progresista de América Latina. Por eso es vital que la sociedad nacional en su conjunto ponga un freno al binomio conservador que integran el PRI y el PAN, pues de no hacerlo ahora mediante la fuerza del voto, se abriría la puerta a un Estado policíaco.
El pueblo debe saber que ambos partidos representan el mismo proyecto antidemocrático que salvaguarda los intereses de una clase minoritaria que vive únicamente para seguir acumulando bienes, riquezas y privilegios. No debe dejarse engañar por el discurso embaucador de un candidato cuya biografía lo pinta de cuerpo entero como un miembro de esa minoría oligárquica, antidemocrática y excluyente que quiere detentar el poder con fines patrimonialistas, lo que se confirmó cuando fue gobernador del Estado de México.
Cualquiera que no tenga el suficiente conocimiento de la realidad nacional, podría creer lo dicho por Peña Nieto en el acto protocolario en Dolores Hidalgo, Guanajuato. Dijo: “Hoy queda claro que el gobierno ha sido incapaz de proteger a las familias. Esta ha sido una etapa de sangre, violencia y muerte. Vivir con miedo, angustia, eso no es vida. México no quiere más de lo mismo… Es claro que la mayoría de la sociedad mexicana quiere un cambio, y resalta la mediocridad y exige que las cosas se hagan bien”.
Pues sí, efectivamente, el pueblo está harto de la forma como el grupo en el poder ha venido manejando al Estado mexicano, pero no de ahora, sino desde hace más de tres décadas. El PRI no puede eludir su responsabilidad, por más desmemoriada que sea la sociedad nacional. Es necesario insistir en este punto, porque la actitud de los priístas pretende hacer creer a la población que ellos son los llamados a iniciar el cambio que reclaman las clases mayoritarias. Obviamente, sería un gravísimo error caer en el garlito. Los priístas quieren regresar a Los Pinos únicamente para disfrutar de los privilegios del poder, no para servir a la nación.
¿Por qué se puede asegurar tal cosa? Porque es el mismo partido que se consolidó con Carlos Salinas de Gortari y favoreció el fortalecimiento de la derecha más reaccionaria, razón por la cual el PAN pudo acceder al ejercicio del poder. Con frases como las dichas por Peña Nieto, como que “el país ya no resiste más de lo mismo”, pretende convencer al electorado desinformado de que el PRI significaría un cambio verdadero, cuando lo único que cambiaría con su regreso a la casa presidencial serían los colores y los protocolos, nada más. Al convocar a “una nueva alternancia”, con él como el líder del proceso, no hace más que engañar cínicamente a la ciudadanía.
El pueblo debe saber que la salida del PAN de Los Pinos es un acto de sobrevivencia ineludible, pues con un año más o dos de las mismas políticas antidemocráticas y reaccionarias que instrumenta, el país caería en una ingobernabilidad imposible de superar con medios pacíficos. De ahí el interés de Felipe Calderón en asegurar el enseñoramiento de la violencia, a fin de justificar la instauración de un Estado policíaco.
Pero el regreso del PRI sería una cataplasma inútil que sólo prolongaría la agonía de un pueblo envilecido por tanta humillación y miseria, la cual pretenden prolongar ambos partidos con las “reformas” estructurales, que no son otra cosa que políticas públicas orientadas a fortalecer los privilegios de la oligarquía. Esto lo saben algunos consejeros de los grupos oligárquicos, quienes también deben saber que tratar de prolongar esta realidad sólo conduciría al país a una situación de caos inmanejable, del que ni sus pocos integrantes saldrían beneficiados. De ahí que acepten la necesidad de un cambio verdadero, que permita aflojar las terribles tensiones que caracterizan a México en la actualidad.
Por eso ahora no ven a Andrés Manuel López Obrador como “un peligro para México”, al darse cuenta cabal que el verdadero peligro está en las políticas públicas antidemocráticas enarboladas por una clase política reaccionaria sólo interesada en acrecentar sus propios privilegios. En tres décadas ha demostrado una absoluta incapacidad para gobernar a favor de la nación, como es por demás obvio. Sí es urgente un cambio verdadero, pero éste no vendrá del binomio ultraconservador y apátrida, sino del pueblo dirigido por una clase política verdaderamente comprometida con el futuro de los mexicanos.
Guillermo Fabela Quiñones - Opinión EMET
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