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México y las ramas secas de un árbol podrido. (Guillermo Fabela Quiñones)

 
México y las ramas secas de un árbol  podrido
De ahí que la exigencia del líder empresarial equivalga a sacudir las ramas secas de un árbol podrido, cuando lo indispensable es cortarlo de raíz para sembrar uno nuevo, libre de las plagas



            Cabe señalar que aun cuando se dieran buenos resultados en esa dirección, las cosas no cambiarían gran cosa. El líder empresarial parece desconocer las verdaderas causas de la realidad tan dramática que estamos viviendo los mexicanos, que propician vicios como las corruptelas y grandes fallas en las filas de los cuerpos de seguridad. Así lo deja ver al solicitar “menos corrupción en las policías y más sentido de responsabilidad de las autoridades en vigilar que no exista esa complicidad que se da con la delincuencia”.
            Puntualizó Espinosa Desigaud que la Coparmex se concentrará en apoyar “una educación de calidad entre todos los mexicanos; fomentar la participación ciudadana en procesos cívicos; construir propuestas para fortalecer la seguridad pública, e impulsar un programa de acciones para reactivar la economía”. Sin duda, lograr tales objetivos es ineludible en esta hora tan difícil para el pueblo de México. Sólo que así como están los principales escenarios públicos, será imposible tener avances sustantivos en esa dirección.
            Así lo entiende el secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), José Miguel Insulza, quien ve la realidad de México con más objetividad, como se advierte al afirmar que “no estamos cerca de ganar” (la guerra de Felipe Calderón contra el narcotráfico). Al participar en la conferencia “El orden interamericano frente a los retos de la globalización: viejos y nuevos actores del orden mundial”, señaló la necesidad de “ensayar alguna otra cosa”, pues los resultados del combate al crimen organizado no han sido los esperados.
            Es muy obvia la urgencia, en efecto, de “ensayar otra cosa”. Por ejemplo, que los organismos internacionales dejen de servir de peones de los grandes poderes trasnacionales; y al interior del país, no poner obstáculos al desarrollo social como se ha venido haciendo desde hace tres décadas; no cancelar la vía democrática como también lo ha hecho la oligarquía con el invaluable apoyo de la elite burocrática.  Como bien se preguntó Insulza, “¿Cuántas cosas más tienen que pasar para que esto termine?, ¿cuántos presos más?, ¿cuánta droga hay que confiscar?”
            Tales interrogantes no pasan por la cabeza de Felipe Calderón, quien sólo tiene interés en asegurar una salida de Los Pinos lo menos complicada posible para él, no para el país, motivo por el que sigue empeñado en poner obstáculos al sano desenvolvimiento de la vida democrática nacional, y en “ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio”, como lo demostró al criticar mañosamente al gobierno saliente de Michoacán, al que acusó de haber dejado las arcas de la entidad en completo desorden. ¿Acaso está libre de culpa con el caos que propició durante el sexenio, hasta el punto de que los riesgos de ingobernabilidad son evidentes?
            De ahí que la exigencia del líder empresarial equivalga a sacudir las ramas secas de un árbol podrido, cuando lo indispensable es cortarlo de raíz para sembrar uno nuevo, libre de las plagas que acabaron con el viejo. ¿Cómo pretende impulsar una educación de calidad cuando el magisterio está dominado por un grupo gansteril al que la educación es lo que menos le preocupa? ¿Cómo supone que se puede fomentar la participación ciudadana en procesos cívicos si el duopolio televisivo se encarga de evitarlo? ¿Cómo piensa impulsar un programa de acciones para reactivar la economía si los miembros de la Coparmex se han distinguido como firmes impulsores del neoliberalismo depredador?
            ¿No están exigiendo que se aprueben las famosas “reformas estructurales”, principalmente la laboral, que no son otra cosa que medidas extremas para profundizar la desigualdad social y la inequidad económica? Si realmente quisieran cambios favorables para el país, y sobre todo poner fin a tanta violencia e inseguridad, el camino a seguir es muy sencillo: permitir que la democracia sea una realidad y que de nueva cuenta haya una positiva movilidad social en México. Sólo así será factible dejar atrás lastres muy dañinos cuyas consecuencias están a la vista: más desempleo, más inseguridad, mayor descomposición del tejido social; en suma, más violencia e inseguridad, en un interminable círculo vicioso cada vez más sangriento.
Guillermo Fabela Quiñones - Opinión EMET