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No es la criminalidad la principal amenaza para la democracia, sino todo aquello que la origina
Según Calderón, la criminalidad “es la principal amenaza para la democracia”, cuando es un hecho inobjetable que se trata de una consecuencia de problemas muy graves de orden social, mismos que se han estado incubando desde hace varias décadas, pero que afloraron con gran fuerza a raíz de la imposición del neoliberalismo a la sociedad nacional. Estudiosos del tema han demostrado que esta “guerra” sólo es una mampara que impide ver los objetivos reales que persigue el grupo en el poder, que no son otros que mantener condiciones que favorezcan el uso de la fuerza del Estado contra todo lo que amenaza su hegemonía.
La principal amenaza para la democracia es precisamente la terquedad del grupo dominante en mantener un poder que obstaculiza la democratización real de la vida política nacional. Por eso es muy positiva la lucha de organizaciones progresistas, como la encabezada por Andrés Manuel López Obrador, pues no buscan otra cosa que anular los embates de la oligarquía, que sólo producen más pobreza con toda su enorme secuela de problemas sociales y económicos. La izquierda mexicana, en esta hora crucial, no busca otra cosa que retomar el rumbo democrático de un sistema que fue creado para dar esa opción a la sociedad en su conjunto. Sería inviable pretender avanzar más allá de tal meta. Es absurdo el argumento falaz de que un triunfo del movimiento progresista llevaría al país al socialismo. ¡No hay condiciones mínimas para dar ese paso!
Lo único que se busca es fortalecer la democracia, con el fin de crear las bases de una sociedad con futuro, como llegó a tenerlo cuando la época del desarrollo estabilizador, cuando había pleno empleo con salarios remunerativos, lo que favoreció el surgimiento de clases medias con un buen nivel de vida, el mejor en América Latina. Hoy en cambio, con los conservadores decimonónicos en el poder, lo único que se ha logrado es una terrible descomposición del tejido social, que desembocó en una violencia cada vez más salvaje y bestial.
No es la criminalidad la principal amenaza para la democracia, sino todo aquello que la origina. Quienes tienen más de cuarenta años pueden recordar que México era una nación pacífica, con altos niveles de seguridad, que contaba con una movilidad social envidiable en el resto del subcontinente. Esto fue posible en buena medida gracias al desarrollo estabilizador y al sistema de economía mixta, el antecedente de la tercera vía de la que ahora se habla en los círculos académicos europeos. Con todo y corrupción, que no era tan brutal como en la actualidad, el Estado era un patrón eficaz que se esmeraba en tratar de cumplir lo mejor posible los ordenamientos en materia laboral y de seguridad social.
Toda la sociedad ganaba, a pesar de las muchas ineficiencias de los administradores del gobierno federal, que no se comparan con las de los tecnócratas actuales, quienes además no tienen límites en lo referente a la corrupción. En cambio ahora las ganancias son sólo para unos cuantos miembros de la elite, situación inmoral que no puede ser duradera como pretende Calderón. El resultado no puede ser otro que el que estamos viendo de violencia cada vez más generalizada, a un grado tal que podría usarse como argumento para establecer un Estado policíaco de facto, como lo deja ver Calderón con sus palabras por demás huecas.
El propio presidente del Instituto Federal Electoral (IFE), Leonardo Valdés, hizo suyo el mensaje al decir que hay zonas del país en condiciones tales de inseguridad, que “podrían inhibir” el desarrollo de la jornada comicial. Aunque puntualizó que “la seguridad es responsabilidad de ustedes como gobernantes”. En efecto, así es de acuerdo con los ordenamientos constitucionales, pero a ella parece haber renunciado el régimen tecnocrático que encabeza Calderón, al afirmar que “los malos” son los causantes de la terrible situación que se vive en el país. Las organizaciones delictivas no surgen por obra del espíritu santo, sino que son producto de condiciones sociales específicas, como las que se viven en este momento en México. Cambiarlas, en beneficio de la sociedad en su conjunto, es condición ineludible para reducir y hasta desaparecer las estructuras que favorecen los altos índices de criminalidad.
Guillermo Fabela Quiñones - Opinión EMET
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