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Lo único que podríamos esperar los mexicanos con el PRI de nuevo en el poder es el regreso al siglo veinte, luego de dos sexenios de haber vivido en el siglo diecinueve con el PAN en el poder.
La palabra cambio es la central en los discursos de los candidatos que buscan llegar a Los Pinos el próximo primero de diciembre. Esto demuestra que hay consenso en reconocer que no vamos bien, lo que acepta incluso Josefina Vázquez Mota, aunque por la simple razón de abrirse un espacio propio en la contienda, que sabe tiene perdida por llevar sobre sus espaldas los desaciertos de un “gobernante” que se esmeró en salvaguardar intereses minoritarios y en desangrar al país con una absurda “guerra” que en más de cinco años no pudo ganar.
Cambio es la palabra que más aflora en los discursos de Enrique Peña Nieto, el abanderado del partido que durante siete décadas frenó cualquier cambio que hiciera posible los avances de la sociedad, incluso en contra de su lema: “Justicia y democracia social”. Con todo, el cambio que piensa llevar a la práctica, en el malhadado caso de que triunfara en las urnas, no es otro que el de cobrar venganza, sacar al PAN de Los Pinos y reestablecer un modo de gobernar arcaico pero con nuevo rostro. Llegaría a insuflar alientos a los mismos intereses oligárquicos y caciquiles de antes de que se diera la alternancia en el año 2000.
Sería inútil esperar que diera paso a políticas públicas democráticas y de rescate de valores ciudadanos. No sabría cómo hacerlo, ni está en su agenda aprender las formas democráticas de llevar las riendas del Estado. Eso nunca lo aprendió el PRI, ni siquiera cuando así fue bautizado para hacer notoria su separación del modelo político inspirado por el general Lázaro Cárdenas del Río. El PRI, como partido de la entonces nueva clase política civilista, surgió a la palestra para servir a los intereses de la clase política surgida con el alemanismo, ya desde entonces dispuesta a forjar firmes alianzas con la Casa Blanca en Washington, con la oligarquía más depredadora y con dirigentes caciquiles dispuestos a traicionar a sus gremios.
¿Qué cambio podría ofrecer el PRI a la sociedad nacional si está firmemente anclado en un pasado que añora y desea revivir porque tal es su esencia y razón de hacer política? El viejo partido está peleado con la democracia, porque nació para ser hegemónico y por eso añora el “carro completo” que le permita ejercer el poder con un sentido paternalista, no democrático. Por eso Peña Nieto habla de cambios en abstracto, como si pudieran darse por obra del Espíritu Santo, y sin hacer mención de los objetivos concretos que se buscarían con esos pretendidos cambios. Pero sabe que sin hablar de cambios sus discursos estarían vacíos de contenido, por eso no puede prescindir de la palabrita que en el fondo debe detestar como buen conservador que es.
Lo único que podríamos esperar los mexicanos con el PRI de nuevo en el poder es el regreso al siglo veinte, luego de dos sexenios de haber vivido en el siglo diecinueve con el PAN en el poder. Pero esperar que nos llevara al siglo veintiuno es tanto como esperar llegar a Marte en el próximo sexenio. Vale tal señalamiento porque el neoliberalismo, la doctrina del “nuevo” PRI, no puede seguir vigente en el futuro inmediato. Está de salida en el mundo aunque no lo quieran sus pocos beneficiarios, las súper potencias que apenas cuentan con menos de un tercio de la población mundial, pero usufructúan las principales riquezas del planeta.
El cambio que espera una nación como la nuestra, no lo podría llevar a cabo el PRI, mucho menos la señora Vázquez Mota. Están firmemente comprometidos ambos partidos con las políticas neoliberales que están demostrando su rotundo y costoso fracaso en Europa y otras partes del orbe. Aunque el partido tricolor muestre signos de “modernidad”, lo cierto es que muy poco se diferencia del blanquiazul, si acaso porque en sus filas aún quedan vestigios del laicismo que supo defender con firmeza durante muchos años, pero nada más.
El cambio verdadero debe comenzar con el rescate de la soberanía nacional, con la instauración de una democracia plena, definida por la participación responsable de la sociedad en la decisión de políticas públicas fundamentales; con la defensa irrenunciable del Estado laico y de una educación pública de calidad y gratuita; con el cabal respeto a la voluntad de las mayorías, sin atentar contra los derechos legítimos de las minorías; y sobre todo con la puesta en marcha de una estrategia económica humanista que favorezca el desarrollo social y el pleno empleo, con salarios justos que permitan la expansión del mercado interno y erradiquen los riesgos de la descomposición del tejido social.
Todo esto no lo podría llevar a cabo el binomio partidista conservador, porque su razón de ser es conservar privilegios, acrecentarlos y asegurar que no se pongan en riesgo. Su concepción del poder es eminentemente utilitarista, patrimonialista, individualista; nada tiene que ver con la que tenemos la mayoría de mexicanos: participativa, solidaria, patriótica. Ser de izquierda hoy es aspirar a fundar un país con futuro, lo que sólo podrá lograrse con cambios de signo progresista, incluyente.
Guillermo Fabela - Opinión EMET
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