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Fotografía: especial
En los últimos años, el reclutamiento de estudiantes de secundaria y primaria se ha intensificado notoriamente y los distritos escolares han identificado como grupo de riesgo incluso a alumnos de cuarto o quinto grado.
"Las pandillas acostumbraban reclutar a adolescentes, de alrededor de 15 años en promedio, pero con el endurecimiento de las leyes que permiten juzgar a este grupo ya como adultos se ha bajado la edad. Cuando se les pregunta, todos (los estudiantes) conocen al a menos un compañero que pertenece a estos grupos. Hemos encontrado este patrón también en la escuela primaria, en los primeros grados de menores de 10 años", señaló a BBC Mundo Jewel Forbes, consultora del programa de pandillas de la Oficina de Educación del Condado de Los Ángeles (LACOE, por sus siglas en inglés).
Según la Encuesta de Niños Saludables de California –conocida como CHKS, el principal estudio sobre problemáticas de minoridad en este estado-, 2% de los alumnos de secundaria admite haber portado armas y 10% ha participado en ataques violentos, mientras que 9% se identifica como afiliado a una pandilla.
• Desde adentro
Walter Magaña no conoce las estadísticas, pero sabe de qué se habla: hasta hace seis meses, era parte de una banda pandillera en Pomona, al este de Los Ángeles, en la que militó desde que tenía 14 años.
"Y eso que yo ya comencé siendo ‘viejo’, porque eso es una cosa de cuando uno tiene como 10 años. Los niños chicos son los que van viendo a sus hermanos, a sus primos, a los hermanos de sus amigos… Los menores son buscados por las pandillas para cumplir ciertas labores, porque al ser niños llaman menos la atención", relató Magaña a BBC Mundo.
A los 39 años, él decidió alejarse del universo de crímenes reiterados "de casi toda mi vida". Se sumó primero como voluntario y luego como coordinador a Homies Unidos, una organización que trabaja en la reinserción de jóvenes rescatados de estas bandas donde la actividad delictiva es fuente de financiamiento a la vez que demostración de superioridad y demarcación de territorio frente a otras rivales.
Entre los crímenes y faltas al orden de las pandillas, se cuenta desde el vandalismo y el acoso o maltrato físico y psicológico (que se conoce como bullying) hasta robos y ataques con arma de fuego que, en casos contados, resultan en homicidios.
Según el Departamento de Policía local, en los últimos tres años se han verificado 16.398 crímenes violentos asociados con estos grupos, entre ellos 491 homicidios, unos 7.000 asaltos agravados, 5.500 robos y casi 100 violaciones.
Y aunque estas cifras han venido decreciendo, no por casualidad Los Ángeles tiene ganado el apodo de "ciudad pandillera" estadounidense por antonomasia: entre 2010 y 2011, por caso, se ha registrado una caída de 5% en el número de víctimas de ataques armados perpetrados por pandillas, de 960 casos a 913, pero el promedio es todavía alarmante: más de 2,5 casos al día.
"Yo me crie en la calle, ahí me metí a lo que le decimos ‘el barrio’. Fue pandillero por la mayor parte de mi vida… Todavía soy parte, ellos a mí me miran como uno, somos amigos con los que todavía quedan, porque hay otros que están en la cárcel de por vida. Lo único que yo ya no participo en el crimen", aseguró Magaña, que se ha sometido a un proceso de remoción de los tatuajes que le marcaban su pasado en el cuerpo.
• Con la comunidad
El problema no es nuevo en las calles angelinas: las pandillas comenzaron a surgir en los años ’20 y estaban ya establecidas para mediados de los ’60; en años recientes, la inmigración y el narcotráfico han sido el motor detrás de la expansión de estos grupos, entre los cuales los de filiación latina se estima superan en casi el doble a los de asiáticos y afroamericanos.
Pero las autoridades se enfrentan ahora al desafío de expandir la labor de prevención a los primeros grados de la escuela.
"No es sólo que hay miembros cada vez más jóvenes, sino que crece también el número de crímenes cometidos por menores, lo cual es alarmante porque una cosa es sumarse a una pandilla a la edad de 11 o 12 años y otra muy distinta es estar cometiendo crímenes violentos a esa edad", señaló a BBC Mundo el sargento Eric Paulson, a cargo de Programa de Supresión de Pandillas de la ciudad de Santa Ana.
En esta localidad -la segunda gran ciudad de mayoría latina en California después de Los Ángeles Este, con 78,2% de habitantes hispanos según datos del último censo-, el pandillerismo es uno de los principales focos de atención de las fuerzas de seguridad.
Consistentemente, Santa Ana ha figurado primera en los rankings de membresía y criminalidad de bandas en su región: tiene documentados unos 5.000 miembros de un centenar de pandillas, sobre una población total de 350.000 personas.
Este año han puesto en marcha un programa de "reducción e intervención", en el que colaboran agencias públicas y organizaciones sociales y religiosas, por el que identifican en los primeros grados de la escuela a niños susceptibles de ser cooptados por pandillas y establecen un plan de recompensas –desde cenas de pavo para toda la familia a boletos para partidos de fútbol o tiquetes para ver al equipo local de básquet profesional, los Anaheim Angels- para aquellos que muestren una modificación de conductas peligrosas.
"Uno de los principales desafíos a los que nos enfrentamos es el nivel de sofisticación de las comunicaciones que tienen actualmente los miembros de estas organizaciones, con las redes sociales, los celulares, Internet… El uso negativo de la tecnología para la criminalidad y para captar menores son cosas con las que no teníamos que lidiar hace 15 años", señaló Paulson.
• Cuestión de prestigio
Distintos estudios coinciden en que el fenómeno de las pandillas en el oeste de Estados Unidos está asociado directamente a la migración hispana y su incidencia aumenta en las áreas donde este grupo étnico es la mayoría demográfica.
¿Por qué? Las razones del fervor pandillero latino no se limitan a las condiciones de pobreza o a la marginalidad derivada de la indocumentación que tienen prevalencia en esta comunidad.
"Hay además una razón sociológica profunda que es el miedo: los niños tienen miedo de ser objeto de burla o abuso y ser integrante de una pandilla da un sentido de pertenencia que se acompaña con un sentimiento de protección", señaló Forbes.
En ciertos sectores, la filiación pandillera trae aparejada reconocimiento y respeto de los pares.
"Incluso hay estudiantes que no son miembros de pandillas pero establecen conexiones indirectas o dicen ser miembros aunque no lo sean, porque es algo deseable, reconocido o de moda", agregó la asesora del LACOE.
El expandillero Magaña lo experimentó hasta hace poco:
"Las primeras pandillas tenían un sentido de proteger a la comunidad latina, de evitar que otros grupos vinieran a atropellarnos. Después cambiaron las cosas y se introdujeron las pistolas, las drogas, el alcohol y la pobreza y la falta de educación llevaron a que nos pusiéramos a asaltar y robar. Esto ya es parte esencial de las pandillas y es cada vez peor", señaló.
Redacción Emet - bbc
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