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Otra sería la situación, si los mandatarios mexicanos actuaran con algo de patriotismo, como sin duda lo tienen los líderes canadienses.
Otra sería la situación, si los mandatarios mexicanos actuaran con algo de patriotismo, como sin duda lo tienen los líderes canadienses. Esto explica por qué la relación con sus vecinos del norte es muy diferente a la que la Casa Blanca mantiene con nuestro país. Tal pareciera que se nos quedó para siempre el estigma de la traición de Santa Anna, pues desde entonces nos pesa demasiado la vecindad con un Estado que se caracteriza por sus afanes expansionistas, que se manifiestan en toda una “doctrina”, la Monroe, con la que pretenden justificar su comportamiento rapaz.
Si Obama tiene un verdadero interés en que México tenga estabilidad y gobernabilidad, debería actuar en consecuencia. No será con una política belicista como se podría lograr ese anhelado objetivo, que más que a él, debe interesarnos a nosotros los mexicanos. Desplegar esfuerzos y recursos únicamente en el combate contra el flagelo del narcotráfico, sin poner igual empeño en apoyar el desarrollo social y el crecimiento económico sostenido, no tendrá otro resultado que una mayor descomposición del tejido social, como lo demuestra la experiencia histórica.
En su petición al Congreso, Obama puntualizó que los fondos solicitados “se enfocarán sustancialmente en desarrollar instituciones del Estado de Derecho en México a través de entrenamiento, asistencia técnica y compras ilimitadas de equipo”. Obviamente, lo que se busca con ello es impulsar mayor venta de armas estadounidenses a nuestro país, no fortalecer el Estado de Derecho. Se busca promover un Estado policíaco, con el agravante de que su sostén provendría de las instituciones de seguridad de la nación vecina, lo que nos haría aún más dependientes de sus designios, y por ello seríamos más vulnerables.
Ciertamente, un México “más estable aumentará la seguridad de Estados Unidos”. Pero la estabilidad necesaria no se va a conseguir mediante el endurecimiento del Estado mexicano, sino mediante la eliminación de contradicciones graves, mismas que hoy son equivalentes a una gran bomba de tiempo. Para que haya estabilidad real en nuestro país, se requiere un constante desarrollo social, altos niveles de empleo, de seguridad pública fundada en el respeto al ciudadano, todo lo cual sería un firme muro de contención a las consecuencias del estancamiento económico, una de las principales causas de la descomposición del tejido social.
Un sexenio más de neoliberalismo en México, agravaría de manera inmanejable el proceso de dramático deterioro de la vida pública nacional. Sin embargo, esto no parece entenderlo la elite estadounidense, sólo empeñada en acrecentar sus privilegios y mantener su liderazgo mundial, hoy en riesgo por la crisis global de dicho sistema económico. Si realmente Obama quiere un México más estable, debe ser congruente y no interferir en el imperativo de apuntalar cambios reales, los cuales en este momento sólo pueden provenir de las fuerzas democráticas, que encabeza Andrés Manuel López Obrador. No hay otra opción.
Para que haya estabilidad y paz social en nuestra nación, no hay otro camino que desandar la ruta trazada por los tecnócratas neoliberales, con el fin de evitar un fatal desenlace en muy poco tiempo, de continuar por esa vía irracional. Pensar que con un Estado represivo, de corte policíaco, se podría lograr esa meta, es un error absurdo. Obama debe ser consecuente y actuar con un mínimo de sensatez. Así lo está haciendo al buscar poner fin a las exenciones fiscales a las grandes empresas estadounidenses, así como gravar más a quienes más tienen, tal como lo demandó el súper millonario Warren Buffett.
Así como Estados Unidos tiene un vecino confiable al norte de su frontera, también puede tenerlo al sur, siempre y cuando ponga en práctica una política exterior acorde con el imperativo de asegurar estabilidad y paz social en México. Esta meta sólo se podrá alcanzar en la medida que la elite imperialista estadounidense deje a un lado sus afanes intervencionistas, nos deje gobernarnos como nos conviene a los mexicanos, y entienda que vale más un vecino sin conflictos que uno metido en situaciones que hacen imposible una mínima estabilidad.
Guillermo Fabela Quiñones - Opinión EMET
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