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Pero el lugarteniente, quien fue avisado de tal decisión, en el acto disuadió a su ahora jefe
Este criminal conocido como "La Madre", fue emboscado y acribillado, pero no olvidó dejar bien clara la repartición de los pasivos y activos de su gran imperio ilegal entre sus tres herederos de sangre. Al primero y mayor, le otorgó la batuta del negocio. Al siguiente, le heredó millones de dólares en fajos de diferente denominación y decenas de inmuebles lujosos. Más al más joven, le dejó como herencia, a su lugarteniente.
Este último pensó: --¿Por qué mi apá me habrá asignado cuidar de este tipo? ¡Qué herencia!--, refunfuño. Así que el beneficiario menor pensó que lo mejor sería deshacerse del tipo y reasignarlo al hermano que recibió el imperio de drogas y sangre, y de ser posible, ponerse a las órdenes del nuevo capo de la familia.
Pero el lugarteniente, quien fue avisado de tal decisión, en el acto disuadió a su ahora jefe:
--Si me da una sola oportunidad, le mostraré como usted y yo juntos podemos resurgir aparentemente de la nada. Y en un chasquido, usted será el mero mero, el señor de las drogas no de este país, sino de toditito el mundo. Usted será un comensal común en las mesas de gobernantes, líderes y empresarios, y tendrá a sus pies, viejas como en racimo.
La oferta era tentadora. Después de todo, ese hombre –con su baja estatura y su fragilidad casi femenina--, había sido la mancuerna perfecta de su padre para levantar aquel negocio que a él, le había dado acceso a placeres sin freno.
Así fue como el lugarteniente del difunto, pasó a serlo ahora del hijo menor. Este operador pronto demostró artes en su oficio y a su amparo los negocios y posesiones prosperaron, al grado de que pronto el hermano mayor, se puso bajo las órdenes del más pequeño.
En efecto, en apenas unos meses --como si salieran de una chistera--, las operaciones de trasiego de drogas se concretaban sin obstáculo alguno. La bóveda de las infinitas ganancias se atiborraba. Lujosas residencias se sumaban a aquél imperio. El arsenal era cada vez mayor y la flota de vehículos de tierra y aire para el traslado de droga, dinero y hombres se posicionaba como un activo más que inmune, incluso para cualquier contingencia con visos de minar a aquél gran mundo de poder y drogas.
En poco tiempo, el lugarteniente en herencia cumplió con la segunda parte de su oferta y el capo que pensó que su padre le había hecho una mala jugada de vida, pronto y de forma habitual se sentaba a la mesa de autoridades de todo tipo y hombres de negocio para acordar con ellos las reglas del juego de ese imperio, en el que él era el mandamás. Al codearse con la "crema y nata" de esa sociedad hipócrita, cientos de mujeres fueron objeto de su placer a cambio de lo que para ellas era todo una fortuna y para él apenas el efectivo que cargaba a diario.
El lugarteniente en tanto, llegó a ser conocido y respectado entre las mafias de toda índole y nunca tuvo que regresar a aquella infancia de miseria que aún le laceraba.
Claudia Rodríguez - Opinión EMET
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