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Como reza la sabiduría popular "no hay fecha que no llegue ni plazo que no se cumpla". En esas condiciones hemos arribado finalmente al 2012
Como reza la sabiduría popular "no hay fecha que no llegue ni plazo que no se cumpla". En esas condiciones hemos arribado finalmente al 2012: un año que se ha cargado de diversos significados pero que para las y los mexicanos representa un nuevo punto de inflexión política. Cuyo desenlace marcará nuestro destino durante los años venideros
Después de 5 años del mal gobierno encabezado por Felipe Calderón quien, envuelto en el manto de ilegitimidad con que se hizo del poder, sumió al país en una injusta e innecesaria guerra que como política pública se ha terminado por convertir en un espiral de decadencia social en el que toda la sociedad mexicana se ha visto afectada. En los próximos meses poco a poco iremos viendo cómo los secretos a voces que dominan la opinión pública entorno a la sucesión presidencial se irán develando, dejando atrás mitos y verdades a medias pero, desgraciadamente, poniendo a la vista de todos y todas muchos intereses ajenos al bien común de nuestro país, que se escudan tras los discursos de quienes tratan de posicionarse como los artífices del cambio nacional, cambio que han sido incapaces de generar a pesar de ya haber tenido oportunidad de gobernar al país.
Dentro de los partidos, en plena etapa de (pre)campaña, las discordias son la moneda corriente y la imposición de intereses particulares y de grupo sobre otros parece ser la gran oferta de temporada. Basta echar un vistazo a algunas precandidaturas que ya son de dominio público para darse cuenta que lejos de que el Estado de Emergencia Nacional se convierta en el criterio que permita determinar los mejores perfiles políticos a ocupar los cargos de elección popular, siguen siendo las cuotas partidistas, los favores y las deudas los criterios de selección.
Sin duda, el panorama más desalentador es el de la primera magistratura de nuestro sistema de organización política: la presidencia. En una democracia en decadencia como la nuestra, en la que las reglas (formales) de acceso y conservación del poder son letra muerta preocupa ver cómo los dos grandes caciques de la Silla Presidencial (PRI y PAN, por supuesto), parecen estar listos para llevar al extremo las condiciones de marginación y desigualdad social que imperan dentro de nuestro país. Hago énfasis en ello, no con afán derrotista, pero sí con un profundo sentido de la realidad que nos aqueja, en la que ha quedado demostrado que los intereses de unos cuantos son capaces de coartar las legítimas aspiraciones de una nación entera de vivir una vida mejor.
Por ello, reconociendo las carencias y puntos débiles de las opciones políticas que hoy están en juego debemos asumir nuestro compromiso ciudadano de cara al futuro, sin que ello signifique entregarles un cheque en blanco para hacer y deshacer a voluntad. Nuestro voto de confianza debe verse correspondido con un compromiso serio por su parte para atender las necesidades más sentidas de esta Emergencia Nacional, en la que los grupos vulnerables han sido sus principales víctimas.
Retomando la particular situación que atraviesan las juventudes mexicanas, en su diversidad de expresiones y manifestaciones, el reto es mayor pues debemos dejar atrás la pasividad impuesta por aquellos intereses beneficiados de nuestra inactividad política, para convertirnos en agentes del cambio. Incluso si nuestras simpatías políticas no son coincidentes, es nuestra condición de vulnerabilidad y marginación social las que nos obligan a sumar esfuerzos y actuar como el sector estratégico para el desarrollo que somos. Pues no es ninguna mentira que somos el presente y el futuro de nuestro país.
México reclama nuestro mejor desempeño dentro de la vida pública. No podemos darle la espalda y dejarnos seducir por falsos bienes (de los cuales ya hemos tenido suficientes), pues como lo marca el saber político más antiguo después de muchos falsos bienes siempre tiene lugar un verdadero mal. Y las cosas aún pueden salir peor en un país que no ofrece ningún tipo de garantía para sus cimientos generacionales. Una guerra que ha dejado más de 50,000 muertos puede degenerar en algo peor cuando 7 millones de jóvenes no encuentran empleos dignos ni espacios suficientes en las aulas de nuestras escuelas públicas.
El momento ha llegado, y desde nuestras diversas trincheras habremos de hacer frente al punto de inflexión que se avecina. Para fortuna de unos y desgracia de otros, las opciones no son muchas y los caminos son claros: o permitimos que se profundice el estado actual de crisis y violencia generalizado; o ponemos un alto para marcar el comienzo de un nuevo camino hacia la paz, la justicia y la iguladad social en el que todas y todos salgamos beneficiados.
Es necesario analizar y reflexionar a fondo sobre las ofertas que representan este 2012 los santos, los reyes y los magos de la política mexicana: el PAN que tras 12 años de mal gobierno, los cuales han sido una carnicería en medio del derramamiento de connacionales y el deterioro del tejido social, fortalenciendo a los santos intereses que vulneran nuestro Estado laico, el PRI ofreciendo un compromiso con México, inexistente pues en más de 70 años de reynado en sus gobiernos ininterrumpidos jamás cumplió, y siendo el autor intelectual y material de del problema de fondo de nuestro país, promete ahora cambiar todo en un santiamén; las y los magos que con trucos cubren la sagre derramada e intentan borrar nuestra memoria, son las y los mismos interesados en que la propuesta de la izquierda no replique en todo el país las buenas experiencias de gobierno y la capacidad para lograrlas que se ha tenido en las últimas tres administraciones en el Distrito Federal, las cuales son referente en el reconocimiento, respeto, ejercicio y universalidad de nuestros derechos como modelo de gobierno.
Ni en santos, ni en reyes ni en magos; el cambio verdadero habita en nuestra consciencia, memoria, dignidad y resistencia. En la juventud radica la diferencia.
@YndiraSandoval
yndirasandoval@gmail.com
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Yndira Sandoval - Opinión EMET
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