Featured Post

Y lo peor está por venir

 
Y lo peor está por  venir
De ahí la necesidad de que en el 2012, si Calderón no lo hace, los mandos castrenses deberían actuar de acuerdo a la urgencia de poner un alto a la escalada de violencia en el país.



Tal parece que la “guerra” de Felipe Calderón contra el crimen organizado, puso en marcha el motor de una violencia soterrada que está tomando características de guerra de guerrillas contra las fuerzas del gobierno federal. Pocos son los hechos que  alcanzan  líneas ágata en los diarios, menos aún menciones en los noticieros de los medios electrónicos, pero los que logran registrarse dan una clara idea de la afirmación anterior.
La prensa escrita dio cuenta ayer de tres enfrentamientos entre grupos delictivos y policías estatales y elementos militares en los estados de Jalisco, Veracruz y Coahuila, con saldo de 16 delincuentes muertos. Obviamente, no se informa sobre las bajas de las fuerzas gubernamentales, pero sin duda las hay, como lo saben los pobladores de las zonas donde se escenifican tales enfrentamientos. Con todo, los eventos de esta índole más notables quedan sin registro, pues se realizan en áreas despobladas y remotas, como así ha sucedido en la sierra de Durango, por el rumbo de Tamazula, donde las emboscadas a militares han dejado decenas de muertos de ambas partes.
Es muy pertinente la pregunta: ¿Qué ha ganado el país con tanta violencia? La respuesta es muy simple: absolutamente nada. Aunque claro que habrá quien sostenga lo contrario, pero desde luego sin argumentos que así lo demuestren. ¿Acaso ha servido de algo que, como dice la propaganda gubernamental, se haya enviado a la cárcel a más de veinte capos de primer nivel y se haya dado muerte a otros tantos? ¿Se redujo la violencia luego de su muerte o de su captura? La verdad incontrovertible es que ha sucedido exactamente lo contrario, tal como lo querían los beneficiarios de esta triste situación, es decir los capos del más alto nivel, esos que no arriesgan su vida ni son nombrados por los medios, quienes ocupan un sitio muy relevante en la sociedad estadounidense y de México.
Hay que decirlo cuantas veces sea necesario: la “guerra” de Calderón contra el narcotráfico no persigue acabar con el flagelo, sino todo lo contrario, toda vez que mientras más dificultades hay para surtir el mercado, los precios suben y el negocio es más rentable. De igual modo, mientras más violencia, mayores son las posibilidades de ventas para los fabricantes y comercializadores de armas, cada vez más caras y sofisticadas. Quienes no creen en esta verdad se han de preguntar: ¿entonces hay que dejar trabajar impunemente a los narcos y al crimen organizado?
Desde luego que no, sino combatirlos con estrategias que verdaderamente reduzcan su importancia social y económica. Entre ellas destaca el imperativo de impulsar el desarrollo de las zonas marginadas donde se da el mayor trasiego de enervantes, darle a sus pobladores medios de subsistencia viables que minimicen su dependencia de los grupos delictivos. Si no se da este paso fundamental, cualquier cosa que se haga está destinada al fracaso, como lo saben muy bien, o debieran saberlo, los “expertos” del gobierno federal.
Si las fuerzas gubernamentales se dedican sólo a reprimir, como así ha sido durante el transcurso del sexenio, lo único que van a lograr, lo están logrando, es activar respuestas populares cada vez mejor orquestadas y más eficaces. La guerra de guerrillas es una de ellas, táctica que se ha estado extendiendo, espontáneamente, por diversas entidades federativas. Los resultados de estos encuentros no se conocen realmente, pues los medios, cuando lo hacen, sólo publican el parte militar, el cual invariablemente registra bajas de los agresores y ninguna de los soldados. Obviamente, esto es imposible.
De ahí la necesidad de que en el 2012, si Calderón no lo hace, los mandos castrenses deberían actuar de acuerdo a la urgencia de poner un alto a la escalada de violencia en el país. Tal vez la estrategia oculta sea precisamente fomentar dicha escalada, con fines aviesos contrarios a los anhelos de la ciudadanía de vivir en un país sin violencia, estable, democrático. Cabe tal posibilidad, debido a que la oligarquía más reaccionaria le tiene pánico a la democracia, a la justicia social, a los cambios progresistas. Es que su existencia se la debe precisamente al atraso, a la marginación, al desempleo. Gracias a tal realidad lacerante es factible su riqueza, su control sobre la sociedad, su altruismo incluso, pues si no hubiera pobres, entonces ¿cómo le podían hacer para mostrar su obsequiosidad interesada?
Guillermo Fabela Quiñones - Opinión EMET