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"Mejor me hubieran matado a mí, yo ya viví mucho, pero mi hijo no", clama la señora, quien es originaria de la comunidad indígena nahua de Xoquiapa.
“Que no salga el Gobernador que los policías no son responsables, si no mataron a un perro”, suelta.
Es el velorio del joven Gabriel Echeverría, quien yace adentro de un ataúd de madera con dos orificios visibles, uno del lado derecho del cuello y otro en el ojo izquierdo.
Sentada en un viejo sillón que está en el patio de la casa, doña María tiene los ojos enrojecidos de tanto llorar y por más que la calma su esposo Gabriel, ella está inconsolable.
“Mejor me hubieran matado a mí, yo ya viví mucho, pero mi hijo no”, clama la señora, quien es originaria de la comunidad indígena nahua de Xoquiapa.
En la reducida puerta de madera que da acceso al cuarto donde está el féretro y seis candelabros a los lados, las mujeres que tienen su rebozo que les cubre parte de la cabeza y el cuello, escuchan en silencio el llanto de María Azucena, quien perdió al tercero de sus cuatro hijos.
“Malditos, son unos malditos, ¿por qué le hicieron esto a mi hijo?, ¿por qué me lo mataron?”, grita entre sollozos.
Es casi el mediodía, y algunos familiares y amigos de la familia intercambian opiniones para ponerse de acuerdo a qué hora se va a llevar a cabo la misa para despedir el cuerpo y en qué iglesia de la localidad.
Al fondo del pequeño patio, donde hay dos árboles frutales, uno de tamarindo y otro de chayote, está un cuarto de madera semiabierto.
“Ahí dormía Gabriel”, dice con tristeza uno de sus hermanos, quien está parado a un lado de su madre.
Doña María Azucena cuenta que el lunes por la mañana su hijo Gabriel le dijo que ya se iba a la escuela, pero que después de las 11 de la mañana se trasladaría a Chilpancingo, ya que participaría en una protesta.
“El Gobernador (Ángel Aguirre) no nos quiere recibir, queremos que nos diga que va a realizar mejoras materiales a nuestra escuela”, me dijo.
María Azucena, dice que su hijo quien cursaba al tercer año de la licenciatura en educación primaria, era integrante de la dirigencia estudiantil.
“Gabriel, es un muchacho inteligente, que siempre me decía que cuando fuera maestro ayudaría a la gente más pobre”, dijo la señora. quien hablaba como si su vástago estuviera vivo.
Recuerda que cuando su hijo tenía vacaciones se dedicaba a buscar trabajo para ayudarla con los gastos de la familia.
“Él se contrataba de peón, de cargador de leña o sembrar tierras y cuando terminaba su trabajo llegaba y me decía: ‘mira mamá, te traje estos 40 ó 50 pesos para que te ayudes en algo’”, menciona.
"YO NO LO QUERIA CREER"
Gabriel Echeverría, dice que él se encontraba cerca de la Procuraduría de Justicia cuando escuchó toda la balacera en la autopista y cuando le dijeron que su hijo había muerto no lo podía creer.
Señala que durante casi toda la noche estuvo en el Servicio Médico Forense, para que le entregaran el cuerpo de su hijo.
“Me dieron el documento de los resultados de la necropsia y ahí dice que murió de tres balazos, pero no especifica el calibre, y eso está muy mal, porque seguramente quieren proteger a los responsables”, refiere.
Con el llanto contenido, don Gabriel dice que él vio a su hijo acostado en la plancha del Semefo y clarito vio que tenía tres orificios de bala, uno del lado derecho del cuello, otro en la nariz y uno más en el ojo izquierdo.
Una joven de baja estatura y vestida de negro, quien se identifica como sobrina del estudiante normalista, recuerda que las veces que veía a su pariente le gustaba mucho que gritara: “Zapata vive, la lucha sigue”.
Revista EMET - Agencia Reforma
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