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La importancia de las y los jóvenes en el proceso de transformación que reclamamos es vital. Muchas de las transformaciones sociales que marcaron la historia de nuestro país fueron encabezadas y enarboladas por las juventudes, motivadas por la esperanza de generar mejores condiciones de vida y sostenidas por el coraje que genera la desigualdad. Hecho que obligó a la clase política a modificar su relación para con la juventud, asumiéndola como protagonista indispensable del cambio en México en el último siglo.
El ejemplo paradigmático es el movimiento estudiantil de 1968, cuya cuota de sangre y sufrimiento abonó el parto de nuestra incipiente democracia y sacudió la conciencia nacional para decirle “que ahí estaban sus jóvenes, deseosos de participar y llenos de esperanza por un mejor mañana”. Otros movimientos, como los estudiantiles de Chapingo; el de las y los universitarios de Puebla, Guerrero, Oaxaca, y de la Universidad de Guadalajara; el de las juventudes indígenas; así como el de los niños, niñas y adolescentes zapatistas que tomaron las armas ante la ceguera del Estado mexicano que NI los veía NI los oía, que de igual forma han contribuido a sentar las bases para un país en el que todas y todos tengamos las mismas oportunidades de desarrollo.
Sin embargo, es claro que desde las propias instituciones del Estado se ha instrumentado una campaña permanente de acoso a las juventudes como política pública, impidiendo su organización como fuerza de cambio. De manera que el modelo de nación vigente se ha caracterizado por la violación y cancelación de las condiciones de acceso y pleno ejercicio de nuestros derechos; así como por la criminalización de la juventud y la persecución del activismo social, sometiéndonos incluso al regateo de nuestras necesidades cotidianas más básicas. Por ello, la problemática y los nuevos perfiles de la juventud mexicana demandan el diseño de una verdadera política de Estado que transforme, radical y verdaderamente, la forma de concebir la política social en materia de juventud.
Estamos, como se aprecia, ante un problema estructural que ha permeado todos los ámbitos de nuestra vida. Por tanto, si observamos con detenimiento procesos políticos en los que la juventud participa activamente, queda en evidencia que hemos heredado irresponsablemente practicas que, en el quehacer político han demostrado la disfuncionalidad y falta de compromiso que se tiene para generar mejores condiciones de vida a la juventud. Así, hemos llegado al extremo de ser incapaces de construir y encabezar una agenda común que nos permita superar las carencias que limitan nuestra capacidad de transformación social. Lo que nos ha llevado a legitimar indirectamente, aunque no siempre de manera involuntaria, el modelo que históricamente nos ha oprimido.
A este contexto cabe agregar que la población joven en México se ha incrementado de manera significativa en los últimos años, y lo seguirá haciendo en el futuro próximo como resultado de la explosión demográfica en el pasado. En ese sentido, la población entre 15 y 24 años aumentó de 9.2 millones en 1970 a 20.2 en 1999; y se prevé que para el 2012 alcanzará 21.2 millones. Dicho de otra manera, la juventud representa el 30% de la población nacional, por lo que estamos hablando de que un tercio de la población no cuenta con el reconocimiento integral de sus derechos, coartando de esta forma toda posibilidad de aspirar a una Patria justa y próspera.
Es por ello que cuando hablamos de la necesidad de una estrategia de largo aliento, hablamos de una estrategia que sea universal, y que permita disminuir de manera efectiva la desigualdad social, así como establecer derechos permanentes atendiendo a quienes el día de mañana habremos de dirigir el destino de la nación. En ese sentido, tan importante es la industria, como garantizar la educación para las y los jóvenes; tan fundamental la inversión en infraestructura, como asegurar la salud de las nuevas generaciones y tan trascendente es crear nuevas fuentes de empleo, como asegurar socialmente el futuro de las juventudes trabajadoras.
La vulnerabilidad de las minorías no solo está en la opresión de nuestras causas por el sistema, sino en el nivel de inducción que nos impide verlas, entenderlas y aprehenderlas como propias, mostrándonos y mostrándosenos como esfuerzos aislados y perversamente desarticulados. Es en este contexto que se presenta como inminente la necesidad de impulsar un esfuerzo generacional que parta del reconocimiento de la pluralidad que caracteriza a estas expresiones y reivindique el papel histórico de las y los jóvenes.
Por ello, la inaplazable necesidad de un encuentro de juventudes ante la emergencia nacional, obliga a trascender las diferencias aparentes y a romper los muros que interesadamente se han construido entre ellas. Es urgente convocar a las y los jóvenes indígenas, universitarios, sindicalistas, migrantes, políticos, artistas, campesinos, deportistas, comerciantes, profesionistas sin distinción por orientación sexual, origen étnico, condición socioeconómica, o alguna otra, bajo la pluralidad ideológica y recociendo la libertad de credo, y a las y los jóvenes que, a lo largo y ancho del país, han sido marginados no sólo en el ámbito educativo y laboral, sino del bienestar social en su conjunto.
El momento reclama a la pluralidad de la juventud mexicana, memoria, conciencia, coraje, valentía, humildad, compromiso, cohesión, dignidad y nuestra voluntad dispuesta y decidida a encontrarnos, escucharnos y reconocernos como iguales ante la Emergencia Nacional.
@YndiraSandoval
Yndira Sandoval - Opinión EMET
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