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La derrota del PRI en 2012

La derrota del PRI en  2012
Ahora sólo cabe esperar que haya congruencia entre los priístas y también respeten la voluntad popular, cuando en las urnas no los favorezca el voto popular en la elección presidencial del 2012


Al tomar posesión como presidente del PRI, Pedro Joaquín Coldwell denunció que “el fantasma de la polarización amenaza con volver a dañar al país”, debido a que el gobierno panista recurre a “toda suerte de artimañas” para agredir a las fuerzas políticas que le disputan el poder. Aseguró que desde la Presidencia de la República se lanzan “acusaciones temerarias”, y acusó a Felipe Calderón de ser “un Ejecutivo que no acierta a erigirse en árbitro y conductor de las energías sociales”. La realidad le da la razón al senador quintanarroense, pues los hechos avalan sus palabras. Ahora sólo cabe esperar   que haya congruencia entre los priístas y también respeten la voluntad popular, cuando en las urnas no los favorezca el voto popular en la elección presidencial del 2012.

            Porque sin lugar a dudas eso va a ocurrir, debido al hartazgo de la sociedad ante los abusos de la oligarquía y de los poderes fácticos, ampliamente favorecidos no sólo por el PAN, sino también por el partido tricolor, como lo evidencian los hechos, pues fue incapaz de “erigirse en árbitro y conductor de las energías sociales”, de manera obvia a partir de 1983. El que ahora sufra los embates irracionales del inquilino de Los Pinos, es el costo de su traición ideológica, una vez que los tecnócratas tiraron al cesto de la basura los compromisos del partido con las clases mayoritarias, para favorecer, como así lo ha hecho el PAN de manera por demás torpe y ruin, a las elites con las que Carlos Salinas de Gortari está firmemente comprometido, al igual que su delfín, Enrique Peña Nieto.
             Las derechas están de salida en el mundo, así que México no tendría por qué ser la excepción, máxime que los mexicanos hemos sufrido, de manera por demás trágica, la criminal irresponsabilidad de una clase política que actúa sólo atenta a los designios de los grupos de poder dominantes. Los hechos así lo patentizan. Imposible olvidar que Calderón asumió el cargo de presidente de la República gracias al apoyo del partido tricolor, el cual argumentó que sólo así sería posible evitar la ingobernabilidad. Ahora les duele que Calderón se haya olvidado de sus compromisos con la cúpula priísta, y se quejan de la polarización auspiciada desde el gobierno federal.
            En los comicios del 2006, lo razonable y justo debió haber sido la anulación del proceso, pero el PRI apoyó la solución antidemocrática emanada de los centros de poder trasnacional, y hoy estamos pagando las consecuencias. Calderón no parece hacerse a la idea de abandonar el poder, y está actuando con el firme propósito de crear las condiciones objetivas para evitar una derrota muy anunciada, pues “todo se vale con el objeto de descalificar al adversario si esto sirve para ganar elecciones”, como afirmó Coldwell. Ahora sólo cabe esperar que los priístas acepten la realidad y no se vayan a dejar llevar por la misma tentación autoritaria de Calderón cuando pierdan las elecciones. Su papel histórico en este momento no puede ser otro que contribuir a mandar al PAN al sitio que le corresponde: el de tercera fuerza política.
            Es preciso ubicarse en la realidad para evitar descalabros apocalípticos al país. Urge una recomposición del sistema político mediante un nuevo pacto social, que sólo puede ser encauzado por las corrientes progresistas y democráticas. Sin duda, dentro del propio PRI las hay, pero tendrán que ser consecuentes y votar por Andrés Manuel López Obrador, la única opción real que existe para rescatar a la nación de la debacle a la que fue conducida por la incapacidad, ineficiencia e insaciables ambiciones de la clase política blanquiazul. Los priístas consecuentes con el programa original de su partido, tendrán que preguntarse cuál es la diferencia entre el proyecto neoliberal de Peña Nieto y el del abanderado panista, y responderse con absoluta honestidad: ninguna en el contenido, algunas en la forma.
            No es nada improbable que la estrategia de Calderón al atacar al PRI, sea un valor entendido para hacer creer a la ciudadanía que hay diferencias profundas entre ambos partidos. Esto porque lo esencial para la elite oligárquica, es evitar que López Obrador llegue a Los Pinos. Sus pocos miembros temen, absurdamente, que una vez que eso suceda serían afectados por un hipotético revanchismo del tabasqueño. Cabe puntualizar que sería un grave error actuar con una actitud que rayara en lo irresponsable. La profunda transformación democrática que reclama el país no podría lograrse con mezquindades y autoritarismos.
            Al contrario, lo fundamental para avanzar en la conformación del nuevo pacto social, además de la pacificación del país, es que el Ejecutivo se convierta en un árbitro legítimo de las relaciones del Estado con todos los sectores, como así fue durante décadas, cuando el PRI como partido único en el poder, ejercía un liderazgo con base en su capacidad incuestionable para arbitrar el juego de las fuerzas sociales. Actuar en esta forma es vital para evitar que el fascismo se imponga como “solución”, como así sucedería si continuara la extrema derecha en el poder.
Guillermo Fabela Quiñones - Opinión EMET