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A la memoria de Don Leonel Núñez Galaviz
A su familia con profundo cariño
Por ello cuando fallecen, parte de nosotros –como diría Freud- también muere, pues alguien que uno ama ha partido. Algo se pierde del otro, de uno, de nosotros; a partir del desgarrador instante de la partida sin retorno se comenzará a vivir con esa presencia amorosa llamada ausencia. “¿A dónde le llamo ahora?” –se interrogaba alguien ante el hecho del silencio del otro lado sobre lo que uno le dirige. Algo ha cambiado y no hay marcha atrás. Quienes permanecemos a la espera de nuestro propio viaje, nos enfrentamos a lidiar en la vida diaria con sus efectos. Las palabras, gestos, abrazos, anhelos y desvelos de amigos y familiares, si acaso hagan un poco más llevadera la ausencia; pero ellos y nosotros sabemos en una complicidad silenciosa que nada colma la irreparable pérdida del ser amado; desprendimiento al que todos estamos convocados a diferentes tiempos, todos y cada uno de nosotros.
El dolor del amigo duele diferente, es algo cercano y lejano a la vez, es una cuestión paradójica, imposible de resolver: uno quisiera poder dar todo con tal de que no sufriera, pero también uno es limitado, finito. Si acaso la presencia que acompaña e intenta consolar, permita enfrentar el sufrimiento de su pérdida, sin embargo es una presencia que igualmente recuerda el dolor que se padece y celebra.
El drama de la muerte es el drama humano más cercano que nos embarga como colectividad que se reúne a llorar y hablar sobre la muerte del ser querido. Sin embargo el sufrimiento siempre es, como la vida, el amor y el deseo, algo personal, solitario, por la que cada uno debe transitar: ¿Qué es para uno sufrir la pérdida de un ser querido? Solo quien lo vive puede dar cuenta de ello. Podríamos decir que es un arte, el arte de cómo lidiar con la muerte, con eso mismo inefable de lo que están hechas las artes, como la música, ser vehículo de expresión de ese ímpetu que sostiene nuestras vidas.
El recurso de la memoria amorosa nos acompaña y sostiene para poder celebrar la partida en el recuento de las vivencias compartidas que fueron tejiendo nuestras vidas con las de aquellos que ya se fueron, y de las cuales mantenemos un fuerte lazo, que ni la muerte lograra romper jamás.
Con estas breves palabras, intento dar a mi amigo y a su familia, un fuerte abrazo, agradeciendo el tiempo compartido. Esperando que las heridas se conviertan en huellas amorosas del paso por las vidas de un ser tan querido. Descanse en paz tu señor padre, Don Leonel.
Camilo Ramírez Garza / @CamiloRamirez_ - Contenidos EMET
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