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Morir es dejar de abrazar

 
Morir es dejar de  abrazar




Nos abrazamos ante una buena noticia, nos abrazamos en la victoria (observa lo que ocurre con el público en los espectáculos deportivos), nos abrazamos cuando hemos salido de un peligro. Nos abrazamos siempre que necesitamos expresar alegría.
Nos abrazamos también en el dolor. Lloramos en el abrazo de alguien que ha perdido a un ser querido. Ponemos nuestra mano sobre el hombro de aquellos a quienes más queremos cuando el dolor les hace inclinar la cabeza. El abrazo es la única manera de comunicarnos cuando no podemos expresar nuestros sentimientos. Cuando abrazamos a alguien damos y recibimos cariño.
Cada abrazo que damos ayuda a aliviar el dolor. Los abrazos alejan la soledad porque hacen que desaparezca en un solo instante. Cuando nos sentimos abrazados es como si volviera la salud: el contacto de la temperatura de otro cuerpo nos invade con una sensación irrenunciable de tranquilidad y cariño. Cuando estamos deprimidos o tristes, nada nos alivia tanto como el abrazo de alguien a quien queremos.
Mi segunda hija Kenia me lo recuerda cada día, porque ha “inventado” una contraseña para que nos abracemos. Ella sólo tiene nueve años, pero siempre le encantó abrazarme desde que era muy pequeña, así que sea cual sea la hora del día en la que vuelvo a casa o ella regresa del colegio, siempre me pregunta: “¿Qué no hubo hoy?” Y entonces nos abrazamos; lo hacemos de una manera casi “interminable” y sin ninguna razón. Sólo porque nos queremos. No podemos dejar pasar un solo día sin darnos un abrazo.
Las cosas serían muy diferentes en nuestra vida si aprendiésemos a dar abrazos sinceros.
Cuando nos sentimos mal, un abrazo nos recuerda que somos importantes para alguien. Cuando estamos enfermos, el abrazo nos hace sentirnos queridos. Cuando todo va bien, cada abrazo es una manifestación de cariño, de alegría o de victoria.
Si tenemos miedo por alguna razón, un abrazo nos puede dar la confianza que necesitamos: desde que somos niños nos agarramos a las piernas de nuestros padres cuando estamos en una situación difícil, y allí nos sentimos seguros. A lo largo de nuestra vida nos sentimos protegidos cuando nos abrazamos.
¿Te has fijado cómo todos los niños alzan las manos hacia sus padres para ser abrazados? Todos necesitamos esa seguridad. Todos alzamos nuestros brazos.
Cuando abrazamos regalamos seguridad. Cuando alguien a quien queremos nos abraza, fortalece nuestra alma: nos sentimos valorados, apreciamos lo que significa el cariño sincero.
Ningún día está perdido si hemos podido abrazar a alguien.
Jaime Fernández Garrido - Contenidos EMET