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Si ese fuera el caso, no habría razón entonces para lanzar amenazas contra ciudadanos que toman la responsabilidad de hacer algo para frenar la violencia en el país. El enojo de Calderón patentiza que tiene temor de que proceda una denuncia en una corte internacional donde no tienen validez su peso político y su influencia, lo que redundará en dar paso a un juicio que pondría en su justa dimensión las causas y efectos de su “guerra” contra los cárteles del narcotráfico. Hay que decirlo cuantas veces sea necesario: otra sería la situación del país si el inquilino de Los Pinos no saca a las tropas de sus cuarteles para poner en marcha una estrategia fallida de principio a fin.
Afirma Presidencia de la República que México enfrenta una escalada de agresión inédita, “perpetrada por delincuentes del orden común o del crimen organizado, que afecta sensiblemente a la sociedad”. Es preciso reiterar que la situación que se vive es la consecuencia más dramática de la descomposición del tejido social, producto de tres décadas de violencia económica contra las clases mayoritarias. ¿Acaso no es una extrema agresión contra millones de familias que los incrementos a los salarios mínimos no rebasen los dos pesos?
Según el documento aclaratorio, las autoridades federales han procedido siempre con apego a la legalidad, y que las violaciones a los derechos humanos “no son, de ningún modo, sistemáticas, ni mucho menos resultado de una política institucional”. Sin embargo, la realidad demuestra lo contrario, sobre todo en el caso de agentes de la Secretaría de Seguridad Pública, como lo dejan ver cientos de denuncias ciudadanas en diversas partes del país, las cuales son sistemáticamente archivadas. ¿Cuándo se ha sabido que el Poder Judicial haya castigado estos abusos como corresponde ante la gravedad de los hechos denunciados?
La “democracia vibrante” de que habla la Secretaría de Gobernación en otro comunicado en defensa de la estrategia de Calderón, sólo existe en la cabeza de los miembros de la burocracia dorada en el poder. ¿Acaso la Suprema Corte de Justicia de la Nación ha dado alguna muestra de independencia y autonomía? ¿De qué poderes públicos independientes habla cuándo la realidad nos muestra lo contrario? ¿No es un hecho incontrovertible que la Procuraduría General de la República depende absolutamente del Ejecutivo?
El PAN perdió su oportunidad de contribuir al desarrollo democrático de México y ahora sólo le queda hacer uso de la propaganda para mentir cínicamente a la nación, sin una pizca de autocrítica. Pero ha sido tan burda la maniobra que el PRI se prepara para un hipotético relevo, sin siquiera haber tenido que hacer algunos cambios mínimos en su forma de hacer política, como lo demostró el acto donde Enrique Peña Nieto se registró como precandidato único del tricolor por la Presidencia de la República. Vemos con preocupación que es el mismo PRI de hace treinta años el que quiere encaramarse al poder, a fin de apuntalar viejos intereses reaccionarios.
Según el ex gobernador mexiquense, quiere ser “el candidato del compromiso con México”. Nada más falso si partimos del hecho de que la nación está conformada por más de 52 millones de pobres, con quienes no podría comprometerse porque la oligarquía no se lo permitiría. No puede hacerlo porque lo importante para las elites oligárquicas es que haya pobreza, pues si no ¿cómo podría manipular a las grandes masas de desarrapados que son la carne de cañón para mantener bajos los salarios, y un ejército de reserva muy útil para derrotar las justas reivindicaciones sociales antes de que tomen una peligrosa fuerza organizativa?
Dijo Peña Nieto en su discurso, que es un militante del partido “que gobierna mejor, da resultados y sí cumple; ofrece soluciones y no ilusiones y tiene el mejor proyecto para la nación”. Los hechos patentizan que al paso de los años se fue desgastando de tal modo que llegó a estar a la derecha del PAN, como sucedió en el sexenio de Gustavo Díaz Ordaz y luego con el arribo de los tecnócratas a Los Pinos en 1983. Por tal motivo, el partido blanquiazul se radicalizó, dejó a un lado los principios y abrazó un pragmatismo que lo llevó a relevar a un PRI obsoleto. Desgraciadamente, es el mismo partido que ahora quiere regresar al poder con una nueva generación de tecnócratas, tan pragmáticos como los panistas que lidera Calderón g
Guillermo Fabela Quiñones - Opinión EMET
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