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No obstante, quieren más y más utilidades, y para lograrlo cuentan con un “gerente general” que no escatima esfuerzos para satisfacer los deseos de sus patrones. Así lo dijo: “Tenemos que avanzar en muchas cosas, por ejemplo, fomentar aún más la inversión del sector privado”. No pensó, ni por asomo, en mejorar las condiciones de vida de los asalariados; en superar el gravísimo déficit que se tiene en la generación de empleos; en rescatar a los cerca de ocho millones de jóvenes “ninis” que deambulan por las ciudades del país en busca de alguna oportunidad, que finalmente sólo encuentran en las filas del crimen organizado.
Nada de eso, para él la prioridad fundamental de su “gobierno” es asegurar condiciones para que la oligarquía se siga enriqueciendo, por eso urgió al Congreso de la Unión a que dictamine de una vez si aprueba o no la iniciativa de Ley de Asociaciones Público-Privadas, que según Calderón “es fundamental para dinamizar la inversión en infraestructura”. Lo sería, desde luego, pero para facilitar ganancias sin riesgos a los amigos del grupo en el poder, quienes se beneficiarían con los contratos a cargo del erario, el gobierno federal correría con los costos y las pérdidas, cuando las hubiera, en tanto que los beneficios serían para los cuates afortunados.
Para que no quepan dudas de su convicción “empresarial”, afirmó que él “sí tiene una serie de principios y una ideología clara; nosotros no andamos con ambigüedades y sí decimos: la mejor y más viva fuente de crecimiento económico de cualquier sociedad es la iniciativa privada, no es la iniciativa del gobierno”. Entonces cabe preguntar: ¿para qué quiere que el Congreso apruebe una ley que habría de garantizar la participación directa del gobierno, si no sirve para nada, si acaso “para corregir desigualdades”, cosa que su “gobierno” no ha hecho ni por asomo, sino todo lo contrario?
De por sí, muchos de los problemas económicos del país, se deben al hecho de que la elite empresarial, la más beneficiada por el modelo económico neoliberal, actúa esperándolo todo de “papá gobierno”, al que se le chupa hasta la última gota de “sangre presupuestal”. Allí están los casos muy notorios del “banquero” Roberto Hernández y del “hotelero” Gastón Azcárraga, el que exprimió a Mexicana de Aviación, ambos beneficiarios de un sistema paternalista en exceso, pero con los amigos, que saben reconocer los apoyos que reciben de las principales oficinas del Ejecutivo. Sin embargo, según Calderón el gobierno no sirve para nada, si acaso únicamente “para igualar capacidades”, lo que tampoco ha hecho su “administración”.
El colmo sería que el Congreso de la Unión aprobara la mencionada iniciativa de ley, pues se crearían las condiciones jurídicas legales para una expoliación del erario nacional más contundente y rápida, sin temores a las autoridades judiciales porque para evitarlo estaría la complicidad del Ejecutivo, por muchas irregularidades que tuvieran los contratos. ¡Vaya desfachatez!
Qué distinto sería si esa expresión, “a tambor batiente”, se refiriera al imperativo de corregir tanto error, tanta injusticia, tanto entreguismo a Estados Unidos. Pero ni siquiera por no dejar, escuchamos una mínima autocrítica que hiciera despertar la esperanza de que al final del sexenio Calderón se preocupara por el país. Más preocupación muestra Carlos Slim, quien en el mismo foro, el 26 Congreso Nacional de Ingeniería Civil, puntualizó la urgencia de fortalecer el mercado interno, lo que podría lograrse si la banca “mexicana” cumpliera mínimamente su responsabilidad de otorgar créditos para impulsar la productividad del plantel industrial.
Afirmó que “en México los capitales de la banca son suficientes para subir en algunos casos 50 por ciento los activos… el nivel de crédito como parte del PIB todavía es sumamente bajo, tiene un gran potencial de crecimiento”. El problema es que, como no hay un gobierno capaz de cumplir sus responsabilidades con la nación, los banqueros mandan sus extraordinarias utilidades a sus casas matrices en el extranjero. Eso no importa, porque ese mismo gobierno pide préstamos a los organismos financieros internacionales, dinero que luego va a parar a los bolsillos de los oligarcas, vía las obras públicas. A tambor batiente nos esperan más días amargos.
Guillermo Fabela Quiñones - Opinión EMET
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