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No hay credibilidad y esa es una verdad que tienen que enfrentar, no la hay en las cifras oficiales de desempleo, no existe
Cuando las verdades se ocultan, cuando se hace gala del engaño, de la mentira, cuando estas prácticas aparecen de manera permanente durante un mandato, es prácticamente imposible pedirle a los ciudadanos, a los informadores, a los analistas, a los críticos, que se crea a pie juntillas lo que se declara, lo que se dice resulta de sesudas investigaciones. No hay credibilidad y esa es una verdad que tienen que enfrentar, no la hay en las cifras oficiales de desempleo, no existe cuando se trata de revelar el número de cadáveres que registra la famosa “guerra contra el narco”; es inexistente cuando se habla de obras que sólo existen en el discurso o en los momentos en los que se plantean hasta la creación de procuradurías carentes de todo sustento como la decretada para atención a víctimas.
Cuando la opacidad, la impunidad y la corrupción son quienes ocupan el trono, hacen de las suyas en el reinado, no puede exigirse ni reclamarse a nadie que tenga dudas, es lo menos que puede tenerse frente a escenarios que ya no sólo son de hambre sino de sangre y muerte. Adelantándose a cualquier investigación, don Felipe “decretó” que el trágico suceso del viernes pasado fue un accidente y que este se produjo por la nubosidad. A partir de esa declaración se manifiestan inquietudes ante la orquestación de los de la SCT para no moverse ni un milímetro de lo expresado por el michoacano. A pregunta expresa de una reportera sobre la información climática en las rutas a seguir de las aeronaves, lo cual evitaría incluso el despegue, la respuesta inmediata fue: “cuando despegó el clima estaba bien”, para seguir uno de los expertos con la explicación de un supuesto cambio de ruta cuando el piloto y su copiloto se percataron de la nubosidad, que eso era lo que les parecía de acuerdo a la trayectoria seguida por la aeronave que no correspondía, se supone, al plan de vuelo que debieron presentar.
Uno de los “estudiosos” del tema y miembro de la comisión investigadora de la Secretaría cuyo titular es Dionisio Pérez Jácome –hijo de un priísta conocido y con el mismo nombre ex secretario de prensa de ese partido-, es nada menos que el responsable de Aeropuertos y Servicios Auxiliares, es el hombre que todavía no ha aclarado como es que el aeropuerto más importante del país se quedó sin energía eléctrica y cuales fueron los estragos en términos monetarios, así como la forma en la que dieron respuesta a los reclamos de las líneas aéreas y de los pasajeros. Así las cosas si nos percatamos de los últimos acontecimientos no se antoja que cada uno tenga una explicación que pueda alejarlo de otros. Los sucesos coinciden, por si fuera poco, con anuncios que ya sea se difunden por las redes sociales o que surgen de las propias declaraciones de Calderón, porque no hay que olvidar sus palabras hace apenas unos días alertando a todos de que las cosas se podrían mucho peor, que vendrían tiempos difíciles y seguramente que tendrá información más que suficiente para apoyar sus dichos y en ella no aparece el servicio meteorológico.
Así las cosas, lo que en una primera aparición era pura nubosidad, resultó ser choque contra un cerrito para luego reportar que la aeronave se impactó de manera directa sobre el terreno en completa integridad estructural y que el primer impacto fue contra un árbol. Gilberto López Meyer, el de ASA, el del apagón, aseguró que el helicóptero del Estado Mayor Presidencial operaba en velocidad de crucero y que esto sucedió en un terreno blando ascendente y que todo era normal al momento del impacto. A lo anterior se añade que según reporta el Tribunal Superior de Justicia del DF, de quien depende el Servicio Médico Forense, todos se murieron a causa de traumatismos y que “los cuerpos venían muy completos”. No hay nada más que decir, pronunció enfático y severo.
Contrario a los que sucedió cuando Juan Camilo Mouriño se “accidentó”, ahora las voces se unieron para salvar el buen nombre del piloto y del copiloto, tal y como lo hiciera el michoacano desde su primera referencia al helicopterazo. Los forenses señalan que no había en sus restos ninguna sustancia tóxica o alcohol, como tampoco lo hubo en el resto de las víctimas. Y, en este caso, como en los anteriores, en el Ramón Martín, en el del madrileño-campechano, en el de Blake Mora, son tantas las inconsistencias que la incredulidad crece y sólo resta esperar no a un reporte como el que adelantamos rendirá la empresa fabricante de la aeronave o los investigadores de EU en un sentido por demás natural y tranquilizador, sino a lo que habrán de decir, tarde o temprano, quienes no podrán cargar en silencio la pesada realidad. Así ha sido y así será.
Porque ante la siguiente aparición de Pérez Jácome y su equipo de “investigadores”, tendrá que transcurrir un año para que se sepa el resultado de las investigaciones sobre este “accidente”, que ya resulta que si cayó vertical y que en el primer impacto cayeron las piezas delanteras; de ahí que en su primer punto referido como “elemento fundamental” para explicar el hecho, sostenga que la tripulación sí podía ver el terreno que sobrevolaba. Informó lo mismo que Calderón transcurridas apenas unas horas del percance: conforme avanzaron se presentaron capas de nubosidad y falta de visibilidad; luego explicaron lo de la ruta establecida, lo cual al momento de hablar de desviaciones ya no concuerda con el siguiente punto que refiere que la ubicación del impacto es consistente con la del radar y que no hubo alteración.
Advierte que las dispersión de restos en zona reducida y trayectoria de vuelo recto nivelado, permite suponer que el helicóptero se impactó en el suelo, aunque aún se deben determinar las condiciones del mismo pues se han encontrado piezas a doce grados y la secuencia en la que previsiblemente se desarticuló, por lo que pudo haber tenido contactos múltiples con el terreno, primero contra árboles y hélice y luego contra tierra y 25 metros después es cuando perdió el fuselaje. Aunque otro reporte dice que la dispersión de los restos describe un probable recorrido de 150 metros lineales desde el primer impacto hasta la localización de las piezas.
Revelan que el primer impacto fue contra unos árboles de baja altura y poco grosor y Lugo vino el arrastre. Descartan la posibilidad de un aterrizaje de emergencia. Las contradicciones, como puede apreciarse son muchas y sin duda crecen cuando el forense habla de “cuerpos completos” o sea que resistieron más, mucho más que todo el aparato y su pesado fuselaje. O sea que tampoco fue choque contra un cerrito, ni nada más la nubosidad y que tampoco era aterrizaje de emergencia, y menos aún se advierte la posibilidad de fallas técnicas porque si bien estaba viejito lo llevaron a checar y se encontraba en perfectas condiciones; tampoco fue error humano; la caída fue en vertical y sobre arbustos; mintió el testigo que señaló que escuchó que el motor estaba mal y luego vino la caída. O sea que si, pero no o no pero sí. Para consuelo resulta que en los últimos 12 años se accidentan un promedio de 11 helicópteros por año o sea que este fue uno más en la salada decena del panismo.
Lilia Arellano - Opinión EMET
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