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A Calderón y sus asesores –si los tiene y les hace caso– se les prendió el foco tentados por los comerciantes. Adelantó a los burócratas federales una tercera parte de su aguinaldo, para que el consumo estimulara la producción y exorcizara la crisis de crecimiento y desaceleración económica, dentro del estancamiento internacional tras el desastre financiero mundial y la especulación de los banqueros rescatados de la quiebra con dinero de la sociedad. Los patrones y los gobiernos de las 32 entidades ignoraron la iniciativa. Y los que mordieron el anzuelo sin carnada, se endeudaron más consiguiendo créditos a casi dos años y comprando con descuentos miserables, para que unos pocos vivales del comercio se quedaran con ese dinero.
“Buen fin” se llamó el gancho. En Quintana Roo, Calderón se fue a una tienda, con la tercera parte de su millonario aguinaldo y compró un CD de música, otra baratija y su esposa le “regaló” un libro, pagando con su tarjeta. Fue demagogia pura. Y los resultados insignificantes; pero, los empleados federales ya se gastaron una parte de su aguinaldo, menguando lo que recibirán a finales de diciembre y mediados de enero. Calderón, ortodoxo seguidor de la teoría de Milton Friedman que exige explotar a los trabajadores, es incapaz de pensar y actuar keynesianamente y haber estimulado al capitalismo mexicano entregando esa cantidad a cada burócrata, de los 200 mil millones de dólares que tiene guardados, con la condición de que era por única vez.
Y obligar a patrones y comerciantes, a darles lo mismo a sus trabajadores. Entonces el país sí hubiera tenido una inyección extra de dinero y mayor consumo para crear empleos, acelerando la producción y una demanda generalizada. Calderón y sus vivales optaron por “el capitalismo del comerciante, modalidad del capitalismo prerracionalista conocido en el mundo desde hace más de cuatro milenios y, en particular, del capitalismo de aventureros y de rapiña (muy) enraizado sobre todo como tal en la política” (ensayo de Max Weber: Parlamento y gobierno). Así que a “buen fin”, el mal final del calderonismo con una tontería para que unos cuantos en el mercado se beneficiaran.
Álvaro Cepeda Neri - Opinión EMET
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