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Los empresarios, los industriales, los grandes comerciantes que no son miembros del grupo oligárquico más reaccionario, deben entender que de continuar por el rumbo que ha seguido el país desde hace tres décadas
El reto es extraordinario, debido a la devastación tan dramática del país por la voracidad y ausencia de patriotismo de una minoría que no se harta de enriquecerse con los bienes de la nación. Ahora lo que sigue es dar los pasos iniciales con la madurez demostrada por Ebrard al aceptar su derrota, y de López Obrador al reconocer la calidad del jefe del Gobierno capitalino. Lo esencial es construir una izquierda competitiva, que se gane la confianza ciudadana, que demuestre madurez y visión de futuro, como conviene en esta hora decisiva para los mexicanos.
“Acepto y acato los resultados de las encuestas”, dijo Ebrard, haciendo honor a la palabra empeñada, actitud que lo enaltece y sirve de ejemplo a los dirigentes de las fuerzas de izquierda, quienes están obligados a mirar hacia delante con un claro sentido de la realidad. Comenzar con mezquindades y traiciones sería una soberana estupidez, pues hay más por ganar, una vez en el poder, que lo que pudieran recibir en pago a su labor de zapa en las filas del Movimiento Progresista, como fue bautizado el frente que agrupará a las fuerzas de los tres partidos representativos y de los ciudadanos que se quieran sumar al mismo.
Es preciso partir de un diagnóstico irrefutable, cuyo común denominador es la terrible descomposición del tejido social, a causa de los desmanes de la derecha en el poder desde 1983, que se radicalizó al llegar el PAN a Los Pinos. Están dadas las condiciones objetivas para que las fuerzas progresistas triunfen en las urnas, con el fin de frenar un estado de cosas que podría llevar al país a su total destrucción. Para alcanzar esa meta es fundamental una unidad a prueba de todo tipo de actitudes negativas, como las que han enarbolado quienes se han prestado a servir a los fines de la oligarquía. Estos deben entender que de continuar con tal actitud, pronto quedarían aislados al ser descubierto su proceder, toda vez que en el proceso que viene sería muy fácil saber quién está actuando en contra del Movimiento Progresista.
Los empresarios, los industriales, los grandes comerciantes que no son miembros del grupo oligárquico más reaccionario, deben entender que de continuar por el rumbo que ha seguido el país desde hace tres décadas, la realidad que ahora estamos viviendo se vería magnificada. Los gravísimos problemas que venimos padeciendo se multiplicarían, porque tanto Enrique Peña Nieto como Josefina Vázquez Mota estarían cabalmente al servicio de los poquísimos beneficiarios del 80 por ciento de la renta nacional. Sólo así podrían ser candidatos de sus respectivos partidos. No hay posibilidad de que pudieran gobernar a favor de la sociedad, por estar firmemente comprometidos con esa reducida minoría. Las diferencias entre ambos son de forma, pero en el fondo obedecen a las mismas reglas y a los mismos intereses. ¿No ha reiterado Peña Nieto su llamado a ser pragmáticos, es decir neoliberales y apátridas?
Un sexenio más de políticas neoliberales nos llevaría a un caos apocalíptico, donde esos empresarios, industriales y grandes comerciantes ajenos a la elite del dinero, serían los principales afectados. Así lo hemos visto en los últimos años, sobre todo a partir del desgobierno de Carlos Salinas de Gortari, cuando se agudizó el creciente empobrecimiento de las clases medias. Deben entender, porque es lo razonable, que urge revertir un proceso de desmantelamiento del Estado mexicano que nos está llevando a la ruina total, a todos, con excepción del grupo oligárquico, cada vez más reducido, cuyo enriquecimiento es paralelo al empobrecimiento de las grandes mayorías.
La izquierda unida está ante la última oportunidad de su historia para corregir tantos errores que la han llevado casi al exterminio. No habría otra más si la desaprovecha, como podría suceder si surgen personajes cuyo egoísmo es superior al interés supremo de rescatar al país de las garras del fascismo. Por eso es encomiable el proceder de Marcelo Ebrard, a quien se le abren grandes expectativas de apuntalar la unidad del Movimiento Progresista, el cual, de caminar sin discrepancias ni zancadillas, está llamado a ser el bastión del cambio que requiere la sociedad nacional para aspirar a vivir sin violencia, sin los gravísimos problemas sociales que ensombrecen el futuro de México en esta hora tan dramática. Sería muy saludable que Cuauhtémoc Cárdenas declarara su firme apoyo al Movimiento Progresista.
Guillermo Fabela Quiñones - Opinión EMET
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